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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan...”

Las últimas palabras

  • A mi amigo Juan Carlos Carvajal

Por Germán Ubillos Orsolich
miércoles 04 de enero de 2023, 02:26h

03ENE23 – MADRID.- El Papa emérito que acaba de fallecer ha tenido fama de ilustre teólogo de las universidades alemanas, y una vez elegido Papa, del mundo entero. Es curioso que las últimas palabras que salieron de su boca antes de fallecer y, pronunciadas en latín, fueron “Jesús, te amo”.

La relación con Dios, con el Ser supremo de naturaleza invisible consta de dos realidades; creer en él, o lo que es lo mismo tener fe; y llegar a amarle intensamente.

Como se trata de un ser invisible todo esto no es nada fácil, de ahí los errores y los horrores del mundo y de la actividad humana, nutrida de violencias, guerras, atrocidades y muertes.

La primera parte, esto es, la fe, siempre se dice que es un don de Dios, un regalo gratuito y muchas veces inmerecido que otorga a determinadas personas. Hay que agradecer siempre la fe como un obsequio de Dios, pues creer, y más firmemente en él, que es un ser invisible, no es nada fácil. Otra cosa sería si fuese material y visible, y aun así la experiencia nos dice que tampoco suele ser sencillo.

Pero la segunda parte, amarle intensamente, es mucho aún más difícil. Este dilema emocional y filosófico ya se me planteó en mi infancia saliendo de ella hacia la adolescencia.

Recuerdo textualmente una noche de verano iniciando la cuesta de la carretera del Guadarrama, camino de nuestra casa de tejas rojas, de Villa Flora, en El Escorial, cuando lo experimenté. La verdad; amar ese ser invisible se me antojó imposible…. Y claro, arrojé la toalla.

Es curioso que recuerde con tanta nitidez aquella vivencia y que sin embargo no recuerde lo que he comido ayer.

Pero ahora, ya en la vejez, camino del oscuro túnel que conduce a la sepultura, las palabras finales de Ratzinger me hacen pensar y mucho. Para mar a Dios, a un ser invisible como él, hay que conocerle mucho y sentirle intensamente, e incluso poder verle y hasta tocarle. Entonces, sí que le podríamos amar, como a un hermano semejante.

Pero para llegar a este punto se requiere mucha relación y mucha intensa oración; o lo que es lo mismo, llegar a ser un místico, sí un místico más, como lo fue Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz; que a veces levitaban mientras rezaban y meditaban, según cuentan los testigos que solían estar con ellos.

Esto les ocurre a los llamados místicos, y sin duda Benedicto XVI lo fue y mucho más cuando se retiró de la plaza de San Pedro de Roma subido en un helicóptero.

Se retiró porque se dice que estaba enfermizo, pero se retiró para orar con intensidad y prepararse para esa hora final y postrera siempre inquietante y acechante de lo que llamamos la muerte, que no es en sí el final de la vida.

Benecito XVI pudo decir “Jesús, te amo”, sencillamente porque veía a Jesús a su lado y hasta podía tocarle.

Una persona que ve a un ser muy querido a su lado, que puede estrechar sus manos, sí que puede decir fácilmente y de forma lógica o razonable, “Jesús, te amo”, y mucho más.

Creo que me he explicado.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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