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Opinión: “MI Pequeño Manhattan...”

En recuerdo de Carolo

  • En memoria de Carolo y de toda aquella época.

Por Germán Ubillos Orsolich
martes 25 de octubre de 2022, 23:21h

25OCT22 -MADRID.- El padre de Carolo era un hombre distinguido, alto y delgado, de voz grave y movimientos señoriales, padecía Párkinson y temblaba visiblemente, llevaba todos los negocios y bienes familiares que eran muchos. Cuando enfermó de muerte Carolo sufrió muchísimo, recuerdo que aquella tarde previa paseábamos cerca del templo de Debod.

Primero porque le quería y en segundo lugar por lo que se le venía encima, la administración de todos los bienes ya que Jorge de hecho no hacía nada, solo escuchar y jugar con su radio de aficionado. Yo como - amigo íntimo - acudí al entierro del padre de Carolo, en compañía de mi padre. ¡Cómo lloraba!, nunca lo podré olvidar!; se secaba los ojos con un pañuelo blanco, grande y señorial.

Pero la muerte de su madre, Lucía, no fue menos importante; tras larga enfermedad indolora pero paralizante, fue muriendo en su casa de la calle de Quintana casi esquina a Rosales, no en un hospital como su padre, cosa que alabo y aplaudo personalmente.

Carlo ya se quejaba de la garganta y de los bronquios, mal que achacaba a la contaminación de Madrid y a la circulación, según él excesiva, por la calle de Ferraz. También asistí al funeral por su querida madre, en la parroquia del Corazón de María, por cierto bastante amiga de la mía, solía decirle que cómo envidiaba a mi hermano y a mí que iban a darle nietecitos y no Jorge y Carolo, para eso ambos un desastre.

Pero tanto Jorge como Carolo eran profundos, elegantes, señoriales y muy humanos. Jorge Dorvier, nueve años mayor que Carolo, solía salir con mi hermana a patinar y a hacer esquí acuático en un embalse situado hacia el Puerto de la Cruz Verde.

Jorge era chistoso y simpático y mi hermana Mercedes le quería mucho. Vivían en verano en el Escorial en “Villa Lucía”, un lujoso y enorme chalet entre pinos, con una pinada propia subiendo hacia el Hotel Felipe II; pero en aquella casa con nombre como el nombre de su madre jamás entró nadie nunca, ni yo mismo. Le veíamos desde la barandilla de hierro que daba a la carretera y desde allí comentábamos cosas. Sus padres vivían en la planta baja, Jorge en la intermedia y Carolo en el piso de arriba; a veces venía este último a vernos a la nuestra cercana, un piso inolvidable, la Atalaya, sito en la calle Timoteo Padrós 6 o 9, según las circunstancias, que mi padre compró a golpe de talonario a don Pablo de Pablos, el constructor.

Yo tenía entonces un Mini blanco y rojo, y Carolo tenía también otros dos amigos inolvidables, Juan Luis Vives de rancio abolengo que también pretendía a mi inolvidable hermana, y José Mari Bordona, casado con “la Gioconda”, mujer bellísima de enorme parecido con la citada pintura.

Juan Luis Vives muy enmadrado murió en su norme y lujoso chalet de la segunda horizontal de cáncer de vejiga, pues estaba sondado. Se querelló con todos sus hermanos, (parecido a Pedro José Rodríguez), y José Mari Bordona, de enorme simpatía, murió de tanto fumar y beber whisky, que entonces estaba de moda. Recuerdo que no paraba de fumar tabaco rubio y de beber Chivas y JB, a veces nos veíamos en “Richelieu” y en “Mazarino”, dos pubs aristocráticos cercanos al teatro Amaya, donde también tenía yo a mi incomparable urólogo.

Yo, con Carolo, hablaba todos los sábados paseando una y dos horas por el paseo de Rosales cercano a su casa, pues a Carlo no le gustaba nada alejarse de su casa, y cuando en verano tenía que ir al Escorial era para él un trauma terrible, gustaba decir que era un neurótico crónico. Yo nunca olvido a Carolo, le recuerdo todos los días con enorme nostalgia mientras veo el paisaje colgado en el salón de mi casa que nos regaló como regalo de bodas en mi enlace con Elena. Por cierto mi querido hermano Enrique me recordaba ayer en una charla telefónica que de muy jóvenes, hará unos sesenta años, le regalé un mechero Dupont y un bolígrafo Cross, me agradeció la llamada después de atacarme mordazmente como es siempre su costumbre.

¡Cuántos recuerdos de aquella época, cuántos recuerdos tan felices de los veraneos en El Escorial, y de mi amistad con Carolo!. Su partida al otro mundo, que no despedida, ha sido para mí algo crucial y terrible que creo nunca podré superar.

Germán Ubillos Orsolich

Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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