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Cartas desde Alemania

La crisis actual – El fracaso de una fe tergiversada

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
En los tiempos que corren, la vida familiar ha sufrido una gran transformación.
En los tiempos que corren, la vida familiar ha sufrido una gran transformación.
Si se observan detenidamente los hechos de que informan y comentan los medios de comunicación del mundo, sean matanzas por locura homicida, atentados terroristas, la avaricia de empresarios y de la banca internacional, la corrupción de muchos políticos, la destrucción del medio ambiente por parte de empresas multinacionales que hacen predominar los intereses de sus inversionistas sobre la protección de la naturaleza, el cambio climático, las guerras y guerrillas actuales, incluyendo las últimas declaraciones de guías religiosos tan ajenas a la realidad, se puede llegar a la conclusión de que todos estos sucesos tienen una base común: la falta creciente de ética y moral en todos los ámbitos de la vida humana. Cuándo empezó este desarrollo, dónde y cómo se manifiesta y quién lo puso en marcha son preguntas dignas de analizar más de cerca.

Si se empieza por el núcleo básico de la vida humana, hay que constatar que la vida familiar ha sufrido una gran transformación. La base misma de la relación conyugal ha cambiado, cada vez más parejas se separan, hijos quedan a cargo de la madre o del padre, con todas las dificultades que eso conlleva, no sólo de índole económica sino de educación y sobre todo del ejemplo que los padres habrían de ser para sus hijos. Por eso no es de sorprender que muchos jóvenes tiendan a separarse ya muy temprano de la familia, sobre todo en los países más ricos, sin haber sido preparados para formar un nuevo núcleo familiar ni menos para la vida social y laboral. El que en los países pobres los niños tengan que buscar muchas veces su sustento sin la ayuda de la familia, tiene otras razones, pero éstas no son menos trágicas. Los resultados de esa desorientación y desamparo se traducen en un consumo creciente de alcohol o de drogas, en una vida sin gran futuro, o en los países más ricos en un afán de la juventud de vivir lo más placenteramente posible sin preocuparse del mañana. La industria del consumo ofrece aquí todo tipo de diversiones y distracciones. Que la sociedad se ve abocada a un problema en que no se ven soluciones inmediatas, lo demuestra el hecho de que después de la matanza perpetrada hace unas semanas por un joven alemán, en este país se barajaron rápidamente «soluciones», como la prohibición de las armas de fuego, de los juegos de ordenador, de las leyes sobre clubes de tiro con armas de pequeño y gran calibre; también se pensó en apostar guardias de control antes las escuelas, a la manera norteamericana, para evitar que los alumnos llevasen armas, así como en muchas otras medidas. Pasados los hechos, cuando nuevamente otras noticias, como la crisis económica, hicieron desaparecer el homicidio de los titulares, los políticos han descubierto que en realidad las leyes vigentes deberían bastar, que el fracaso es el de la familia y no del Estado, que la crisis limita las posibilidades de acción y muchas cosas más.

Fuera de los gobernantes, los que dicen ser los representantes y defensores de la moral, por ejemplo de la cristiana, claman la falta de valores éticos en la sociedad actual, olvidando por completo su triste pasado tan falto de moral y amor al prójimo, como lo demuestra la historia. Si los que deberían dar ejemplo, no lo hacen, ¿de quién se puede esperar entonces una solución a esta situación? Las letanías repetidas desde hace siglos, la lectura de libros sagrados, las tradiciones eclesiales, las miles y miles de prédicas y oraciones de los domingos no han surtido efecto, tampoco los llamamientos a la paz de los altos cargos del Estado y de las instituciones religiosas detienen los hechos bélicos. Los templos se llenan de gente en los momentos en que ha sucedido una tragedia para luego quedar vacíos cuando todo pasa al olvido. ¿Por qué el dinero que mucha gente da de buena fe, y por millones, para paliar la pobreza y la destrucción, los efectos de catástrofes y cosas parecidas, tampoco ayuda?

Fuera de esto y si se considera las cuantiosas sumas que gastan los Estados del mundo en armamentismo, la desproporción en la distribución de la riqueza y la desigualdad social que resulta de ello, uno se puede dar cuenta de que eso más contribuye que ayuda a que se produzca un desastre en el mundo. Si a esto se agrega la pompa y riqueza con que viven unos pocos, en comparación a la extrema pobreza de otros, el gasto desmesurado en una clase funcionaria gubernamental, incluyendo las subvenciones por parte del Estado (en Alemania de un monto de unos 8 mil millones de euros al año para las dos grandes Iglesias, la católica y la luterana protestante) para mantener a una clase sacerdotal, que es un conglomerado de personas que no trabajan con sus propias manos como la mayor parte del pueblo, y que no aportan mayormente a la solución efectiva de los problemas del mundo, reduciendo su labor a peticiones, predicaciones, colectas, oficios religiosos, celebraciones periódicas de tradiciones que se repiten año tras año, pero que fuera de mantener ocupado y distraído al pueblo, tampoco contribuyen con nada práctico, todo esto y mucho más son hechos que deberían hacer pensar a personas con capacidad para analizar lo que sucede en el mundo.

¿Dónde se puede buscar entonces motivos y explicaciones más convincentes?
En los últimos tiempos, no sólo la ciencia ha puesto en evidencia fenómenos y hechos que demuestran que la vida en la Tierra tiene muchísimas más facetas que la mera explicación material de la existencia humana. Piénsese en la física cuántica. Pero fuera de la ciencia, las instituciones que se han hecho cargo de la conducción moral del mundo no contribuyen realmente con nada nuevo y que ayude a solucionar la crisis. Sin embargo, antes de esto, muchos seres iluminados que vinieron a la Tierra, hablaron y explicaron dichas relaciones, pero o se les persiguió, ignoró, o su enseñanza fue transformada tan fundamentalmente que de ella ha quedado muy poco del mensaje original. Así también sucedió con la enseñanza de Jesús de Nazaret.

Un hecho, que por falta de información ha sido ignorado por la mayoría de las personas en el curso de la historia, y que tampoco se aprende en la época escolar ni en estudios posteriores, y que tuvo lugar ya a principios de la era cristiana, es una decisión tomada poco después de la muerte de Jesús de Nazaret por la casta sacerdotal en formación, que fue el hacer callar la palabra profética, que era común en las primeras comunidades cristianas. Esto dio origen a lo que se puede llamar la tragedia ética y moral de la humanidad, cuyos resultados estamos viviendo en estos días. En la Biblia cristiana se puede leer que el apóstol Pedro lo advirtió, cuando se relata que dijo: «Y tenemos también la firmísima palabra profética, a la cual hacéis bien en prestar atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones el lucero de la mañana» (2 P 1,19), lo que no sólo se refiere a los profetas habidos hasta entonces. ¿Es de imaginar que esto haya sido así realmente? ¿Qué por decisión de aquellos teólogos el Dios del amor que enseñó Jesús de Nazaret habría dejado de hablar a sus hijos humanos y que en vez de su mensaje directo habría puesto a personas que lo representaran en la Tierra?

Una conclusión lógica y un hecho evidente es que con tal decisión eclesiástica en el ámbito de esa institución se anuló el mensaje divino directo del mundo espiritual a la humanidad a través de los profetas y que en reemplazo de ello se fueron estableciendo prescripciones y afirmaciones tenidas por indudables, la creencia en las cuales es obligatoria para los adeptos a la doctrina de que forman parte, en este caso la católica. Se trata de los dogmas, nacidos de la mente de aquellas personas que se ocupan de estudiar la existencia y los atributos de Dios, los teólogos. Para toda persona debería ser fácil darse cuenta de que sin la intervención directa de la divinidad a través de profetas y seres iluminados, toda explicación sobre Dios sólo puede ser fruto de la mente humana, cuya base son especulaciones, discusiones, comparaciones, explicaciones y copias de textos antiguos con nuevas palabras, etc. Sin embargo, desde hace siglos lo que predomina en el cristianismo es la interpretación teológica de Dios y todo lo relacionado con él, que los adeptos a esta doctrina aceptan sin dudar ni mucho menos pensar en el verdadero origen de las informaciones que reciben desde hace generaciones. La justificación que se da, de que Jesús habría dado al apóstol Pedro la instrucción de formar una Iglesia universal, hace tiempo que ha sido puesta en duda por científicos e incluso por algunos teólogos. Los hechos de los que dicen ser seguidores de dicho apóstol lo demuestran. Más luz en este asunto lo proporciona un examen de la historia del cristianismo eclesial. Una escrupulosa y fidedigna recopilación de datos y hechos sobre la trayectoria de la Iglesia la ha llevado a cabo un conocido historiador y escritor alemán, Karlheinz Deschner, algunas de cuyas obran ya han sido traducidas al español. En este contexto basta con mencionar su lapidaria aseveración: «Después de ocuparme intensamente de la historia del cristianismo, en la Edad Antigua, en la Edad Media, y en la Edad Moderna, incluyendo de forma especial el siglo XX, no conozco ninguna organización del mundo que se haya cargado de crímenes durante tanto tiempo, de forma tan prolongada y terrible como la Iglesia cristiana, especialmente la Iglesia católica romana». Esta cita ha sido traducida del alemán y está tomada de las páginas 42 y 43 del libro de Deschner «La Iglesia ofendida o ¿quién altera la paz pública?, encontrada en publicaciones de www.editorial-la-palabra.com. ¿Puede una institución semejante ser entonces un ejemplo de ética y moral para la humanidad, aunque se haya arrogado el derecho a serlo?

Si volvemos a las formas en que se manifiesta la crisis actual, y se tiene en cuenta que en el mundo occidental el cristianismo enseñado y propagado por la Iglesia, que dice ser la religión de Cristo, dictamina las reglas de conducta moral no sólo de sus adeptos, hay que preguntarse si los hechos históricos mencionados concuerdan con las enseñanzas de Cristo. Como esto no ha sido así, hay que llegar entonces en la conclusión de que la crisis moral y ética que vive la humanidad no es una crisis de aquello que enseñó el fundador del cristianismo, Jesús, el Cristo, sino de lo que aquellos que –al adueñarse de la palabra divina para sus fines– han querido hacer entender por cristianismo, esto es, el producto del fracaso de una creencia o fe a raíz de haber sido tergiversada.

No obstante, ya antes de la formación de lo que al final se convertiría en una institución de poder, existía un cristianismo de los primeros tiempos. Esa corriente cristiano originaria nunca se agotó, sino que una y otra vez surgieron místicos, hombres y mujeres iluminados que vivieron un cristianismo originario interno, siguiendo a Jesús de Nazaret, y que impartían su instrucción de acuerdo con lo que éste había enseñado. Ellos fueron oprimidos una y otra vez por la Iglesia; incluso incorporarse al verdadero cristianismo original se pagaba a menudo con la vida. Los más conocidos fueron los maniqueos, los cátaros y los bogumilos, que también fueron perseguidos y exterminados. O también habría que recordar a grandes personalidades como Orígenes de Alejandría, teólogo y exegeta bíblico, considerado uno de los más célebres autores de la Iglesia primitiva, o al maestro Ekkehard, en Alemania, quien con mucho esfuerzo y penurias logró escapar de las manos de la Inquisición; o a Savonarola, en Italia, que fue ejecutado por esta institución terrorista de la Iglesia. También hay que nombrar a mujeres con una evidente tarea de enseñanza y aclaración, a místicas como Hildegarda de Bingen y Mechthild de Magdeburgo, en Alemania, a Birgitta de Suecia, incluso a una Teresa de Ávila, en España, entre muchas otras, que en parte hablaban en base a su don profético. O sea que la comunicación entre Dios y los hombres nunca se interrumpió, sólo que a los mensajeros que habían de mantenerla y propagar las verdaderas enseñanzas se les persiguió y en muchos casos aniquiló.

Muchas personas se preguntan por qué Dios calla ante tantas calamidades que aquejan a la humanidad y no pueden o quieren aceptar que Dios ni calló en las épocas pasadas ni tampoco lo hace en la actualidad. En vez de ello se siguen apegando a los que se han instaurado como representantes de la moral, aunque saben que de ellos nunca ha venido una solución efectiva a los problemas que vive el mundo. Y a pesar de ello, siempre actuando fuera del ámbito de influencia y poder de las instituciones eclesiales, como en el caso de los profetas y místicos mencionados antes, el Espíritu de Dios está instruyendo desde hace más de 30 años al mundo, a través de la palabra profética, que se da en Alemania a través de una mujer, sobre las relaciones y explicaciones espirituales que ya anunció Jesús de Nazaret, cuando dijo: «Todavía tendría muchos que deciros, pero ahora no lo podéis comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la Verdad, él os guiará a toda la Verdad».
Como el Espíritu de Dios es libre y no se deja encasillar en ritos, dogmas, tradiciones o jerarquías, así como tampoco obliga a nadie a creer lo que él dice y enseña, aquellas personas que quieran confiar en otra declaración del Nazareno «Busca y encontrarás, llama y se te abrirá…», pueden desprenderse de una fe tergiversada desde hace siglos y atreverse a escuchar, leer o cerciorarse por sí mismas de una ayuda espiritual que se ofrece en www.vida-universal.org, en base a la libertad que es inherente a Dios, pero que no se encuentra en las instituciones del mundo.
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