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¿Por qué no nos obedecen los elementos?

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Nuestra península (España) sufre las consecuencias del cambio climático, el aumento de la temperatura, los incendios, el calor, nos recuerda especialmente en los meses del verano, cuan sensible es el equilibrio natural, y la repercusión de las actuaciones humanas en nuestro entorno.
El estrés, la vida ajetreada en las ciudades lejos del contacto con la naturaleza, las dificultades y conflictos con los que nos confrontamos a diario, parecen habernos transportado lejos de nuestra verdadera existencia. La naturaleza, los animales, los elementos son entonces explotados sin sentimiento alguno. Insensiblemente comemos la carne de animales que han vivido su corta vida en establos crueles, echamos pesticidas, herbicidas, fungicidas y semillas manipuladas a los campos para que nuestros bolsillos saquen el mayor beneficio posible, vaciamos a los mares de peces con una pesca cruel, brutal y cada vez más sofisticada, cazamos en los campos los animales que en realidad necesitan nuestra ayuda, porque ellos también sufren sed, calor y las consecuencias de tanto desequilibrio ambiental, llenamos la atmósfera de antenas de comunicación que emiten ondas que afectan a la vida, etc., etc. Y todos contribuimos a ello, porque nos dejamos llevar por el tren de nuestra sociedad en gran parte orientada al consumo e influenciada por los medios de comunicación. Casi pareciera que el hombre haya dejado de existir como ser individual capaz de pensar por sí mismo.

¿No es la consecuencia lógica del egoísmo el apartarse de Dios y la insensibilidad de nuestro corazón para con nuestro entorno? ¿Quién es entonces el causante de lo que nos afecta? ¡Cuánto desearíamos poder controlar los elementos, por ejemplo el fuego, la lluvia, el viento!, ¿pero, es eso imposible?

Jesús de Nazaret caminó sobre las aguas, condujo los vientos y convivía con los animales salvajes. Tal vez recordar un pasaje de Su vida, en base al libro Esta es Mi Palabra, nos ayude y muestre una perspectiva diferente, que cada uno puede aplicar, pues sólo así encontraremos una solución veraz y duradera.

Cada pensamiento contrario a la ley de Dios y cada acto en contra de la ley divina produ­je­ron y producen invariablemente la limitación de aquellos que de ese modo se han apartado de la ley eterna. La suma de las faltas en contra de las leyes dio como resultado la limitación y la condensación, y posteriormente la crista­li­­­zación, la materia, el tiempo y el espacio.

Al ser humano le sería posible transformar la estructura material y hacer volver la densi­fi­cación a niveles de vibración más elevados, por­que en él están latentes las fuerzas más ele­vadas. A los seres humanos les corresponde animar estas fuerzas y aplicarlas correcta­men­te.

De esta manera la estructura material se ha­ría más sutil porque empezarían a actuar las sie­te fuerzas básicas de la ley universal, las cua­les poco a poco llevarían toda la estructura ma­te­rial a otro estado físico. Esto podría suceder, sin embargo, sólo a través de personas que es­tén dispuestas a cambiar su forma de pensar y de vivir, y que realicen la ley eterna del amor, de la paz y de la unidad.

Los cuatro elementos, fuego, agua, tierra y ai­re forman el sistema de respiración de la Tierra. Si este ritmo regular es perturbado una y otra vez por el ser humano, con el correr del tiem­po todo el organismo terrestre será altera­do. A raíz de esto, tanto los campos magnéticos de la Tierra como las corrientes magnéticas se­rán influenciados, éstos constituyen la ley de la Tierra y de los planetas, y pertenecen a su sis­te­ma solar.

Visto de manera global, cada alteración re­per­cute también en el eje terrestre.

Cada cambio dentro de la Tierra y sobre ella produce por su parte un cambio en y dentro del ser humano, en y dentro del mundo ani­mal; provoca también una reacción corres­pon­dien­te en el mundo vegetal y transforma inclu­so la irradiación de los minerales.

Lo que sucedió en tiempos remotos sucede tam­bién actualmente: quien altera las siete fuer­zas básicas del infinito por medio de pen­sa­mientos erróneos y de un modo de actuar contrario a la ley, crea disonancias no sólo so­bre y dentro de la Tierra –de las que resultan nue­vas alteraciones– sino también en sí mismo.

Las constantes interacciones, las disonancias en todas las formas de vida –por lo cual se al­teraron las formas, los colores y los sonidos– tu­vieron influencia en el curso del tiempo en los seres humanos, en los reinos de la natu­ra­leza y en todo el sistema solar. Debido al com­por­tamiento contrario a la ley –por el cual se abusó y se abusa de las fuerzas cósmicas– se produjeron repetidos agrietamientos polares, erupciones y cosas semejantes. La Tierra no se tranquilizó ni ha llegado a tranquilizarse inclu­so en el tiempo actual.

Quien interviene entonces en las leyes cós­micas y las altera crea irremediablemente diso­nan­cias en todos los planos de vida de la Tierra y en la Tierra misma. Debido a que cada pensa­mien­to, cada palabra y cada acto es energía –y como ninguna energía se pierde–, tanto lo posi­ti­vo, la forma legítima de pensar y actuar, como también lo ilegítimo recae entonces sobre el cau­sante, o sea sobre el hombre y sobre su alma.
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