Horas macabras

Incesante y sospechosa manera de mirar, penetrante y oscura. Temible. Como un cazador mirando a su presa, con grandes ojos triunfantes e irreconocibles por el placer, excitación y como no, por la victoria. Ella hierática del miedo, sin poder acaso dar un último aliento ahogado tras el terrible colapso entre la vida y la muerte. Desangra su cuerpo, con el, su alma, sin reposo, yace en ninguna parte.
Del olvido se hizo su ser, pero en el aire aún está el flujo de energía, infinito a la par que bello, que sin duda alguna llegará a ser algo grandioso. Mientras, la paz de la nada profunda guarece en su extinta mente. Por ahora nosotros podemos seguir viendo nuestra cara frente al espejo, viendo esa primera arruguita, sin importancia, bajo el ojo, quedándonos perplejos ante el vaivén de contradicciones sobre la vida misma, creyéndonos nuestra propia mentira, "aún nos queda mucho". Unos mueren y con algo de pena callamos. Otros desperdician su vida, muertos quedan. Nos surge el remordimiento de un ayer mejor, o de un futuro tranquilo, se nos olvida el otro, que en peores situaciones ha caminado, y ese remordimiento, concluye ni como secundario. ¿Dispuesto a morir? No, para nada, pero para que vivir si en verdad no servimos para nada, no hacemos nada, no mejoramos nada. Y aún, seguimos como infantes sin tener presente lo evidente, con la muerte en los talones. No física (que también), mental.