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DIALOGOS CINÉFAGOS

La difícil traducción del miedo

Cartel cinematográfico de la película de Claudia Llosa, La Teta Asustada
Cartel cinematográfico de la película de Claudia Llosa, La Teta Asustada
miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
La teta asustada, se titula la película de Claudia Llosa que ganó este ano el Oso de Oro en el Festival de Berlín. En inglés la titularon The Milk of Sorrow (La leche de la pena), en francés Fausta, como el nombre de la protagonista. En italiano Il canto di Paloma.
Este intento de “embellecimiento” del titulo nos hace pensar en las dificultades de distribución que enfrentan este tipo de películas, a pesar de haber ganado el primer premio en el Festival de Berlín, su paso por algunos cines europeos fue bastante rápido, sin duda el tema que trata la película es difícil. Claudia Llosa enfrenta al espectador a la experiencia traumática vivida por miles de peruanos y peruanas en los difíciles años 1980.

Durante esta década de conflicto interno además de las muertes de alrededor de setenta mil personas producto del enfrentamiento entre fuerzas armadas y terroristas, muchas mujeres campesinas fueron violadas La realizadora da cuenta en esta, su segunda película, de esta realidad. Y lo hace dándole la palabra a dos mujeres, una madre que ha sido violada y su hija que ha heredado el mal de “la teta asustada”.

El canto quechua de la madre de Fausta en la escena de apertura, nos instala desde ya en lo que será el registro global de la película. Un relato que emana del silencio, de la observación detenida y de la reflexión sosegada. La voz a capella de la madre que canta en quechua la historia, su historia, nos expone suavemente, violentamente, a lo que podríamos llamar el espacio íntimo de la tragedia. No entendemos el idioma pero podemos percibir el dolor en la inflexión de la voz, podemos percibir la cercanía de esos dos cuerpos que se comunican, en la palabra, en la música y también en el silencio. Cuando la voz de la madre se extingue, Fausta queda sola, enfrentada a un mundo que la amedrenta. En la escena siguiente la realizadora nos muestra ese mundo, ahí donde el espectador esperaría ver las alturas milenarias de los Andes se encuentra un barrio periférico de Lima.

Fausta vive en casa de su tío, junto con el resto de su familia se dedican al negocio familiar que consiste en realizar ceremonias de casamiento. Los colores de la fantasía, el brillo de los trajes, y el rosado de los adornos, contrastan con el fondo de cerros áridos y de casas humildes. Fausta parece habitar otro espacio, un espacio donde la fuerza de lo ritual sigue teniendo una importancia real, un valor que va más allá del brillo de los ornamentos. Ella solo piensa en poder llevar a su madre fallecida de regreso al pueblo, pero para ello deberá conjurar sus miedos más recónditos y bajar a la ciudad para trabajar como empleada en la casa de una pianista de gran fortuna.

Claudia Llosa muestra aquí el contraste entre los dos mundos que cohabitan en Lima, el de los indígenas, con un fuerte arraigo en sus tradiciones y en su cultura –el mal de la teta asustada, que consiste en la transmisión de un miedo profundo de la madre a la hija a través de la leche del amamantamiento, la papa portada por Fausta en su vientre para evitar futuras violaciones – y el de los criollos, influenciado por el mundo occidental.

El encuentro con la pianista le permite a Fausta tomar conciencia de su talento. A pesar de la relación de subordinación que se establece entre la protagonista y la dueña de casa, la llegada a este nuevo espacio le permite a la joven liberarse de su mal. Porque “quién canta, su mal espanta” y Fausta canta, bajito y luego más fuerte, pero también se calla cuando su patrona le pide que le muestre su canción.

Entremedio la papa que se esconde en su interior comienza a florecer y Fausta debe soportar el dolor, que se va tomando físico. Su relación con este mundo, usualmente percibido por Fausta a través del prisma del temor, se va volviendo de a poco, más amable. Las escenas intimistas que muestran las conversaciones de Fausta con la patrona y con el jardinero muestran la fragilidad de un ser que ha sido largamente marginado.

Finalmente, los diálogos en quechua entre Fausta y el jardinero de la casa, van dando cuenta de un imaginario rico en símbolos y metáforas. Claudia Llosa muestra como esa tela espesa que separa a la protagonista de los demás se va desintegrando lentamente, son necesarios por una parte, el cariño de un interlocutor que la comprende y que habla “su misma lengua” y el shock del encuentro brutal con el mundo.

Si bien la película trata la mayor parte del tiempo, de la actitud temerosa de Fausta – que pareciera tender a la desaparición, a tal punto la afectan el mundo y las relaciones – el espectador no ve otra cosa que Fausta; su expresión inquieta al caminar entre la gente en la calle, sus bellos ojos rasgados que aparecen detrás de una ventana, su mirada pregnante y vidriosa, sus manos delicadas, su presencia portentosa.

Sus rasgos indígenas nos recuerdan esa otra belleza que ha quedado recluida al patio trasero en nuestros países de América Latina. Es raro verlos en las publicidades o en las series televisivas, las palabras de Gabriela Mistral escritas en 1932 nos parecen entonces de una asombrosa actualidad: “En cada atributo de la hermosura que los maestros nos enseñan, nos dan exactamente el repudio de un rasgo nuestro; en cada sumando de la gracia que nos hacen alabar nos sugieren la vergüenza de una condición de nuestros huesos o de nuestra piel. Así se forman hombres y mujeres con asco de su propia envoltura corporal; así se suministra la sensación de inferioridad de la cual se envenena invisiblemente nuestra raza, y así se vuelve viles a nuestras gentes sugiriéndoles que la huida hacia el otro tipo es la única salvación.”(1)

Por eso se agradece tanto el poder ver a Fausta (Magaly Solier) y a su secreto encanto cantando en quechua en la ceremonia de premiación del Festival de Berlín, de la mano de Tilda Swinton, y de Claudia Llosa. Doblemente reivindicativa esta película hecha por una mujer, peruana, que muestra con mucho respeto y admiración el ámbito indígena. Después de ver La teta asustada podemos, debemos dirigir nuestra mirada y nuestra preocupación hacia los pueblos originarios de América Latina que siguen siendo discriminados y maltratados, sin que se les reconozca su legitimidad y su diversidad. No hay que olvidar la matanza de indígenas en Bagua, departamento del Amazonas, en Perú, el pasado 05 de junio. Ni la difícil situación de los mapuches en el sur de Chile, ni la censura aplicada a quienes han intentado dar cuenta de estos conflictos, como es el caso de la documentalista chilena Elena Varela que ha sido encarcelada y acusada de terrorismo, extremismo, y cuyo material de trabajo (audios, entrevistas, escritos) ha sido requisado por la policía.

La película de Claudia Llosa da cuenta de una urgencia, los países de América Latina deben mirarse profundamente, para intentar ese difícil reconocimiento que los conduce a un obsesivo cuestionamiento de su identidad. El ejemplo de La teta asustada nos dice que basta con mirarnos a los ojos, basta penetrar en los ojos de Fausta. “Esos ojos miran a través de una especie de óleo negro, de espejo embetunado con siete oleos de bondad y de paciencia humana, y muestran unas timideces conmovidas y conmovedoras.”(2)

Para entender el miedo acumulado, basta escuchar sin prejuicios esa música que nos hermana, tal vez así podamos percibir, mas allá de la lengua, la difícil traducción del miedo.
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(1) Gabriela Mistral, Recados para América, Santiago, Ediciones Pluma y Pincel & Instituto de Ciencias Alejandro Lipschutz, 1978.p. 130.
(2) Ibid. p. 131.
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