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Memorias: Así fue y así lo voy a contar

Yo, El Azafato (IV) 

Por Quino Moreno

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Yo, El Azafato (IV) 
Yo, El Azafato (IV) 

De como me encontré de nuevo en Cádiz con mi madre Magdalena

Llegando el invierno a Palma, la cosa cambiaba 180 grados. Los turistas desaparecían ya que no era como ahora, en que el Imserso europeo, suple a los turistas estivales que quizás no dejan tanto dinero, pero por lo menos, valen para el mantenimiento de los hoteles y suministros de todo tipo a las islas.

 

Así fue  que Merino y un servidor, nos veíamos abocados a tener poquísimo trabajo y dinero, porque las excursiones mermaban y no las condiciones no eran precisamente, para llevar al personal longevo y atiborrarlo de conejo con ali-oli y paella, a ver si de repente, se nos quedaba  alguno en el camino. Merino, que para estas cosas era muy negociante, decía que nos pusiéramos en contacto con los distintas Seguridades Sociales de cada país  y así, por cada ciudadano que ayudáramos a atiborrarse,  de paella y conejo y la palmara, nos llevaríamos una comisión. Imagino que lo diría de broma, pero el chaval lo decía muy convencido y con toda seriedad.

Un día en el aeropuerto, tuve un encuentro con un paisano de Cádiz, que estaba de director en un restaurante de allí y me propuso que me fuera a Cádiz con él ya que tenía un contrato como director en un hotel que iban a abrir en San Fernando (Cádiz) y que yo me podría encargar del tema de la consejería y recepción. En principio, la idea me gustó mucho pero me frenaba un poco, el hecho que había que estar un tiempo esperando a que se acabaran las obras del hotel y que, durante ese periodo de tiempo de espera, -que no sabíamos cuanto sería-,  no nos harían contrato y como es lógico, no nos pagarían.

Por esas casualidades de la vida, se dio la circunstancia que conocimos a un matrimonio finlandés que tenían un hotel en Helsinky y nos propusieron que nos fuéramos con ellos a trabajar. Merino que había visto unas fotos de la plantilla del hotel, -con la hija del matrimonio incluida-, o lo dudó y en esa misma semana les dijo que si. Estuvo todo ese tiempo convenciéndome para que me fuera con él, pero la verdad, que lo de Cádiz me tiraba mucho y la inglesita por otro lado, me insistía en que me fuera a Inglaterra con ella y que allí, su padre me daría trabajo. Esa era la última opción, ya que aunque estaba muy enamorado a la distancia, no me veía en una relación fuera, en el extranjero ya que de esas, ya me las habían propuesto algunas turistas talluditas e incluso, viudas y, -¿porqué no decirlo?-, uno era un poquito puto pero de ahí, a llegar a la prostitución total  había una distancia…y larga por supuesto…

La idea de volver a mi patria chica me seducía mucho, el recuentro con mi familia, mis amigos, me hacían pensar a veces, que se me estaba dando la oportunidad de vivir esos años de juventud y que no había estado con los míos.

Merino fue el que me dio el empujón final para decidirme por irme a Cádiz ya que una mañana me dijo: “ya tengo los billetes para irnos a Finlandia”. En ese preciso momento, tomé la decisión: Iría al aeropuerto a devolver mi billete y decirle a mi paisano que me iba con él. Sudor y lágrimas me costó convencer a Merino -incluso me amenazó con venirse conmigo a Cádiz, pero en mi interior yo sabía que no sería así. Había visto la foto del personal del hotel y ya tenía en mente tirar la caña para pescar alguna pero con los años, lo pescaron a él pero eso, ya lo contaré más adelante.

La cosa se precipitó y en un par de meses, ya estábamos en el Hotel Salymar que todavía es el hotel más reconocido de San Fernando.

Antes había pasado unos días con Denisse,  la inglesita que vino por unos días al enterarse de mi decisión,  y para proponerme (otra vez) que me fuera con ella, pues sabía de un trabajo en Inglaterra. No insistió mucho porque yo ya tenía muy trillado lo de irme a Cádiz pero lo bueno, fue que pasamos unos días maravillosos y tan maravillosos fueron, que en  capítulos venideros -porque ahora no toca-, contaré lo que pasó.

Bueno, mi llegada a Cádiz fue apoteósica; en la estación estaba toda la familia y amigos, que prácticamente, se adueñaron de casi todo el anduve. Ahora lo recuerdo, como uno de los días más felices de mi vida.

Con el tiempo, me di cuenta que la familia es, queramos o no, el pilar que sustenta todo en la vida porque,  no me digáis que aunque no los veáis, siempre están ahí en nuestros pensamientos para bien e incluso, para mal y la sangre, aunque sea una frase muy manida, siempre esta presente.

Lo que más me extrapola a tiempos pasados fue que no había cambiado nada; mi casa era tal como la veía en mis recuerdos cuando pensaba en ella; el mobiliario no había cambiado y ese olor a humedad que tienen las casas que están cerca del mar reinaba como siempre ya que la mía, daba frente al puerto.

No tardé en entrar en el roll diario que no había cambiado mucho; quizás algo en mis padres, que estaban algunos años más mayores y me colmaban de cariño y atenciones, quizás porque percibían ahora, las veces que les había echado de menos.

Mi incorporación a las tareas del hotel no tardó en llegar y sobre todo, el director, el jefe de cocina, el maitre, la gobernanta y yo, tuvimos que montar todas las especificaciones técnicas para nuestros trabajos de acuerdo con el dueño del hotel, que en este caso, era el Ayuntamiento, así que bregamos con funcionarios que no sabían y no habían visto un hotel por dentro ni en pintura.

Empezaron a llegar los enchufados; “este viene de parte del Alcalde”, “este de parte del coronel de Infantería de Marina”,  “a este, lo recomienda el concejal de urbanismo” -que era el que más mandaba- y traía a un puñado. Debía de tener una familia muy grande pero en fin, gente con poquitas luces y que encima, no eran muy duchos con los libros, pero si con la holgazanería. En recepción, yo necesitaba por lo menos seis personas más dos conserjes y dos porteros y tres botones. Pues bien, como se disparaba con pólvora del Ayuntamiento, me dieron el doble y así pasó en todas las dependencias. Desde luego, este país no cambia ya que siempre ha sido así y así seguirá siempre, venga quien venga (y estoy siempre hablando en época de Franco)

Con los uniformes pasó igual. Había que ir a probarse a Jerez, habiendo  sastrerías (y buenas) en Cádiz y en San Fernando -nunca supe de donde venia el enchufe del sastre, pero tenia que ser desde muy alto-, a mi me dieron tres uniforme de jefe de recepción que era diferente al de los demás; mi pantalón era gris y la chaqueta con dos aberturas a diferencia de mis compañeros que no tenían aberturas y el pantalón era gris marengo. Y así con todo. Algo parecido a esto me pasó luego en Iberia pero ya lo contaré en otro capítulo.

El día de la inauguración del hotel fue todo un acontecimiento, nos dimos cuenta que la mayoría de los invitados eran militares y políticos del régimen. Paco el director, me dijo: “pocos empresarios veo en esta puesta en marcha, tendremos que hacer una nosotros, exclusiva para las agencias de viajes”

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