Este tercer movimiento produce un efecto, que tengo observado, y que provoca unos vientos muy fuertes en toda la Península Ibérica que hacen vibrar y vibrar las persianas de mi casa con un ruido muy fuerte y desagradable; son los vientos huracanados que marcan la llegada del invierno y del verano. Soplan solo en noviembre y en abril, y anuncian la llegada de los fríos polares en la península Ibérica; y a los seis meses, el calor abrasador del verano.
A mis casi ochenta años siento el “planeta tierra” como muy mío, como más mío. Este planeta que anunció la llegada de mi ser a la vida, y que me cobijará a mi final bajo su suelo, en mi sepultura del cementerio de la Almudena. ¿Se puede pedir más?.
Sí. Cuando oigo el viento huracanado golpear sobre los cristales de mi casa, sé que es el planeta que se está inclinando para anunciar la llegada de los fríos invernales, ahora que estamos aún en el otoño.
En invierno apenas hay viento alguno y menos aún en verano, ¿qué más quisiéramos con su sol abrasador?.
Es un planeta muy vivo, sí, un planeta que nos habla, que nos quiere hablar, y que anuncia el cambio de estaciones con un silbido tan fuerte que puede derribar los árboles del parque u ondular las superficies de las aguas del mar, hasta crear olas de seis y de siete metros.