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Relato corto

Ausencia del Ayer

Por Quely (Madrid)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

La mujer dejó las sandalias en la arena, a unos escasos metros de la playa, caminó lentamente, dejando tras de sí, las profundas huellas de sus pies, dejando tras de sí, toda una vida de recuerdos.

Estaba atardeciendo y corría una suave brisa, sintió como una leve caricia las olas que llegaban hasta la orilla y mojaban sus pies descalzos. Observó el horizonte con tristeza, sería la última vez que sus ojos contemplaran la majestuosidad del mar, ese mar azul y profundo que parecía terminar en ese lejano trazo recto que lo unía con el cielo.

La playa estaba ya sola y vacía. Había intentado luchar contra una depresión que estaba consumiendo su existencia, pero todos sus esfuerzos habían sido inútiles. No quería arrastrar a los suyos en su caída hasta lo más profundo de su tristeza.

Sería un final dulce, siempre había soñado con formar parte de esa inmensidad azul y misteriosa, las olas salpicaban sus rodillas. Recordó su infancia, siempre feliz, recordó a sus padres, quienes la habían dejado en una completa orfandad, pensó en sus hijos, en su marido.... Que rápido pasaba el tiempo, que fugaz era el paso por la vida, los recuerdos se agolpaban en su cabeza, el agua llegaba hasta su cintura, sintió un ligero escalofrío, abrió los brazos, tocando el mar con la palma de sus manos.

Se sentía sola, la tristeza había invadido su corazón, amaba profundamente a los suyos, pero la vida desde hacía algún tiempo no era fácil para ella. Evocó su juventud, aquel resplandor lejano e inocente de tanta dicha ya perdida.

Había dedicado la vida entera a su familia, a cuidar primero de sus hijos, a procurarle a su esposo una vida grata y a atender finalmente, a sus progenitores.

Pero nada de todo aquello quedaba, sus hijos eran ya mayores y ya no la necesitaban, su esposo ya no la miraba con la ternura y la pasión de antaño, y sus viejos habían emprendido tal vez demasiado pronto ese misterioso viaje sin retorno.

Ya nada quedaba por hacer, las olas serpenteaban alrededor de su cuello, aún podía tocar la arena con la punta de sus pies, ya no podía seguir avanzando sin hundirse del todo, soltó su cuerpo, dejando que flotara boca arriba, abrió los brazos en cruz y miro el cielo, las estrellas empezaban a brillar en la inmensidad del firmamento

En la absoluta soledad de su tremenda decisión pensó en la cantidad de mujeres, cientos, miles, millones de mujeres que alguna vez, sintieron como ella. ¿Podría alguien reconocer tal vez, que por siglos y siglos la labor de una mujer consistía en esa entrega leal y desinteresada?, ¿que una mujer cuando se casa se entrega por entero y de lleno a los suyos, sin esperar nada a cambio? Lo injusto de la vida, era que nadie parecía darse cuenta de ello, que era una ley impuesta desde el día en que se casaba y formaba una familia.

El mar ya casi tapaba por entero su cuerpo, pensó en sus seres queridos, no, no era nada justo para ellos, no tenían la culpa de su cobardía, tal vez sufrirían tanto como ella cuando perdió a sus padres.

Las olas la arrastraban hacia adentro, “Dios mío, ¿qué estoy haciendo?, pensó.

Intentó desesperadamente nadar hacia fuera, pero la fuerza del mar se lo impedía.

El final parecía cercano, ya no podría volver a ver el rostro de sus seres tan amados, ya no podría sentir su contacto, no podría oír sus voces, no podría...

Una ola más grande y con más fuerza que las demás, como en un extraño y misterioso milagro que le brindaba una nueva oportunidad, la empujó con fuerza hacia la orilla.

Era ya de noche, con un último esfuerzo se arrastró pesadamente por la arena, sus sandalias habían desaparecido, el mar se las había llevado hacia lo más hondo y el mar se había llevado con ellas, su absurdo intento de escapar cobardemente de este mundo.

 

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