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CUENTO

”El día anterior”

Por MAFER - Desde Santiago de Chile

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Pareciera increíble como cada persona, día a día desarrolla sus actividades, pone a prueba sus habilidades y también se frustra por los imponderables de la vida misma.
“El día anterior” relata los pormenores de un día cualquiera en el quehacer de seis personajes; con sus vivencias, aspiraciones y proyectos, los cuales a la mañana siguiente, quedarán truncos por esos habitualmente impredecibles caprichos del destino.

Capítulo I

Seis actores en el escenario de la vida.


Andrés era un arquitecto, que en el último tiempo acostumbraba a amanecer de mal humor; su ascenso a jefe de la división de proyectos urbanos en la empresa de asesorías en remodelaciones en que trabajaba le había alterado un poco su apacible diario vivir. Su esposa Liza y los dos hijos mayores del matrimonio, ya se estaban habituando a “los problemas del papá”. Mientras en su cuna, el recién nacido de casi un mes de vida, pasaba los días enteros en placenteros sueños.

Esteban era un atleta muy galardonado en las competencias ínter escolares de la ciudad, pero por estar ya en su último año de colegio, su tiempo libre era cada vez más reducido, aún así, seguía entrenando casi diariamente; aunque con mucho más sacrificio, pues su probable ingreso a la universidad no le permitía grandes distracciones. Hijo único, de madre viuda, era un verdadero ejemplo para sus compañeros y amigos.

Inés era enfermera de un hospital traumatológico. Actualmente coordinadora del servicio de enfermería del cuarto piso; además estaba reemplazando en sus funciones a su colega Paulina, quien se había acogido al beneficio de su permiso prenatal. Inés ejercía su profesión ya por 19 años, era una mujer dura y fuerte, acostumbrada a trasladar aparatajes y pacientes enyesados de un lugar a otro. Muy religiosa y solidaria.

Guillermo era Sub-oficial de la Fuerza Aérea y uno los tres mecánicos que se desempeñaban en la sección de mantenimiento de helicópteros. Estaba en su regimiento cumpliendo también con un curso de perfeccionamiento para el pilotaje de éstos. Desde muy niño su pasión la habían constituido los aviones. Con gran esfuerzo sus padres lo educaron, para permitirle cumplir con sus aspiraciones de volar. Llegaba todas las tardes muy cansado desde su unidad, a jugar con su pequeño hijo Carlitos.

Francisca era secretaria de un alto miembro de un partido político de gobierno, bastante informal y testaruda, además muy amiga de sus amigos. Generalmente, lo más probable era que si no estaba en su oficina, o haciendo trámites para su jefe, se le encontrara errando por multitiendas, cines, o en fiestas de mitad de semana. La menor de cuatro hermanas, todas profesionales universitarias, pero a ella sólo le interesaba vivir la vida.

Darío era recolector de cartones, pasaba el día entero seleccionando cajas y papeles para trasladarlos en su carretón. Había hecho de la recolección de cartones su fuente de ingresos. Esto le permitía vivir en paz. Era solo, un padre soltero por así decirlo, que nunca se olvidaba de su hijito Alejandro, de cortos ocho años, nacido de pasiones veraniegas, al que visitaba casi todas las noches llevándole algunas veces ropas, o alimentos, o dinero y también muchas veces sólo sonrisas, las que el pequeño y su madre agradecían con cariño.

Seis vidas, seis historias; que sin tener ninguna relación aparente, el destino terminaría por entrelazar férreamente.

Capítulo ll
Vivencias del día anterior.

El día anterior a aquel predestinado encuentro (que involucraría a estos seis representativos integrantes de la sociedad); Andrés algo irritable, había estado trabajando en forma intensa durante toda la mañana en un proyecto de remodelación urbana, con el que había soñado por meses. El ser arquitecto, era para él, producto de una vida de esfuerzos. Primero el de sus padres, por proporcionarle la posibilidad de acceder a esa importante carrera universitaria y de su parte por las muchas noches de desvelos y sacrificios para sacar adelante su profesión. Hoy de pronto, él se encontraba como un gran arquitecto, protagonista activo del desarrollo de su país, un padre de familia que luchaba día a día para dar a sus hijos lo que él muchas veces no tuvo. Pretéritos pensamientos habían venido a su mente mientras esperaba en el casino a sus tres colegas con quienes acostumbraba a almorzar diariamente. Por la tarde presidió una reunión de trabajo. Ya en la noche, en su hogar, en algo mejoró su genio, al saber que su hijo mayor había obtenido el premio al “fair play” en las jornadas deportivas que se desarrollaron durante la semana en el club en que estaba inscrito desde hacía dos años. Liza había preparado para cenar algo distinto; tal vez la cena era similar a la de otras noches, pero el entorno la hacía diferente. Había invitado a los cuatro abuelos y a un matrimonio vecino, todos muy orgullosos por el premio recibido por Andresito.

Esa noche, aquel creativo y eficiente arquitecto, se durmió pensando en todo lo que le había tocado vivir ese día y experimentó una extraña sensación

Para Esteban en cambio, había sido un día más relajado; por ser Jueves y aproximarse un tranquilo fin de semana, tendría tiempo de entrenar, aprovechando que ese Viernes no habría clases. Recientemente había terminado en su colegio con un período de pruebas que lo había dejado realmente extenuado. Al mediodía concurrió a retirar unos folletos para inscribirse en algunas competencias ínter escolares que se llevarían a efecto el mes siguiente y en las cuales él era uno de los favoritos, sobre todo en su especialidad preferida: los 800 metros planos. Era el mejor atleta de su colegio y siempre lo estaba representando en todos los eventos deportivos. Recorrió de regreso a su casa las iluminadas vitrinas de las multitiendas, en especial las de artículos deportivos, soñando con aquellas indumentarias que parecían tan exclusivas y que algún día con la ayuda de Dios y con su esfuerzo, le podrían pertenecer. Luego en casa, almorzó con su madre y vieron las noticias por televisión. Posteriormente mientras ella se entretenía con su teleserie preferida, él se recostó sobre su cama a escuchar música y se durmió por un par de horas. Durante la tarde se dedicó a ordenar y limpiar todos sus implementos deportivos. Al día siguiente, se iría muy temprano a la casa de unos tíos que vivían en las afueras de la ciudad y desde ahí podría salir a trotar por la carretera.

Esa noche, aquel optimista e ilusionado deportista, se durmió pensando en todo .lo que le había tocado vivir ese día y experimentó una extraña sensación

Inés había tenido un turno infernal en el hospital. Fue un día de esos, en que pareciera concentrarse todo el trabajo de la semana en una sola jornada. Muchos accidentes de tránsito, accidentes laborales y como si fuera poco tres obreros habían caído desde un andamio en una construcción cercana al hospital. Pero en fin, así era su vida y esa era su vocación. En los últimos días y especialmente en éste, su trabajo se estaba viendo recargado ya que aparte del horario normal, le estaba haciendo algunos turnos a su colega Paulina. Además de tener que coordinar las actividades de las enfermeras de su piso, también le habían asignado como trabajo adicional, supervisar todo lo que tenía que ver con el movimiento de las ambulancias, fiscalizando las solicitudes de ellas y su uso racional, ya que dos vehículos se encontraban en el taller mecánico. Adentrado ya el atardecer, cansada pero conforme, se encaminaba hacia su hogar en donde su esposo, su hija Viviana (la menor de tres hermanas) y su gatita Kika, tendrían la alegría de verla regresar. Pronto, en una o dos semanas vendría la madre de Inés a pasar un período con ellos, por tanto sentiría en parte un alivio en sus quehaceres, sobre todo en esos días en que tenía turnos de 24 horas.

Esa noche aquella cansada y abnegada enfermera, se durmió pensando en todo lo que le había tocado vivir ese día y experimentó una extraña sensación

Para Guillermo la jornada había sido también de bastantes dificultades. Uno de sus compañeros de trabajo se encontraba con licencia médica y su otro colaborador al día siguiente se casaba, por lo cual tendría algunos días libres. Debería trabajar denodadamente ya que una de las aeronaves presentaba numerosos detalles de mantención y debía estar a disposición de unos oficiales dos días después. Fue por eso que durante la mañana trabajaron en forma intensa con “el novio” (como llamaban a su compañero); sólo después de las tres de la tarde lograron dejar un tiempo para almorzar. Luego las actividades prosiguieron más agotadoras aún. Finalizadas sus labores se presentó ante su comandante solicitándole personalmente algunos repuestos y herramientas que requeriría al otro día. El alto oficial, lo felicitó por su tesón. Al atardecer ya en casa, ni siquiera las risas de Carlitos parecían reconfortarlo; pero él, poseedor de una voluntad férrea, sabía que en su vida la responsabilidad por el trabajo estaba ante todo.

Esa noche, aquel leal y disciplinado aviador, se durmió pensando en todo lo que le había tocado vivir ese día y experimentó una extraña sensación

Francisca aquella mañana sentía como ya se acercaba el fin de mes y había dejado muchas cosas por hacer. Desordenada y algo improvisadora, acostumbraba a cumplir con su trabajo, con sus trámites y con sus deudas, generalmente casi al tope de los plazos y aunque fuera a última hora, siempre lo lograba. Tenía pendiente una invitación a la playa, a la casa de la familia de una ex compañera de colegio y pensó que ese fin de semana sería el apropiado; aunque era final de mes y sin cobrar aún el cheque de su sueldo, decidió salir al día siguiente a como diera lugar. Claro que realmente le tomó el día entero dejar en orden y completar todas esas cosas que no había alcanzado a realizar. Fue así como se retiró de su trabajo una hora antes; total en ausencia de su jefe, ya lo había hecho antes. Durante el resto de la tarde que quedaba recorrió cuadras y cuadras por el centro de la ciudad, le ensimismaban las vitrinas y pasar a cualquier heladería. Luego aprovechó de pagar unas tarjetas de créditos, se compró unos tentadores jeans celestes y finalmente terminó pasando a retocarse a la peluquería.

Esa noche, aquella alegre y vital secretaria, se durmió pensando en todo lo que le había tocado vivir ese día y experimentó una extraña sensación

En la vida de Darío, aquel día no había sido sólo uno más, sino que fue algo especial. Muy temprano casi al amanecer había salido con su carretón, después del habitual tazón de leche y su marraqueta recién tostada. Generalmente recorría el extremo norte de la ciudad y muchas veces llegaba hasta las afueras de ella, hasta los basurales allí existentes, en busca de cartones en buen estado. Ese día en la mañana su trabajo estuvo más o menos lento; pero aún mantenía latente la alegría vivida muy de madrugada, cuando entre unas cajas desechadas por alguna tienda del sector céntrico, había encontrado un hermoso reloj de hombre; el que quiso guardar como regalo para el día no tan lejano en que su pequeño Alejandro hiciera la Primera Comunión. Posteriormente Darío dedicó gran parte de la tarde a un asunto pendiente que lo tenía muy ansioso y contento a la vez, ya que después de haber reunido algún dinero, debía acudir donde su antiguo contratista (conocido de los tiempos en que trabajaba en la construcción), quien le estaba haciendo los contactos para que pudiera cambiar su carretón, por un viejo pero aún útil “triciclo de repartos”. Así fue como se juntó con su ex jefe y ambos fueron a ver el triciclo que todavía estaba en venta y sin mayores contratiempos pudieron llevarlo hasta el hogar de Darío.

Esa noche, aquel humilde y extenuado recolector de cartones, se durmió pensando en todo lo que le había tocado vivir ese día y experimentó una extraña sensación

Capítulo III

Y el día siguiente, se hace presente
A las nueve y media de la mañana Andrés conduce la camioneta que le ha sido asignada en la empresa, para su uso personal. Se dirige al aeropuerto para abordar una avioneta, en la que realizará un fugaz viaje destinado a sobrevolar el área de la ciudad en cuya remodelación está participando.

Entretanto, Esteban ha llegado tempranamente a la casa de sus tíos y ha decidido de inmediato salir a entrenar antes que comience a molestarle el sol. Con sus zapatillas favoritas y el buzo que su madre la regaló en la última navidad, salió feliz al encuentro de la carretera, haciendo el tramo que recorría habitualmente, cada vez que se quedaba en la casa de sus parientes.

Inés, en el hospital, se hacía cargo de las camas que tenía asignadas; al mismo tiempo que recibía los informes y novedades que le tenían sus colegas, de todo lo que había sucedido en el cuarto piso durante la noche. Ella hoy trabajaría media jornada, puesto que por la tarde acudiría a una reunión con otras enfermeras del hospital.

Guillermo, muy temprano por la mañana organizaba sus actividades, ya que hoy estaría solo en el taller de mantención y para el día siguiente debía entregar un helicóptero que estaba en reparaciones. Pretendía hacerle un vuelo de prueba por la tarde; pero aún le faltaban muchos detalles para eso.

Francisca, había decidido levantarse a la hora de siempre, para así emprender viaje a la playa antes que empezara el calor. Había acordado hacerlo en compañía de su prima Marcela y fijaron como punto de encuentro, el habitual sector en que acostumbraban a “hacer dedo”, a unos pocos kilómetros de iniciada la carretera hacia el norte.

Darío por su parte, iniciaba feliz ese día, luego de “modernizar” por fin su carretón; lo hacía muy temprano en su triciclo recién adquirido no con pocos esfuerzos. Esa mañana había planificado llegar hasta los basurales que solía frecuentar en frente de la carretera, que aunque distantes, le atraían, porque siempre obtenía buenas cantidades de cartón y en aceptable estado.

Capítulo IV
Cuando el sol proyectaba sus rayos como encendidos filamentos que se enterraban cual estiletes entre los secos pastizales aledaños a la carretera; Andrés trataba de mantener con desesperación el control de su camioneta ante la intempestiva presencia de un peatón al borde del camino; pero el pesado vehículo no respondía y junto con volcarse de costado a un lado de la vía, pasó a llevar al infortunado muchacho… al infortunado corredor… al infortunado Esteban.

Asustado, pero solícito, Andrés luego de abandonar el volcado habitáculo por una ventana, le prestaba ayuda. Logró liberar su pierna izquierda, que había quedado aprisionada bajo el extremo derecho del parachoques delantero. Trató de acomodarlo y lo abrigó con su chaqueta. La camioneta entre los matorrales no quedó muy visible a los otros conductores, más no así para alguien que se acercaba por la orilla del camino. En efecto, Francisca, quien se encontraba 150 metros más adelante, había presenciado la maniobra justo en el momento del volcamiento. Recorrió presurosa la distancia que la separaba del lugar y llegó en ayuda de Esteban.
  • Señorita, si usted hubiera visto, de pronto entre los rayos del sol, me apareció este joven al borde del camino; le juro que fue un desgraciado accidente.
  • Tal vez haya sido así, tengo la impresión que usted hizo todo lo posible por esquivarlo.
  • ¡Créame que así fue! Usted es mi único testigo y estoy muy angustiado.
  • Tranquilícese señor y no se preocupe. Por lo demás lo que ahora importa es auxiliar a este joven, que no lo veo muy bien.

Efectivamente, si bien es cierto Esteban no presentaba a simple vista un riesgo vital, no menos cierto era que su pierna izquierda debía estar tal vez fracturada y quizás si en dos partes, primero por el impacto del golpe y luego por haber tenido que soportar por algunos instantes el peso del borde del parachoques. Se encontraba aparentemente semi choqueado, movía sus brazos y manos, pero no hablaba, con sus ojos cerrados pretendía murmurar algún quejido.

Pasados más o menos cinco minutos y comprobando que el pulso del herido estaba relativamente normal (aunque algo acelerado por lo vivido) y sin hemorragias aparentes; ambos improvisados asistentes se pusieron de pie junto al camino para intentar pedir ayuda, pero los pocos vehículos que pasaban a esa hora por el lugar, no se percataban del accidente y al creer que sólo eran “viajeros a dedo”, no les prestaban mayor atención.

Por lo demás, el teléfono de Andrés se había estropeado en el volcamiento y el de Francisca estaba con su batería descargada (como siempre le ocurría).

Llevaban casi diez minutos de espera cuando a lo lejos, hacia el sur, observaron un brillo que se hacía cada vez más intenso y cercano, fue percibido como un rayo de esperanza… y así, como procedente de la nada y trasladado en medio de destellos multicolores que producía el sol sobre los metales, llegaba hasta ellos Darío y su viejo triciclo.
  • ¿Puedo ayudar en algo? ¿Hay heridos? ¿Cómo fue el accidente?
  • Fue un hecho lamentable que no pude evitar (argumentó Andrés). Pero debemos solicitar ayuda de inmediato.
  • Yo recién le estuve poniendo aire a los neumáticos, en un servicentro que está como a unos 10 minutos de aquí; podría volver allá porque tienen teléfono (expresó Darío).
  • ¡Pero hágalo inmediatamente! Esa sería nuestra única solución (dijo Francisca). Porque lo otro dependería de esperar a mi prima Marcela que debería llegar pronto y tal vez la venga a dejar mi tío.
  • Creo que no podemos demorarnos esperando eso (afirmó Darío); yo me voy de inmediato.

Pasaban los minutos y Esteban recién empezaba a hilvanar algunas frases:
  • No fue su culpa señor. Yo me había subido al camino, porque había estos matorrales en el costado y al pasar junto a ellos sentí el motor de su vehículo, pero no pude volver a saltar hacia el lado, fue todo muy rápido. Por lo demás yo debería haber ido por la berma del frente. Ahora por mi culpa, estoy muy adolorido y tengo mucho frío; creo que mi pierna izquierda no la puedo mover.

Mientras lo acomodaban nuevamente y lo abrigaban ahora con el chaquetón de Francisca, sintieron como vibraba el suelo, pero no había ningún camión ni alguna máquina pesada trasladándose en el sector, por lo que Andrés exclamó:
  • ¡Cielo santo! ¡Está temblando!
Era el temblor más fuerte que se hubiera dejado sentir en esa zona, por lo menos en los últimos diez años. Después se confirmaría que fue realmente un terremoto. Empezó a agrietarse la tierra y desde la ladera de un cerro próximo comenzaron a caer peñascos y rocas, como cuentas de un rosario.
  • ¡Dios mío, Dios mío; protégenos Señor! (imploraba Francisca).
Luego de la angustia inicial, todo se calmó quedando en silencio; como suele ocurrir después de un movimiento telúrico de tal envergadura, era el típico sobrecogedor silencio que sigue a una tan violenta manifestación de la naturaleza. A lo lejos, hacia el norte, se sintió luego un gran estruendo y una nube de polvo, pero principalmente de humo cubría la carretera. Más tarde se sabría que era la explosión e incendio de una industria conservera, que había comenzado a arder después de un cortocircuito producido durante el temblor; a unos dos kilómetros de donde ellos se encontraban.

Por otra parte, Darío había llegado al servicentro minutos antes del sismo, alcanzó a telefonear al servicio de urgencia del hospital más cercano desde donde habían quedado en mandar una ambulancia a la brevedad. Mientras regresaba, llevando unos cinco minutos de viaje, lo sorprendió el terremoto, totalmente solo, creyó ver oscurecerse el cielo y pensó que si algo le pasaba nadie de su familia sabría que él se encontraba en ese sector. Los 40 segundos que duró el movimiento sísmico, los pasó arrodillado, aferrado a su triciclo al borde del camino. Sus súplicas y ruegos se vieron interrumpidos por un ensordecedor ruido que lo obligó a abrir sus ojos de inmediato; tras suyo y habiendo pasado por ahí no más de dos minutos antes, pudo comprobar el desplome de un largo y angosto puente que unía las dos bocas del camino por sobre un casi seco y triste riachuelo. Una vez algo repuesto del susto, siguió rumbo al vehículo accidentado esquivando las numerosas grietas que encontró en el pavimento, para informarles a la brevedad acerca de la ambulancia solicitada. Al llegar se encontró con la noticia que la carretera estaba interrumpida por el norte, a causa del incendio de la industria y sus alrededores. A esa información, él agregó otra no más alentadora, y que se refería al corte de carretera por el sur, a consecuencia de la caída del puente.

Darío a pesar de sus escasos recursos, había conseguido que en el servicentro le vendieran café en un envase de bebida, para poder llevarle al improvisado grupo que de casualidad se había comenzado a conformar. No era mucho lo que podían hacer por el muchacho herido, mientras esperaban la llegada de alguna ayuda. Además circunstancialmente, ningún otro vehículo había quedado en el tramo delimitado entre el puente y el incendio. También comenzaban a comprender que se tornaba más remota la posibilidad de ser auxiliados, por las emergencias que se deberían estar produciendo en la ciudad debido al intenso sismo, como también por el puente desplomado.

Para colmos, la radio de la camioneta de Andrés había dejado de funcionar al momento del volcamiento.

Ese era el incierto panorama: un camino cortado y en medio de él, cuatro asustados individuos unidos por el destino y uno de ellos herido, requiriendo urgente atención médica.

Capítulo V
En medio de la nada y en espera de algo.

Mientras en la ciudad, el telefonista que habló con Darío, prontamente había solicitado al anexo de Urgencias una ambulancia para ser enviada a socorrer a Esteban; pero ya a la altura de los acontecimientos acaecidos, su solicitud pasaba a ser sólo un detalle.

A pesar del pánico, insistía una vez más y su comunicación fue derivada al anexo de coordinación de movilización de ambulancias, en donde le atendió Inés; quien estaba próxima a completar su turno, ya que tenía la tarde libre a raíz de una reunión a la que debía concurrir. Fue así como esta enfermera, conocedora del dolor humano, a pesar de todas las emergencias suscitadas después del sismo, no podía dejar de pensar en que un joven yacía atropellado en la carretera, implorando por un esperado auxilio médico.

Pasaron otros largos 30 minutos en que se pudieron percibir nuevos movimientos sísmicos, pero de menor intensidad.

El cuadro no variaba mucho desde el accidente, sólo que ahora Esteban se veía un poco mejor, conforme se alejaba en el tiempo la imagen impactante del desgraciado incidente; además se sentía acompañado a pesar de la soledad del camino y el café algo lo había reconfortado.

En el hospital en tanto, Inés ya liberada de su turno, hizo una última gestión antes de abandonar el recinto; a pesar de la gran congestión en las comunicaciones logró telefonear a una sobrina que era secretaria del Comandante de un regimiento cercano al centro asistencial, para averiguar si algún jeep o camión se encontraría operando cerca de la carretera, para solicitar su cooperación por radio en el caso que fuera posible. Su sobrina, Isabel, notificó la situación al Comandante, quien ya tenía información acerca del corte del camino por el puente derrumbado. Además desgraciadamente todo estaba alborotado también en el regimiento, ya que el personal se encontraba evaluando algunos daños producidos en el lugar por el desplome de algunas panderetas interiores y muchos otros habían salido a socorrer a personas atrapadas en ascensores, metro, pasarelas peatonales, etc. Sin embargo existía una posibilidad… y el alto oficial tomó su citófono:
  • ¿Aló? ¿Suboficial Fuentes?
  • ¿Comandante Navarro?
  • Sí, él habla.
  • Diga mi Comandante (contestó Guillermo).
  • Se trata de una emergencia, pareciera que acá cerca en la carretera. No tenemos personal ni vehículos disponibles, pero recordé el vuelo de prueba que debemos hacerle al helicóptero. ¿Para qué hora está programado?
  • Pensaba hacerlo en la tarde mi Comandante, pero puedo obviar algunos detalles y completarlos después.
  • ¿Si es factible?... bueno; pero bajo su responsabilidad.
  • Trataré de hacerlo pronto. Lo mantendré al tanto.
Informada Isabel de la noticia; le devolvió el llamado a Inés; quien para ganar tiempo, se iría de inmediato al regimiento y así partir junto a Guillermo en el helicóptero.

Afuera, todo era un caos, pasada más de una hora del temblor recién se había repuesto el servicio eléctrico, las comunicaciones telefónicas se habían reestablecido sólo unos momentos antes.

Aparentemente no había grandes daños, pero sí muchas escenas de pánico, toda vez que era un día laboral. Muchos escolares deambulaban por las calles de vuelta a sus hogares; pero en general el quehacer de la ciudad hacía esfuerzos por asemejar una nerviosa normalidad.

En la carretera, todo hacía suponer que la ayuda tardaría en llegar. A lo lejos se sentían las sirenas de los carros de bomberos procedentes de un antiguo cuartel ubicado en un poblado próximo al norte del lugar donde ellos estaban. Pero el incendio de la industria y pastizales, aún no había podido ser sofocado; una cortina de humo tapaba el camino en el sitio del siniestro.

Así fueron pasando los próximos minutos, hasta que en el regimiento Isabel salía al encuentro de su tía Inés, a quien le informó que deberían esperar el llamado de Guillermo desde el hangar de reparaciones, ubicado a unos 250 metros de donde ellas se encontraban.

La radio y la televisión ya comenzaban con el recuento de daños y reportajes en vivo; con las consabidas brillantes preguntas de algunos reporteros: “¿Y usted, qué sintió cuando vio desplomarse su casa, que tantos años de sacrificio le había tomado llegar a tener?”…

Una vez que se dieron cuenta que aparentemente hasta ahora no se informaba de muertes y sólo habían ocurrido derrumbes mayores en las proximidades del epicentro (grado 8 frente a las costas de la zona central), Isabel apagó el televisor de la sala de espera de su oficina y ambas quedaron aguardando por la llamada de Guillermo. Unos 15 minutos después, éste les comunicó que se juntaran en el patio central de la unidad.

Fue así, como a través de la ventana, vieron acercarse a un acalorado y cansado uniformado; con su buzo engrasado y su rostro bañado en sudor.
  • Guillermo, ella es la enfermera que viajará contigo; mi tía Inés (informó Isabel).
  • Mucho gusto (respondió Guillermo). Espero que lleguemos a tiempo. ¿En qué sector preciso se encuentran?
  • A poco andar por la carretera, en la salida norte de la ciudad (explicó Inés).

Unos cinco minutos después se elevaba la aeronave; llevando a una muy servicial enfermera en su interior, la que nunca imaginó siquiera que en esas condiciones iba a vivir por primera vez en su vida la experiencia de volar. Ansiosa sostenía en sus manos el maletín de primeros auxilios que llevaba.

Ya una vez en el aire, Guillermo comenzó a chequear una serie de relojitos y lucecitas que en rigor y por su responsabilidad habitual en otras condiciones lo habría hecho en tierra; pero él estaba seguro que la nave cumplía con las condiciones mínimas para volar; o al menos casi seguro. Claro está que todas sus maniobras las realizaba como si fueran prácticas rutinarias, porque no deseaba que Inés se sugestionara al saber que aquel era “un vuelo de prueba” después de las reparaciones. Hubo un par de agujas que permanecieron pegadas, a pesar de unos golpecillos que le dio al tablero; pero al menos en ese momento, no representaban peligro.

Sobrevolaron un sector de la ciudad, pero no se veía una gran destrucción, al menos desde lo alto; algunas panderetas en el suelo, cornisas destrozadas y una actividad que se comenzaba a normalizar en las calles. Eso sí, mucha gente regresando a sus hogares.

Ya en las inmediaciones del accidente, les llamó la atención la columna de humo que emergía desde la industria conservera, hicieron una aproximación a ella pero se tranquilizaron al ver la ardua labor de los pocos bomberos apostados allí tratando de controlar el fuego. También pudieron observar como se iba alargando rápidamente la hilera de vehículos detenidos por el incendio, como también lo habían visto en el sector del puente cortado; muchos conductores comenzaban a devolverse.

De pronto se sintió una ligera vibración en la base de la aeronave que preocupó a Guillermo, pero como ya estaban a pocos metros del lugar que había elegido para descender, optó por no darle importancia.

Efectivamente, una vez visualizada la camioneta semi volcada a un lado del camino, comenzaron el aterrizaje sobre el caliente y agrietado asfalto de la vía.

Mientras, en tierra, cuando Andrés y Darío habían advertido la presencia del helicóptero, dieron saltos de alegría. Francisca aún trémula pensaba en lo que había pasado y en su fallido viaje a la playa, además, si su prima ya venía atrasada, ahora con el corte del puente definitivamente no llegaría y ya lo único que deseaba a esa altura del día era regresar pronto a su casa en la ciudad.

Cuando la nave finalmente se posó en el suelo, ese solo hecho pareció haberlo solucionado todo. Sin embargo, esa resultaría ser una muy simple y liviana apreciación…

Capítulo VI
Una aparente y fugaz tranquilidad.

Inés se presentó al grupo, haciendo lo mismo con Guillermo y empezó de inmediato a
evaluar las condiciones en que se encontraba Esteban. Probable fractura de su pierna izquierda, contusión de muñeca derecha y numerosas equimosis en hombro, brazo y tobillo derechos. La situación ciertamente no revestía gravedad; pero sí, era realmente una emergencia.

Guillermo ayudó a Andrés y Darío, a volver a su posición normal la camioneta, la que había sufrido algunos desperfectos; el más complicado era la rotura del radiador, producto de la incrustación de las aspas de la hélice en él. Liberaron el vehículo de entre los matorrales y lo dejaron sobre un espacio más o menos parejo bajo la agrietada berma. Luego abrieron la puerta posterior por donde Darío procedió a guardar en forma casi paternal su triciclo. Inés y Francisca en tanto, comenzaban a inmovilizar la pierna lesionada de Esteban y a desinfectar algunas erosiones en sus brazos. Por momentos su dolor parecía ser más agudo, pese a unos medicamentos que le administró Inés luego de su evaluación inicial.

En eso estaban, cuando se sintió un segundo y fuerte sismo, era la primera gran réplica después del intenso temblor de la mañana. Andrés no dejaba de imaginar a su esposa Liza, que a esa hora debía estar muy asustada en casa con el bebé recién nacido. Sus pensamientos fueron interrumpidos por una segunda gran explosión en el lugar del incendio; no tan fuerte como la anterior, aunque pareció reavivar el siniestro. Pero esto no preocupó mucho al socialmente heterogéneo pero solidariamente hermanado grupo; quienes ante la ya nula posibilidad de recibir ayuda externa, empezaban a organizarse para enfrentar la solución del complejo momento en que el destino los había situado.

Volverían a la ciudad todos en el helicóptero y más tarde luego de comunicarse con sus familiares y suponiendo que el incendio ya hubiese sido controlado, regresaría Guillermo en la nave junto a Andrés y Darío aterrizando en el poblado más al norte solicitando ayuda para remolcar hasta allí la camioneta, donde poder dejarla por el tiempo que durara la reposición del puente y trasladarla posteriormente a la ciudad.

Fue así, como con sumo cuidado acomodaron a Esteban en el interior del helicóptero y sus cuatro acompañantes se ubicaron alrededor de él en el compartimiento de carga; mientras Guillermo se sentaba frente a los comandos para emprender regreso hasta el helipuerto del hospital.

Despegaba la aeronave ante emociones encontradas de sus ocupantes:
  • Y pensar que mi destino (dijo Andrés) igual era volar hoy día; porque cuando ocurrió el accidente yo me dirigía al aeropuerto en donde me esperaban en una avioneta para salir a observar desde lo alto un sector de la ciudad, pero ahora estoy aquí, volando en un helicóptero y muy lejos del lugar en donde realmente debería haberlo hecho.
  • Y yo que pensaba pasar un relajado y reponedor fin de semana junto a las olas y el sol, allá en la playa (replicó Francisca) y ahora estoy aquí, presa del pánico, suspendida en el aire en este aparato, porque no hay otra forma de volver a la ciudad a pesar de estar tan cerca.
  • En cambio yo aparte del accidente de este joven y del susto sentido con el temblor, estoy bien agradecido, porque me he sentido muy útil al poder ayudarlos y porque creo que nunca habría volado en mi vida, si no hubiera sido por este día tan especial, (comentó Darío, conocedor de tantas frustraciones humanas y acostumbrado a vibrar
con las pequeñas novedades que muy de vez en cuando le propiciaba el destino).
  • Para mí; este día me deparaba una agradable tarde libre, después de una reunión que tenía con mis colegas (dijo Inés), pero aquí estoy muerta de miedo regresando al hospital, hace un rato en el primer vuelo no tuve ocasión de pensar en mis temores, porque la preocupación y la ansiedad por llegar aquí eran mayores, pero ahora que todo está más tranquilo, le estoy tomando el peso a lo que estoy viviendo en este minuto.

De pronto ese intercambio de opiniones fue interrumpido por una exclamación de Guillermo:
  • ¡No, Dios! Nuevamente esa vibración… Efectivamente, percibía otra vez esa vibración extraña y anormal en la base del helicóptero.
  • ¡Malditas agujas, despéguense! (gritó Guillermo).

Ahora sí habían adquirido importancia esos pequeños detalles que él había advertido en el viaje de ida y todo hacía suponer que se acercaban grandes problemas.

Le costaba mantener el rumbo, a pesar que ya se había logrado estabilizar después de haberse elevado y pensaba que aparentemente las opciones eran sólo dos: volver a aterrizar inmediatamente después de cruzar el puente destruido, o bien, tratar de regresar lo más pronto posible a la pista del regimiento en donde podrían recibir asistencia desde tierra en caso de un aterrizaje de emergencia. Muy luego el hábil piloto se encontraba compartiendo sus aprehensiones con los otros pasajeros.
  • Dijo: tenemos una situación imprevista; será muy difícil hacer descender el aparato en forma bien controlada, a pesar de ello creo que aún hay dos alternativas: una sería bajar de inmediato, pero me parece que la más adecuada sería volver a como de lugar al regimiento, en caso de requerir ayuda de tierra.
Descompuestos anímicamente los integrantes del grupo, que ya por hartas habían pasado esa mañana, expresaban al unísono frases casi desesperadas.
  • No podemos correr riesgos ya que llevamos un herido de cuidado, yo creo que tendríamos que hacer lo que parezca más seguro (expresó Inés).
  • Lo más seguro en este momento, tal vez sería no entrar a la ciudad (acotó Andrés); porque cualquier desperfecto mayor que nos afectara, obligaría a un descenso urgente sobre calles, edificios, cables eléctricos. Yo pienso que lo mejor sería tratar de agotar
el combustible en este sector y luego intentar un aterrizaje en la carretera o en algún sembradío.

Las palabras de Andrés le parecieron bastante sensatas a Guillermo, quien al parecer ya estaba decidido a volver hasta la ciudad.
  • Es cierto (dijo Guillermo), mi intención de bajar en el regimiento era en el supuesto que tuviéramos una emergencia al aterrizar, pero también podrían surgir otros problemas en el trayecto. Voy a sobrevolar el sector del servicentro para llamar la atención de las personas que allí se encuentran.

Efectivamente, durante algunos minutos la nave cruzó repetidamente el cielo, sobre la mencionada estación de servicio, hasta que desde lo alto pudieron ver como algunas personas salían al exterior para observarlos.

Fue en ese momento cuando Esteban volvió a sentir fuertes dolores en su pierna izquierda y el pánico se apoderó de él. Murmuró en tono muy bajo:
  • En caso de una emergencia yo sé que no voy a resistir, no puedo saltar, no puedo correr; creo que voy a morir, no quiero dejar sola a mi madre. Dios mío. ¿Por qué me has puesto en esta pesadilla?
Inés; mujer muy religiosa y con una comprobada sensibilidad maternal, lo abrazó y le dijo que nada debía temer, por el contrario, que Dios estaba con ellos y los protegería.

Mientras, Darío observaba a los curiosos en tierra tuvo una idea. Había que comunicarse de alguna manera con esa gente. (El helicóptero no tenía conectada aún su
radio, ya que era una de las reparaciones pendientes, tampoco tenía en funcionamiento el sistema de altavoces) Fue así, como valiéndose de una cámara de neumático de su triciclo que guardaba entre sus ropas, procedió a inflarla con dificultad, luego le amarró un corto cable que encontró en el compartimento de herramientas de la aeronave y perforó su pañuelo el cual fijó al otro extremo del vínculo; Andrés escribió un mensaje en aquella improvisada pizarra flotante: “- Helicóptero con desperfectos. - Somos seis personas.
  • Trasladamos un herido. - Intentaremos aterrizaje”. Acto seguido, Darío abrió la puerta y lanzó la inflada goma mensajera. Ésta rebotó una vez que tocó el suelo y rodó cruzando de lado a lado la carretera, quedando detrás de la oficina de administración del servicentro. Desde el aire vieron cuando dos muchachos y un niño corrieron en busca del albo mensaje y desprendiendo el pañuelo, se volvieron mirando a lo alto haciendo señas con sus pulgares, como dando a entender que habían comprendido el mensaje.

Capítulo VII
El recuerdo del día anterior…
De ahí en adelante, todo fue confusión y pánico. Algunas personas habían salido de la gasolinera; empleados y clientes hacían señas como indicando el lugar en donde el terreno estaba más apto para aterrizar.

Señalaban un cuadrante ubicado más o menos como a 200 metros al oeste de la carretera. Pero aún Guillermo debía agotar más combustible, por lo cual aunque parecía inexplicable, para quienes presenciaban las evoluciones del helicóptero, éste se alejó elevándose nuevamente. Esta confusa maniobra desconcertó a los improvisados espectadores, pero el administrador dijo:
  • Deben estar esperando el momento más apropiado para bajar, tal vez algo relacionado con el viento; pero estoy seguro que bajarán en este lugar.
De súbito, como atrapado por una mano gigante, el aparato dejó de ascender, su rotor se detuvo… y luego, el terror, los gritos, un estruendo y finalmente el silencio.

Abismados y consternados, todos los que desde tierra presenciaron la caída, corrieron hasta el lugar del accidente. El espectáculo era sobrecogedor; a un costado de donde se concentraba la mayor cantidad de fierros y latas humeantes desprendidas de la destrozada estructura de la nave, yacía inerte Francisca, aún aferrada a la mano de Inés, ésta también fallecida y con una manifiesta hemorragia aparentemente producida por una lacerante herida abdominal. Andrés y Darío separados por unos metros el uno del otro, ambos bajo ardientes escombros metálicos, en posición decúbito ventral, presentaban destrozos en sus ropas, muestras evidentes de las múltiples contusiones y cortes que sufrieron al desintegrarse el aparato. Y a unos siete metros del punto del impacto, casi agónico, Guillermo aún trataba de auxiliar a Esteban… eran los dos únicos sobrevivientes. Guillermo había tomado en sus brazos al muchacho y saltó al vacío desde unos tres metros, cuando la aeronave caía dando descontroladas vueltas, salieron impulsados segundos antes de la colisión. Era un milagro que hubiesen sobrevivido a la tragedia, pero tal vez por su condición física, uno militar y el otro atleta, habían tenido ciertas ventajas sobre el resto. Presurosas las personas que llegaron a socorrerlos constataron que Esteban apenas podía mover su cabeza y Guillermo cada minuto que pasaba iba respirando en forma más dificultosa.

Cuando fueron auxiliados ya ni siquiera hablaban.

Ambos una vez acomodados en los asientos traseros de dos automóviles, iniciaron su pronto traslado al hospital. Conducidos a toda velocidad, no exentos de riesgos, por las numerosas rocas que habían caído a lo largo de la carretera, se aproximaban cada vez más a la ciudad.

Pero a pesar de los esfuerzos, Guillermo exhaló un último suspiro, incluso cuando el vehículo aún no abandonaba la agrietada autopista.

El otro vehículo llegó en 20 minutos al hospital, con un malherido Esteban.

A los pocos instantes era sometido a una delicada intervención quirúrgica a la columna vertebral, como también le era atendida la doble fractura de su pierna izquierda. De todo esto dependía no sólo que pudiera volver a correr en sus competencias, sino que con suerte… a caminar.

Sin embargo, el equipo de cirujanos parecía estar optimista, a pesar de lo complejo de la operación, había posibilidades ciertas de una total recuperación.

El acto operatorio transcurría sin contratiempos. Los facultativos aún comentaban con incredulidad y pesar la muerte de Inés, la eficiente enfermera del cuarto piso; cuando de pronto… un paro cardio-respiratorio descompensó al paciente. Lucharon por su vida, pero tenía características de irreversibilidad y en breves segundos ponía fin a la existencia de Esteban, como también a este relato que aquí termina; que si bien hoy ficticio, el día de mañana… perfectamente posible.

Comentario
Un mensaje encubierto…
El presente relato, más allá de su búsqueda por entregar un momento de entretención para quienes lo lean; tiene como real objetivo transmitir un manifiesto mensaje encerrado en sus páginas: no se crea que siempre el último día de nuestra existencia está por venir; muchas veces ayer pudo haber sido “el día anterior”...

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