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CARTAS DESDE ALEMANIA

Pentecostés cada día

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h
Pentecostés era originalmente la fiesta que celebraban los judíos en conmemoración del dictado de «la ley» en el monte Sinaí, cincuenta días después de la Pascua del Cordero. En la versión católica es la fiesta que conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, que se celebra el domingo que está cuarenta y nueve días después del domingo de Pascua.
Lo que fue un hecho especial y de gran significado se ha convertido con el correr del tiempo en una tradición más de la Iglesia, como tantas otras en las que entretanto el sentido del mensaje original se ha perdido y se ha ido transformando en una historia más del pasado. En la Biblia, en los Hechos de los Apóstoles 2, 1-4, se lee que «al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos con un mismo objetivo. De repente vino del cielo un ruido como una impetuosa ráfaga de viento, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; se llenaron todos de Espíritu Santo y se pusieron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse».

En los países que dicen ser cristianos, todos estos fenómenos de tiempos pasados los estudia, analiza y explica una disciplina que, al querer dar a sus estudios un carácter científico, se ha incorporado a las facultades universitarias con el nombre de teología. Así es como el tratado sistemático de la existencia y atributos de Dios ha adquirido, igual que las ciencias sociales, físicas, naturales y otras, la pátina académica de ciencia. En esta calidad pretende explicar a Dios. Sólo que de igual modo que las nombradas, para obtener sus postulados e interpretaciones, la «ciencia» teológica utiliza principalmente métodos empíricos, como la observación y la experiencia. El análisis de los hechos por parte de esta «ciencia» se puede decir entonces que es el resultado del estudio de las fuentes escritas, de la tradición, haciendo de ello una interpretación, mejor dicho una elucubración sobre los hechos históricos, que al fin y al cabo no es sino el laborioso empeño en realizar una construcción intelectual, material y humana, pero con poco fundamento, ya que tratándose de asuntos de Dios, lo más importante, la palabra directa y viva del Espíritu, esto es, de Dios o de Cristo, falta –como si ese Espíritu hubiese hablado sólo en tiempos pasados y ahora callara. Para una tarea tal, sería suficiente con las investigaciones de la ciencia de la historia.

El cristianismo originario de esta época, que continúa con la tarea de los primeros tiempos de la era cristiana, en los que no había ritos ni dogmas, tampoco jerarquías ni templos de piedra, se atiene a las palabras de Jesús de Nazaret, cuando él prometió volver ya no en traje terrenal sino en espíritu, anunciando que cuando la humanidad lo pudiese entender, él enviaría al Espíritu de la Verdad. Además, siendo que Dios es espíritu eterno y creador de todo lo que existe, un ser inmaterial que no tiene el lenguaje humano, en cada época él ha hablado a la humanidad en el lenguaje usual de ese tiempo a través de seres preparados y enviados por él, los profetas. Sólo que la mayoría de ellos han hablado fuera del ámbito institucional, habiendo sido siempre perseguidos por no atenerse a los cánones dogmáticos establecidos por una institución humana.

Según la Iglesia, el último y gran profeta que Dios envió a la Tierra fue Jesús de Nazaret. Y precisamente en la descripción de la vida del Hijo de Dios en la persona de Jesús, se puede constatar cuáles son los pasos metódicos y sobre todo los resultados del sistema científico de la teología para el pueblo cristiano: Se toma la tradición escrita como base de la interpretación teológica, se la estudia y completa de acuerdo con los principios teológicos y dogmáticos. En base a esto se hace celebrar a fines de cada año el nacimiento del Hijo de Dios, pocos meses después su pasión y muerte y unos días más tarde su resurrección y ascensión a los Cielos, todo en una secuencia anual que el pueblo cristiano, dirigido y embelesado por una liturgia digna de la mejor obra de teatro, celebra algunas horas, pero sobre todo aprovecha el tiempo para descansar y distraerse en esos días que la Iglesia ha impuesto como festivos en el mundo occidental. Esto se repite año tras año, los actos, las palabras, las escenificaciones y mucho más, y no es de extrañar entonces que poco a poco el sentido original de los acontecimientos de que relata la Biblia se hayan ido perdiendo y transformando en una fiesta puramente material. Bien se dice que la tradición es la que mata lentamente todo progreso y toda vida de un pueblo, ya que lo mantiene apegado a un pasado que genera una actitud conservadora y no crítica ni menos innovadora ante los acontecimientos. De este modo, el espíritu vivo que existía en los primeros años del cristianismo, fue anulado y reemplazado por la tradición, la liturgia y los dogmas. El lugar de los profetas fue ocupado por científicos de la teología, que con sus estudios y con sus hechos demuestran que no pueden estar basados en la palabra viva de Dios, ya que de serlo, el mundo no estaría en las precarias condiciones en que está ahora. Con la conducción directa del Espíritu divino, seguramente que no estaríamos viviendo tantas catástrofes de la naturaleza, el recrudecimiento de enfermedades, un cambio climático tan intenso, la crisis moral, social y económica y muchas cosas más que afectan a la humanidad.

Y sin embargo, ¿es posible imaginar que Dios, que ama infinitamente a todos sus hijos, calle y permanezca impávido antes los acontecimientos mundiales y el sufrimiento de sus criaturas, sean seres humanos, animales o la naturaleza, sin que obre en beneficio de ellos? Muchas personas rezan y piden ayuda; en muchas iglesias se reúnen los fieles y bajo la conducción de sus pastores ruegan por un mundo mejor; en Internet circulan cada vez más llamadas a la paz y a la cordura, futuros científicos de la teología siguen analizando, estudiando e interpretando los hechos que relatan sus libros sagrados; desde una ciudad a la que se llama «santa» se emiten apelaciones y se transmiten bellas palabras, y nada cambia a mejor, es más, al mundo y a sus habitantes les va cada vez peor. La realidad es que con todo eso nada mejora. Y la consecuencia que se puede sacar de esto es que tantos esfuerzos y peticiones, por muy bien intencionados que sean, pero que no tienen resultados concretos y positivos, no están realmente animados por el espíritu y la palabra de Dios, ya que no es la palabra lo que da vida, sino el cumplimiento de ella. Ya lo dijo Jesús de Nazaret, que quien construyera su casa sobre roca era un hombre sabio, que él era el camino, la verdad y la vida, y sobre todo recomendó: «Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide recibe; el que busca halla; y al que llama se le abrirá». Y aunque haya que concluir con que el cristianismo no ha cumplido los Mandamientos de Dios y las enseñanzas de Jesús, el Cristo, contenidas en el Sermón de la Montaña, y que la conducción del mundo cristiano por la ciencia de la teología ha llevado más a la materia que al espíritu, el Padre y el Hijo siguen tendiendo su mano en esta época a los hombres de buena voluntad.

Aunque muchos clamen e incluso pregunten dónde está Dios ante tanta miseria que acosa a la humanidad, esto no significa que Dios haya abandonado a sus hijos y los haya dejado al arbitrio de lazarillos estudiosos pero tan ciegos y anquilosados en la tradición como muchos de los que conducen. Desde hace más de 30 años el Espíritu de Dios está hablando a la humanidad en Alemania a través de un profeta, al que como dijo y previó Jesús de Nazaret en su tiempo, se le puede probar y reconocer por los frutos de su obra, que es de una envergadura pocas veces vista en la historia humana. Para muchas personas, acostumbradas a seguir las enseñanzas de la teología, esto parecerá una aberración, y muchos pensarán en la advertencia bíblica de que un día aparecerán muchos que profetizarán falsamente. Sin embargo, entretanto son miles y miles de personas en todo el mundo las que están viviendo a través de la radio, la televisión y muchas publicaciones en la prensa y en libros la obra de este profeta. Precisamente en uno de los libros inspirados por el Espíritu divino, con el título de «Esta es Mi Palabra. Alfa y Omega. El evangelio de Jesús. La manifestación de Cristo que los verdaderos cristianos han llegado a conocer en todo el mundo», se explican en base a un evangelio apócrifo los acontecimientos de la época de los albores del cristianismo en su verdadero significado para la posteridad, ya que se trata de la palabra viva y actual del Hijo de Dios a la humanidad a través de su instrumento, un profeta, esta vez una mujer de nombre Gabriele. Quien lea o escuche estos mensajes con el corazón y menos con el intelecto, se dará cuenta que detrás de ese profeta está la fuerza y la trascendencia del mismo Espíritu celestial que inspiró y condujo a los profetas del pasado, de los cuales el mundo cristiano actual no duda en absoluto.

En la obra mencionada antes se pueden leer explicaciones, rectificaciones y profundizaciones no sólo sobre el acontecimiento del nacimiento del Hijo de Dios, sobre su vida y su muerte, sino sobre muchos otros acontecimientos hasta ahora ignorados y que dan más luz a lo que realmente sucedió en aquel entonces, así como sobre el verdadero sentido de la venida de Jesús de Nazaret a la Tierra, ignorado o tergiversado por las teorías teológicas.

Bajo esta luz, el suceso de Pentecostés deja de ser algo lejano y difuso, y se hace comprensible de entender como un mensaje y un símbolo que no ha perdido actualidad, sobre todo en los tiempos que vive la humanidad. Si en aquel entonces algunos de los que vivieron ese acontecimiento pudieron sentir en sí mismos al Espíritu Santo, escuchando la palabra de Dios por una boca humana, ¿por qué no podría serlo también ahora?

Igual que en aquella época, también hoy cada persona puede escuchar la voz de la verdad en su corazón, cada cual en su lengua materna, ya que el mensaje de Dios a sus hijos humanos se transmite a toda la Tierra por los medios ya mencionados y en más de quince idiomas. El mensaje de Pentecostés de que cuenta la Biblia habla de que los que lo escucharon se llenaron del Espíritu Santo y proclamaron con valentía la palabra de Dios. Sin duda que sólo los que habían puesto por obra la enseñanza del Nazareno pudieron escuchar la palabra pura de Dios en su interior. Jesús fue muy claro en sus advertencias y recomendaciones cuando enseñaba al pueblo, todo con el sentido de que cada ser humano aprendiera a cumplir las leyes de Dios. Entre otras cosas legó una regla de oro universalmente válida: «Lo que quieras que otros te hagan a ti, hazlo primero tú a ellos», lo que también se puede expresar de otra manera: «Lo que no quieras que te hagan a ti, no se lo hagas tampoco tú a nadie». También habló de que nadie había de hacerse llamar Rabí; de que uno solo es santo, su Padre en el cielo; de que no juzguemos para no ser después juzgados; que no amontonemos tesoros en la tierra sino en el cielo, ni que nadie puede servir a dos señores; o que no orásemos como los hipócritas que gustan de ser vistos. O bien que sólo quien fuera tan humilde como un niño entraría en el reino de los cielos y también de que donde estuviese nuestro tesoro allí estaría nuestro corazón y muchas cosas más.

Esta es la fe viva y activa de que habló Jesús, no la creencia basada en el estudio bíblico y en la interpretación, que conducen a una fe muy cómoda y pasiva. Y él advirtió de ello, cuando dijo en el Sermón de la Montaña: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán aquel Día: ‘Señor. Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: ‘¡Jamás os conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!’». Para vivir esta fe basada en la acción no se necesitan templos ni dogmas ni ritos ni intermediarios. En los Diez Mandamientos que Dios dio a la humanidad a través de Moisés y en el Sermón de la Montaña de Jesús de Nazaret, están contenidos extractos de las leyes divinas, válidos para todo aquel que se quiera llamar cristiano con propiedad y no simplemente en base a la tradición o a estudios teológicos. Para tener acceso al mensaje divino actual, basta con tener un corazón abierto y libre, querer enterarse por sus propios medios y posibilidades del efecto que ese mensaje produce en el interior de cada uno y no a través de las interpretaciones centenarias e improductivas de una «ciencia» basada en la materia. El Espíritu divino sigue ofreciendo, como antaño y en todos los tiempos a través de sus profetas, su palabra a la humanidad bajo el lema de la libertad: quien pueda captarlo que lo capte, quien lo quiera dejar que lo deje. El libro mencionado y muchos otros se pueden leer y adquirir en www.editorial-la-palabra.com.

El acontecimiento de Pentecostés, el aprender a vivir en el interior al espíritu divino, así como aquellos que lo experimentaron en tiempos de Jesús, es posible cada día y en cualquier lugar para toda persona independientemente de su raza y lengua, llámese ateo o sea partícipe de una de las muchas religiones de este mundo. Pues Dios es universal y está por encima de las ciencias, creencias e instituciones nacidas de la mente humana. Informaciones sobre el cristianismo originario se pueden obtener en: www.vida-universal.org
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