Astor Piazzolla (II)

Así era hasta no hace muchos años. Y no solo los músicos como es el caso que nos ocupa. Recordemos el “via crucis” de Eva Duarte en la gran capital mucho antes de conocer a Perón. Habíamos dejado a Astor Piazzolla en su “huída” a Buenos Aires con solo 18 años. Su particular peaje fue el trabajar por pocas monedas en varias orquestas, hasta que en 1939 debuta en la de Aníbal Troilo. “El Johny” como lo llamaban por haber vivido en Estados Unidos, deslumbró al gran director. Abandona a Troilo y se une a la orquesta del cantante Francisco Fiorentino. Pero Piazzolla necesitaba más: “Yo no soportaba la vida del cabaret y hacer lo mismo todas las noches, un día abandoné el bandoneón y decidí hacer arreglos, componer música para películas y seguir estudiando. Siempre tuve con el bandoneón una extraña relación de amor-odio. Me daba vergüenza ir con el bandoneón por la calle”. El retiro de la noche lo compensaba componiendo distintas rapsodias y sinfonías. La llamada “Buenos Aires” en tres movimientos, le permiten ganar un concurso por el que obtiene el premio Fabián Sevitzky, que consistía en una beca para estudiar en París con Nadia Boulanger, la gran compositora, directora de orquesta y profesora francesa (1887-1979) que le convence que el bandoneón es su instrumento y el tango su música. Regresa a Buenos Aires y forma el que sería la auténtica revolución dentro del tango, su famoso Octeto el que desencadenó la furia de los tangueros tradicionales. Eligió a siete grandes músicos: Enrique Mario Francini (violín), Atilio Stampone (piano) Leopoldo Federico (bandoneón), Hugo Baralis (violín), Horacio Malvicino (guitarra), José Bragato (violoncello) y Juan Vasallo (Bajo). El octavo era él con su bandoneón. La primera grabación editada en vinilo por el “Octeto Buenos Aires” corresponde al año 1955. En la misma Piazzolla señala que el único propósito de esta agrupación es “renovar el tango popular, mantener su esencia, introducir nuevos ritmos, nuevas armonías, melodías, timbres y formas.”. La crítica en general es feroz, por eso en 1958 va a repetir la aventura de sus padres y se marcha a Nueva York. Pero ahí no puede imponer condiciones. Los americanos están acostumbrados a ir de amos por el mundo, y muy pocos saben donde está Buenos Aires. Para poder trabajar tiene que vestirse con la típica indumentaria del “compadrito” y tocar el bandoneón en un cabaret. Para buscar otras posibilidades, inventó el “jazz-tango” al que luego renunciaría: “una horrible mezcla de la que me arrepiento”. Pero no todo fue baldío, ya que estando en el país del norte de América, compuso una de sus obras más importantes, “Adios Nonino” en homenaje a su padre fallecido el 13 de Octubre de 1959. (Continuará)