También en la vejez una persona puede dar pasos de aprendizaje en la vida, pasos de la vida que al mismo tiempo pueden ser pasos de rejuvenecimiento... Deberíamos dar cada día de nuevo un paso de aprendizaje, grande o pequeño, afirmando las fuerzas positivas, que podemos extraer sobre todo de los Diez Mandamientos y el Sermón de la Montaña de Jesús. A partir de los 50 años es el mejor tiempo para la autorreflexión. Quien ha pasado los 50 años ya no debería coquetear con el dejarse tiempo, sino que debería orientarse a los ideales espirituales, madurando para representar los valores correspondientes.
Si sobrepasamos la edad de 60 años, el tormentoso querer y el acuciar, que es propio de la juventud, debería haber disminuido. A partir de los 50 años la edad pasa a convertirse en edad madura; el verano tiende su mano al otoño. El hombre que ha madurado en el Espíritu vivirá, de acuerdo con el otoño que comienza, con más tranquilidad y cordura. Quien cree que tiene que recuperar algunas cosas, opinando que las ha omitido en la juventud, sucumbe al autoengaño. El autoengaño conduce a la decepción y a la resignación. Una afirmación que debería dar que pensar a aquel que está envejeciendo es: Aquel que desea recuperar la juventud, envejece.
En la vejez permanecer siendo activo en espíritu y creativo significa dedicarse oportunamente a otros talentos, encargándose de las tareas correspondientes. Quien se da aliento a sí mismo para prosperar, vive la verdadera comunidad con sus semejantes. De ello se pueden desprender otras y nuevas tareas, por ejemplo, la ayuda y el servir mutuos, o la acción desinteresada por una buena causa.
Los animales no saben de su edad ni tampoco saben del envejecer, ¿por qué? Porque no forman un pasado en el que las decepciones, amarguras y los miedos conforman la imagen futura y con ello la vejez. Ellos viven en el presente, en el espíritu de la naturaleza. Nuestro cuerpo se marchita, envejece, pero se hace viejo sólo a raíz de nuestros deseos, también del querer, de los pensamientos contrarios a la ley de Dios, y a causa de nuestros miedos y preocupaciones por nuestra vida. El que ha superado el pasado no siente cómo se le van los años. El envejece, pero jamás será viejo. No echará de menos la juventud porque vive sus ideas conscientemente, sus días y años, no con temor por el mañana, no por miedo por lo que podría surgir todavía del pasado.
Una actividad espiritual conduce a tener energía de acción hasta una edad avanzada, porque el cerebro permanece activo y es irradiado por la fuerza de vida creativa. A más tardar en la mitad de nuestra existencia terrenal deberíamos preguntarnos: ¿Procuramos alcanzar lo humano, lo externo, o la interiorización, la conciencia de Dios? Esta decisión es de importancia vital, pues justamente entre los 35 y 42 años es posible hacer un nuevo y fundamental cambio de vida...”
Quien ha seguido siendo joven en el interior, como persona mayor es considerado y paciente, especialmente con la juventud, pues él mismo ha hecho la experiencia de que se debe dejar libre a la juventud para que siga su propio rumbo de vida. Otra regla espiritual interna básica es no ponerse jamás los zapatos del ayer, esto es, de retroceder; jamás mirar hacia atrás, sino hacia delante, también en la conciencia de que Dios nos espera en lo profundo de nuestra alma, que Cristo desea abrirnos el portal hacia la vida interna, que podemos traspasar a través de Su conducción y Su fuerza.
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