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Carta desde Alemania

¿Una esperanza perdida? (I)

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

A pesar de que desde miles de púlpitos y altares en todo el mundo se predica desde hace siglos que el Hijo de Dios vino a la Tierra para traer la paz al mundo y, entre muchas otras cosas, para liberarnos de los pecados, el ser humano sigue viviendo tragedias de diversa índole.

Una brevísima mirada retrospectiva a la historia, así como la situación actual en que se encuentra nuestro planeta, muestran claramente que ni los pueblos se han unido en paz ni las transgresiones contra la ley divina y la secular han disminuido. La pregunta que se plantea entonces es por qué el ser humano no ha logrado lo que tal ser divino le prometió. Porque es seguro que de haber una respuesta positiva, nadie querrá que una esperanza de paz tan grande y de procedencia divina simplemente se disuelva en la nada.

 

Catástrofes de la naturaleza, guerras, matanzas, escándalos financieros, enfermedades, epidemias, explotación, disociación de los lazos familiares, pobreza, hambre, explotación, aumento de la separación entre ricos y pobres, etc., se suceden en mayor o menor medida en la vida de los pueblos y prácticamente de cada persona. ¿Cuál puede ser el motivo de todo esto, si un ser tan elevado trajo un mensaje de esperanza en el que creen más de mil millones de personas que dicen ser cristianas? ¿Será que se trató y se sigue tratando de un engaño, como siempre han afirmado muchos nihilistas? ¿O el ser humano realmente no tiene la posibilidad de alcanzar ese paraíso espiritual de que hablaba Jesús de Nazaret, porque en la vida humana no existe otra cosa que la materia, como asevera más de un ateo o intelectual? ¿O tal vez las enseñanzas originales fueron interpretadas erróneamente, tergiversadas y transformadas de tal modo, que ya no queda nada de su primera transmisión, por lo que nadie las toma en serio? ¿O por último puede que Jesús de Nazaret haya sido sólo un personaje histórico, como muchos otros, que vivió y obró en su tiempo y después de su muerte pasó al recuerdo?, como sucede a cada ser humano al fallecer, con lo que se niega una posible vida después de la muerte. El que como personaje histórico se le mantenga muerto desde hace siglos, colgado de una cruz del martirio, lo confirma.

 

Éstas y muchas preguntas más se podrían hacer los que dicen seguir al Nazareno, ya que tal vez la respuesta a ellas les podría dar la clave de por qué el mundo se encuentra en la caótica situación antes descrita. A su paso por la Tierra, Jesús dijo claramente que su reino no era de este mundo, lo que significa que él no se refirió a un lugar material sino espiritual. El que asegurara que volvería a la casa de su padre, en el Cielo, confirma que él seguiría viviendo como ser espiritual. Es más, él dijo también que allí en la casa de su padre había muchas viviendas (la gran mística de Ávila habló de moradas) que él había preparado para cuando cada uno de sus hijos volviera al hogar celestial, con lo que dejó en claro que cada ser humano dejaría algún día la vida en la materia para pasar a una vida espiritual, eterna. En todo esto dicen creer los cristianos, pero por lo visto no en que el resucitado siga obrando desde ese mundo espiritual en beneficio de sus hijos humanos, lo que si lo creyeran de verdad, significaría que la esperanza de hace dos milenios podría hacerse realidad. La pregunta es sólo cómo podría suceder esto.

 

Sin duda que hay muchas maneras de encontrar respuestas rápidas a la pregunta inicial. Pero una posibilidad de llegar a las raíces del problema sería preguntarse qué significa ser un seguidor de Jesús de Nazaret; planteado más específica y directamente: qué significa realmente ser cristiano. Después de escuchar una pregunta semejante, puede que más de un lector simplemente diga: “Vaya pregunta innecesaria, está claro que lo soy, puesto que mi Iglesia se denomina cristiana”. No obstante, si “su” Iglesia es una de las numerosas ramificaciones que en el curso de los siglos han surgido dentro del llamado cristianismo, la católica romana, la luterana protestante, la metodista, la calvinista, la bautista, la rusa o la griega ortodoxa, la mormona, la de los testigos de Jehová, etc., ¿se puede estar seguro de que en cada caso ambas denominaciones son o representan lo mismo?  Quien acepte la pregunta, podrá plantearse entonces una segunda interrogante: ¿cumple “mi” Iglesia con los principios que enseñó aquel a quien ella reconoce como el fundador del cristianismo? Ya que según informa el evangelio de Mateo, él, Jesús, dijo claramente que el que oyera sus palabras y las pusiera en práctica, sería como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca. O sea que lo que vale es llevar fielmente a la práctica lo que él enseñó.

 

Aquí no se trata de poner en duda la buena fe de aquellos que dentro de lo que enseña su Iglesia se esfuerzan en vivir cristianamente. La pregunta va más bien dirigida a que cada creyente confronte lo que enseña y practica su Iglesia con lo que se sabe de las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Tampoco se trata de comprobar quién es el mejor cristiano, el que pertenece a las ramificaciones mencionadas o el que se encuentra fuera de ellas. Lo que sí es un hecho, es que hay dos grandes Iglesias que tienen una enorme autoridad e influencia sobre sus fieles, por ejemplo en Alemania, la católica y la luterana protestante, que con un carácter institucional reclaman para sí el derecho a llamarse cristianas, la una con un incluso denominado vicario del Hijo de Dios en la Tierra, en Roma, por lo que la pregunta se la pueden plantear especialmente los que pertenecen a una de estas dos colectividades religiosas. Esta cuestión fue objeto de un estudio realizado por un periodista hace un tiempo en este país, y que por sus interesantes, lógicos y sencillos planteamientos, han sido tomados en parte para este artículo.

 

Confrontar las enseñanzas del Nazareno con la vida y los hechos de las instituciones que presumen ser cristianas no es difícil, ya que la historia, los medios de comunicación actuales así como las experiencias personales son una ayuda efectiva para ello. Pero ¿quién lo hace realmente? Y si esto para muchas personas no se plantea, ¿es por comodidad, por indiferencia o por temor a un castigo temporal o eterno? En el caso de la Iglesia más grande de las mencionadas, se puede partir de la base de que la que afirma ser la genuina representante del cristianismo, es la que ante la opinión pública con ello garantiza y avala con sus hechos, es decir, con sus obras, el representar las enseñanzas de Jesús de Nazaret. Avales son en este caso los teólogos, los sacerdotes, curas, obispos, cardenales, prelados, monseñores y otros miembros de su jerarquía eclesial, hasta el pontífice máximo, garantizando entonces con la vida que llevan, y con sus actos pasados y presentes, que lo que ellos enseñan y representan es “cristiano”, así como lo enseñó Jesús, el Cristo.

 

Lo mismo se puede exigir de los políticos que se presentan ante la opinión pública como pertenecientes a un partido cristiano, como en Alemania es el caso de dos grandes partidos políticos, la Unión Social Cristiana, CSU, del Estado de Baviera, y la Unión Democrática Cristiana, CDU, a nivel nacional. Ambos partidos actúan en unión fraternal y constituyen el gobierno actual de este país. La canciller federal es hija de un pastor protestante, el vicecanciller se declara católico practicante y todos los miembros del gobierno pertenecen a una de las dos religiones mencionadas. ¿Avalan todos ellos con sus actos que en cada una de sus decisiones gubernamentales aplican fielmente la enseñanza del fundador del cristianismo? Esta pregunta se puede plantear también a los gobernantes de todos los países occidentales, ya que la mayoría de ellos al tomar posesión de sus cargos juran con la ayuda de una Biblia cristiana.

 

En base a la pregunta inicial, en los próximos artículos sobre este tema se irán poniendo a disposición de los lectores interesados algunos hechos históricos y otros antecedentes, que sólo quieren ser una ayuda para que ellos mismos puedan dilucidar después sin coacción alguna la interrogante de si su Iglesia tiene el derecho a denominarse cristiana o no. El único riesgo que se corre es tener que replantearse la creencia practicada hasta ahora o –en el caso de los casos– reafirmar su fe anterior. Las palabras y la vida de Jesús de Nazaret otorgan esta libertad: el que quiera creer que lo crea, y el que lo quiera dejar que lo deje. Sólo que el que se arriesga, puede que llegue a la solución de que la esperanza traída hace unos 2000 años a la Tierra aún no está perdida.

 

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