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El colombiano Alvaro Mutis fue el mejor (y más duro) crítico de García Márquez.

Muere Alvaro Mutis, el primer hombre que leyó "Cien años de soledad" y abroncó a García Márquez

Alvaro Mutis murió este domingo  en México a los 90 años de edad. Fue premio Principe Asturias de las Letras en 1997, y Cervantes en 2001.

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
García Márquez (centro) y Álvaro Mutis (derecha).  -Foto: EFE
García Márquez (centro) y Álvaro Mutis (derecha). -Foto: EFE

Es famoso el prólogo que García Márquez le dedicó, donde cuenta la insólita vida de Mutis. El escritor colombiano Álvaro Mutis, que acaba de fallecer, fue el primer lector de la novela latinoamericana más importante del siglo XX: Cien años de soledad. Y su primera impresión fue echar una bronca a García Márquez.

Gabriel García Márquez lo confesó así en el prólogo del libro de Mutis La mansión de Araucaima y otros relatos. En este prólogo, que se ha hecho famoso por las anécdotas increíbles sobre Mutis que cuenta García Márquez, también se revela que todo empezó cuando Mutis le regaló un ejemplar de Pedro Páramo, la gran novela de Juan Rulfo, y que le dijo: "Ahí tiene para que aprenda".

"Con la lectura de Juan Rulfo aprendí no sólo a escribir de otro modo, sino a tener siempre listo un cuento distinto para no contar el que estoy escribiendo", confesaba García Márquez.

Luego, García Márquez confió tanto en el criterio literario de su amigo Mutis, que le fue relatando en voz alta el contenido de los capítulos de Cien Años de Soledad a medida que los terminaba. Y así lo hizo durante 18 meses en su casa. "El los escuchaba con tanto entusiasmo que seguía repitiéndolos por todas partes, corregidos y aumentados por él. Sus amigos me los contaban después tal como Alvaro se los contaba, y muchas veces me apropié de sus aportes".

El primer lector

Sucedió que cuando García Márquez terminó el primer borrador de la gran novela, se lo envió por fin a Álvaro Mutis. Al día siguiente, Mutis le llamó indignado: "Usted me ha hecho quedar como un perro con mis amigos", le gritó. "Esta vaina no tiene nada que ver con lo que me había contado".

Esa vaina, se convirtió en la gran novela latinoamericana del siglo XX, y una de las mejores de la literatura mundial.

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Desde entonces -confesaba García Márquez-, "ha sido el primer lector de mis originales. Sus juicios son tan crudos, pero también tan razonados, que por lo menos tres cuentos míos murieron en el cajón de la basura porque él tenía razón contra ellos. Yo mismo no podría decir qué tanto hay de él en casi todos mis libros, pero hay mucho".

¿Y como era Mutis retratado por García Márquez? Le definió como un hombre de "oficios raros e inumerables".

"A los 18 años, siendo locutor de la Radio Nacional, un marido celoso lo esperó armado en la esquina, porque creía haber detectado mensajes cifrados a su esposa en las presentaciones que él improvisaba en sus programas. En otra ocasión, durante un acto solemne en este mismo palacio presidencial, confundió y trastocó los nombres de los dos Lleras mayores. Más tarde, ya como especialista de relaciones públicas, se equivocó de película en una reunión de beneficencia, y en vez de un documental de niños huérfanos les proyectó a las buenas señoras de la sociedad una comedia pornográfica de monjas y soldados, enmascarada bajo un título inocente: El cultivo del naranjo. Fue también jefe de relaciones públicas de una empresa aérea que se acabó cuando se le cayó el último avión. El tiempo de Alvaro se le iba en identificar los cadáveres, para darles la noticia a las familias de las víctimas antes que a los periódicos. Los parientes desprevenidos abrían la puerta creyendo que era la felicidad, y con sólo reconocer la cara caían fulminados con un grito de dolor".

El primer encuentro

Los dos habían coincidido en 1949 en la Biblioteca Nacional de Bogotá, aunque apenas cruzaron palabra. Mutis entraba en la salita de música y pedía que le tocasen el concierto de violín de Mendelsohn. García Márquez, que también visitaba la salita de música, odiaba a este hombre "de nariz heráldica y cejas de turco, con un cuerpo enorme y unos zapatos minúsculos como los de Buffalo Bill, que entraba sin falta a las cuatro de la tarde".

Cuarenta años después se volvieron a encontrar en México y García Márquez reconoció "la voz estentórea, los pies de Niño Dios, las temblorosas manos incapaces de pasar una aguja por el ojo de un camello". Y García Márquez soltó: "Carajo": de modo que eras tú". Desde entonces se hicieron grandes amigos.

Muchos les han preguntado al Nobel cómo había podido durar tanto la amistad desde entonces. A lo que García Márquez respondía: "Alvaro y yo nos vemos muy poco, y sólo para ser amigos. Aunque hemos vivido en México más de 30 años, y casi vecinos, es allí donde menos nos vemos. Cuando quiero verlo, o él quiere verme, nos llamamos antes por teléfono para estar seguros de que queremos vernos. Sólo una vez violé esta regla de amistad elemental, y Alvaro me dio entonces una prueba máxima de la clase de amigo que es capaz de ser".

Un 'botero' que desapareció
Se trató de un hurto. García Márquez cuenta que una noche, "ahogado de tequila" con un amigo, tocó a las cuatro de la madrugada en el apartamento "donde Alvaro sobrellevaba su triste vida de soltero y a la orden. Sin explicación alguna, ante su mirada todavía embobecida por el sueño, descolgamos un precioso óleo de Botero, de un metro y veinte por un metro; nos lo llevamos sin explicaciones e hicimos con él lo que nos dio la gana. Alvaro no me ha dicho nunca una palabra sobre el asalto, ni movió un dedo para saber del cuadro, y yo he tenido que esperar hasta esta noche de sus primeros 70 años para expresarle mi remordimiento".

Los dos viajaron mucho juntos por Europa. "Otro sustento de la amistad". "Para mí, las horas interminables de carreteras europeas han sido la universidad de artes y letras donde nunca estuve. De Barcelona a Aix-en-Provence aprendí más de 300 kilómetros sobre los cátaros y los papas de Aviñón. Así en Alejandría como en Florencia, en Nápoles como en Beirut, en Egipto como en París".

Comentarios extraños
Cuenta García Márquez los extraños comentarios y actitudes de su amigos Mutis en estos viajes. Un día, viajando por Bélgica, dijo: "País de grandes ciclistas y cazadores". Y comenta el premio Nobel: "Nunca nos explicó qué quiso decir, pero nos confesó que él lleva dentro un bobo gigantesco, peludo y babeante, que en sus momentos de descuido suelta frases como aquella, aun en las visitas más propias y hasta en los palacios presidenciales, y tiene que mantenerlo a raya mientras escribe, porque se vuelve loco y se sacude y patalea por las ansias de corregirle los libros".

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"En París, esperando que las señoras acabaran de comprar, Alvaro se sentó en las gradas de una cafetería de moda, torció la cabeza hacia el cielo, puso los ojos en blanco y extendió su trémula mano de mendigo. Un caballero impecable le dijo con la típica acidez francesa: "Es un descaro pedir limosna con semejante suéter de cachemir". Pero le dio un franco. En menos de 15 minutos recogió 40.
Y en Roma, cuenta García Márquez, que en casa de Francesco Rosi, "hipnotizó a Fellini, a Mónica Vitti, a Alida Valli, a Alberto Moravia, a la flor y nata del cine y de las letras italianas, y los mantuvo en vilo durante horas, contándoles sus historias truculentas del Quindío en un italiano inventado por él, y sin una sola palabra de italiano. En un bar de Barcelona recitó un poema con la voz y el desaliento de Pablo Neruda, y alguien que había escuchado a Neruda en persona le pidió un autógrafo creyendo que era él. Un verso suyo me había inquietado desde que lo leí: "Ahora que sé que nunca conoceré Estambul".

El prólogo completo se puede leer en este enlace.

Fuente: Lainformacion.com: Carlos Salas - 23/09/1

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