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CUENTO

“El día anterior” (capítulos III y IV)

Por MAFER - Desde Santiago de Chile

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Capítulo III

Y el día siguiente, se hace presente.

A las nueve y media de la mañana Andrés conduce la camioneta que le ha sido asignada en la empresa, para su uso personal. Se dirige al aeropuerto para abordar una avioneta, en la que realizará un fugaz viaje destinado a sobrevolar el área de la ciudad en cuya remodelación está participando.
Entretanto, Esteban ha llegado tempranamente a la casa de sus tíos y ha decidido de inmediato salir a entrenar antes que comience a molestarle el sol. Con sus zapatillas favoritas y el buzo que su madre la regaló en la última navidad, salió feliz al encuentro de la carretera, haciendo el tramo que recorría habitualmente, cada vez que se quedaba en la casa de sus parientes.

Inés, en el hospital, se hacía cargo de las camas que tenía asignadas; al mismo tiempo que recibía los informes y novedades que le tenían sus colegas, de todo lo que había sucedido en el cuarto piso durante la noche. Ella hoy trabajaría media jornada, puesto que por la tarde acudiría a una reunión con otras enfermeras del hospital.

Guillermo, muy temprano por la mañana organizaba sus actividades, ya que hoy estaría solo en el taller de mantención y para el día siguiente debía entregar un helicóptero que estaba en reparaciones. Pretendía hacerle un vuelo de prueba por la tarde; pero aún le faltaban muchos detalles para eso.

Francisca, había decidido levantarse a la hora de siempre, para así emprender viaje a la playa antes que empezara el calor. Había acordado hacerlo en compañía de su prima Marcela y fijaron como punto de encuentro, el habitual sector en que acostumbraban a “hacer dedo”, a unos pocos kilómetros de iniciada la carretera hacia el norte.

Darío por su parte, iniciaba feliz ese día, luego de “modernizar” por fin su carretón; lo hacía muy temprano en su triciclo recién adquirido no con pocos esfuerzos. Esa mañana había planificado llegar hasta los basurales que solía frecuentar en frente de la carretera, que aunque distantes, le atraían, porque siempre obtenía buenas cantidades de cartón y en aceptable estado.

Capítulo IV

Cuando el sol proyectaba sus rayos como encendidos filamentos que se enterraban cual estiletes entre los secos pastizales aledaños a la carretera; Andrés trataba de mantener con desesperación el control de su camioneta ante la intempestiva presencia de un peatón al borde del camino; pero el pesado vehículo no respondía y junto con volcarse de costado a un lado de la vía, pasó a llevar al infortunado muchacho… al infortunado corredor… al infortunado Esteban.

Asustado, pero solícito, Andrés luego de abandonar el volcado habitáculo por una ventana, le prestaba ayuda. Logró liberar su pierna izquierda, que había quedado aprisionada bajo el extremo derecho del parachoques delantero. Trató de acomodarlo y lo abrigó con su chaqueta. La camioneta entre los matorrales no quedó muy visible a los otros conductores, más no así para alguien que se acercaba por la orilla del camino. En efecto, Francisca, quien se encontraba 150 metros más adelante, había presenciado la maniobra justo en el momento del volcamiento. Recorrió presurosa la distancia que la separaba del lugar y llegó en ayuda de Esteban.
  • Señorita, si usted hubiera visto, de pronto entre los rayos del sol, me apareció este joven al borde del camino; le juro que fue un desgraciado accidente.
  • Tal vez haya sido así, tengo la impresión que usted hizo todo lo posible por esquivarlo.
  • ¡Créame que así fue! Usted es mi único testigo y estoy muy angustiado.
  • Tranquilícese señor y no se preocupe. Por lo demás lo que ahora importa es auxiliar a este joven, que no lo veo muy bien.

Efectivamente, si bien es cierto Esteban no presentaba a simple vista un riesgo vital, no menos cierto era que su pierna izquierda debía estar tal vez fracturada y quizás si en dos partes, primero por el impacto del golpe y luego por haber tenido que soportar por algunos instantes el peso del borde del parachoques. Se encontraba aparentemente semi choqueado, movía sus brazos y manos, pero no hablaba, con sus ojos cerrados pretendía murmurar algún quejido.

Pasados más o menos cinco minutos y comprobando que el pulso del herido estaba relativamente normal (aunque algo acelerado por lo vivido) y sin hemorragias aparentes; ambos improvisados asistentes se pusieron de pie junto al camino para intentar pedir ayuda, pero los pocos vehículos que pasaban a esa hora por el lugar, no se percataban del accidente y al creer que sólo eran “viajeros a dedo”, no les prestaban mayor atención.

Por lo demás, el teléfono de Andrés se había estropeado en el volcamiento y el de Francisca estaba con su batería descargada (como siempre le ocurría).

Llevaban casi diez minutos de espera cuando a lo lejos, hacia el sur, observaron un brillo que se hacía cada vez más intenso y cercano, fue percibido como un rayo de esperanza… y así, como procedente de la nada y trasladado en medio de destellos multicolores que producía el sol sobre los metales, llegaba hasta ellos Darío y su viejo triciclo.
  • ¿Puedo ayudar en algo? ¿Hay heridos? ¿Cómo fue el accidente?
  • Fue un hecho lamentable que no pude evitar (argumentó Andrés). Pero debemos solicitar ayuda de inmediato.
  • Yo recién le estuve poniendo aire a los neumáticos, en un servicentro que está como a unos 10 minutos de aquí; podría volver allá porque tienen teléfono (expresó Darío).
  • ¡Pero hágalo inmediatamente! Esa sería nuestra única solución (dijo Francisca). Porque lo otro dependería de esperar a mi prima Marcela que debería llegar pronto y tal vez la venga a dejar mi tío.
  • Creo que no podemos demorarnos esperando eso (afirmó Darío); yo me voy de inmediato.

Pasaban los minutos y Esteban recién empezaba a hilvanar algunas frases:
  • No fue su culpa señor. Yo me había subido al camino, porque había estos matorrales en el costado y al pasar junto a ellos sentí el motor de su vehículo, pero no pude volver a saltar hacia el lado, fue todo muy rápido. Por lo demás yo debería haber ido por la berma del frente. Ahora por mi culpa, estoy muy adolorido y tengo mucho frío; creo que mi pierna izquierda no la puedo mover.

Mientras lo acomodaban nuevamente y lo abrigaban ahora con el chaquetón de Francisca, sintieron como vibraba el suelo, pero no había ningún camión ni alguna máquina pesada trasladándose en el sector, por lo que Andrés exclamó:
  • ¡Cielo santo! ¡Está temblando!
Era el temblor más fuerte que se hubiera dejado sentir en esa zona, por lo menos en los últimos diez años. Después se confirmaría que fue realmente un terremoto. Empezó a agrietarse la tierra y desde la ladera de un cerro próximo comenzaron a caer peñascos y rocas, como cuentas de un rosario.
  • ¡Dios mío, Dios mío; protégenos Señor! (imploraba Francisca).
Luego de la angustia inicial, todo se calmó quedando en silencio; como suele ocurrir después de un movimiento telúrico de tal envergadura, era el típico sobrecogedor silencio que sigue a una tan violenta manifestación de la naturaleza. A lo lejos, hacia el norte, se sintió luego un gran estruendo y una nube de polvo, pero principalmente de humo cubría la carretera. Más tarde se sabría que era la explosión e incendio de una industria conservera, que había comenzado a arder después de un cortocircuito producido durante el temblor; a unos dos kilómetros de donde ellos se encontraban.

Por otra parte, Darío había llegado al servicentro minutos antes del sismo, alcanzó a telefonear al servicio de urgencia del hospital más cercano desde donde habían quedado en mandar una ambulancia a la brevedad. Mientras regresaba, llevando unos cinco minutos de viaje, lo sorprendió el terremoto, totalmente solo, creyó ver oscurecerse el cielo y pensó que si algo le pasaba nadie de su familia sabría que él se encontraba en ese sector. Los 40 segundos que duró el movimiento sísmico, los pasó arrodillado, aferrado a su triciclo al borde del camino. Sus súplicas y ruegos se vieron interrumpidos por un ensordecedor ruido que lo obligó a abrir sus ojos de inmediato; tras suyo y habiendo pasado por ahí no más de dos minutos antes, pudo comprobar el desplome de un largo y angosto puente que unía las dos bocas del camino por sobre un casi seco y triste riachuelo. Una vez algo repuesto del susto, siguió rumbo al vehículo accidentado esquivando las numerosas grietas que encontró en el pavimento, para informarles a la brevedad acerca de la ambulancia solicitada. Al llegar se encontró con la noticia que la carretera estaba interrumpida por el norte, a causa del incendio de la industria y sus alrededores. A esa información, él agregó otra no más alentadora, y que se refería al corte de carretera por el sur, a consecuencia de la caída del puente.

Darío a pesar de sus escasos recursos, había conseguido que en el servicentro le vendieran café en un envase de bebida, para poder llevarle al improvisado grupo que de casualidad se había comenzado a conformar. No era mucho lo que podían hacer por el muchacho herido, mientras esperaban la llegada de alguna ayuda. Además circunstancialmente, ningún otro vehículo había quedado en el tramo delimitado entre el puente y el incendio. También comenzaban a comprender que se tornaba más remota la posibilidad de ser auxiliados, por las emergencias que se deberían estar produciendo en la ciudad debido al intenso sismo, como también por el puente desplomado.

Para colmos, la radio de la camioneta de Andrés había dejado de funcionar al momento del volcamiento.

Ese era el incierto panorama: un camino cortado y en medio de él, cuatro asustados individuos unidos por el destino y uno de ellos herido, requiriendo urgente atención médica.

(continuará…)

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