05ENE23 – MADRID.- El caso de Benedicto XVI es flagrante, así como el de la reina de Inglaterra, Isabel II. Pasear a la difunta y querida y admirada reina por toda Inglaterra y el país de Gales bajo la forma de fiambre o mojama, es de muy mal gusto. Y mostrar muerto al querido, sensible y admirable cardenal Ratzinger, peor aún.
No alcanzo a comprender el sentido de todo esto; quizá sea el protocolo Vaticano o el de la monarquía británica.
Es humillante para la persona mostrarla así muerta, sencillamente porque la muerte como tal no existe, es la falta de la vida o el final de la vida. Mejor y más justo sería mostrar a Ratzinger dormido en su cama a todos los que quisieran verle en la Basílica de San Pedro; así Ratzinger les podría guiñar un ojo, o sencillamente levantase de la cama y mandar al diablo a todos los presentes. Pero mostrar sus restos mortales a la muchedumbre, insisto en que carece absolutamente de sentido. Como no sea amedrentarles y advertir a esas muchedumbres que “eres polvo y en polvo de has de convertir”, cosa que por otra parte ya se nos recuerda de forma insistente todos los miércoles de ceniza.
Mostrar a Ratzinger muerto o a Isabel II es una canallada propia de la edad media. Una falta de respeto a los que fueron y ya no son.