Cambiar de identidad para recuperar la propia

Como soy un cliente mas o menos regular, ella ya me ubica y en un par de ocasiones, -cuando ha habido poca gente en el local-, hemos conversado. Es así como me entero que su nombre verdadero no es Ruby como todos la conocen sino Dorimar y que en su natal Pernambuco, alcanzó a graduarse de asistente social antes de emigrar en busca de mejores horizontes a España donde, -dice-, le ha sido imposible conseguir empleos que tengan alguna relación con su especialidad profesional y ha tenido que conformarse con otros oficios menos gratificantes pero para los cuales sí hay demanda. Ha cuidado ancianos, enfermos y niños y también ha trabajado en el servicio doméstico el cual dejó porque le resultaba muy difícil compaginar este trabajo con sus afanes de buscar una posibilidad  más en consonancia  con  su titulación académica que, por otro lado, en España no tiene ningún valor a menos que se obtenga la homologación, trámite farragoso, difícil y en la práctica, imposible de conseguir. Por ello, me cuenta Ruby, “decidí aceptar este trabajo que aunque muy pesado por el hecho de trabajar hasta la madrugada, me deja libre el día para buscar otra cosa y ver la posibilidad con el tiempo, de traer a mi hija a quien no veo desde hace dos años”.

En la gasolinera donde casi a diario paso a repostar, todos los empleados son inmigrantes, incluso el encargado, un europeo del este de edad imprecisa y de modales rudos y hablar grosero con fuerte acento que gusta gritonear al resto de los empleados con el objeto –quizás-, de sublimar secuelas de maltrato en su país de origen.

Todos los empleados son sudamericanos. Hay dos peruanos, un ecuatoriano, una chica colombiana y un argentino que mientras ordena productos en la mini tienda que hay dentro del pequeño local de la gasolinera, masculla por lo bajo un, “hijo de puta, cabrón, cualquier día te ajustaré las cuentas”. El argentino tiene, aún en su uniforme de gasolinero, un aspecto impecable y un rostro que denota un ascendiente europeo, como la mayoría de los argentinos. Días después y mientras espero mi turno en el túnel de lavado de coches, tengo la oportunidad de cambiar unas palabras con él. Me cuenta que llegó hace tres años,  con un título de dentista y que sin embargo, no ha podido colocarse  en ninguna clínica ni siquiera de mozo de recados ya que (otra vez el farragoso trámite) la homologación de su título es prácticamente imposible, al menos en un plazo inferior a cuatro o cinco años ya que según me cuenta, debe cursar algunas asignaturas que en la carrera de odontología  en Argentina, no están contempladas y eso, -agrega-, que las facultades de odontología de Argentina están consideradas entre las mejores del mundo. “Incluso –remata-, muchos estudiantes españoles hacen cursos de post grado en  facultades de odontología argentinas. ¿Cómo se explica esto”?, termina.

Todo esto indica que detrás del rostro genérico de los inmigrantes se esconde una realidad que no conocemos. El tópico general atribuye de manera uniforme a los inmigrantes una calidad Standard: son extranjeros, vienen de países pobres y por consiguiente, carecen de educación, formación académica y por tanto, son mano de obra barata. Sin duda dentro del conglomerado inmigrante habrá quienes correspondan plenamente a esta descripción pero ésta, nunca puede ser  transversal y abarcar de manera absoluta a todos los extranjeros que han  decidido venir a España a trabajar.

He conocido a extranjeros con estudios de medicina repartiendo pizzas, ingenieros trabajando como taxistas, abogadas inmigrantes trabajando en el servicio doméstico y conocí el caso de una inmigrante licenciada en Filosofía y Letras cuya patrona (una maruja con cultura televisiva de “realities” como único precedente académico), que la despidió  apenas se enteró de los antecedentes de “estudios” de su empleada de hogar. La razón: “no voy a permitir que alguien que trabaja para mí, tenga más preparación que yo. ¿Que dirían mi marido y mi hija?. Por cierto, la causa del despido fue en realidad la cada vez mayor preferencia de la hija de la dueña de casa, por recibir ayuda en sus deberes escolares de parte de “la chacha colombiana” antes que de su propia madre.

La mayoría de nosotros no sabe que aspiraciones, sueños y esperanzas debieron guardar en el baúl de los recuerdos todos aquellos inmigrantes que han venido a España a la búsqueda de un “Dorado” que cada vez es más escaso y que hoy mismo,  la crisis galopante que vive el país, ha obligado a muchos de estos ciudadanos extranjeros a volver por donde vinieron  sin haber  conseguido en plenitud todos sus planes.

Lo que más me llama la atención de los muchos inmigrantes con quienes me encuentro a diario en diferentes lugares y ámbitos de trabajo, es la capacidad que tienen para adaptarse al medio y adoptar  forzadamente, una nueva identidad con el fin de asimilarse lo más pronto a las costumbres y usos del país con el propósito claro está, de allanar el camino al objetivo que se han propuesto al venir aquí. Muchos de ellos, -desempeñando trabajos que quizás en sus países de origen nunca pensaron hacer-, han aceptado de buen grado cambiar su identidad para luego, con el tiempo talvez, recuperar la propia.