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Crónicas Escurialenses

Las “Pilares”, dos pintoras, madre e hija, en Buenavista, una finca con siete mastines en Molino Tornero
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Las “Pilares”, dos pintoras, madre e hija, en Buenavista, una finca con siete mastines en Molino Tornero

Por Julia Sáez-Angulo
martes 30 de agosto de 2022, 20:50h

30AGO22 – EL ESCORIAL.- Fui a visitar el taller/estudio de dos mujeres pintoras, y me quedé fascinada con Buenavista, la finca escurialense en la que habitan. Pilar Engelmo y Pilar Suja, -las Pilares, las llamamos cariñosamente- madre e hija, que disfrutan a la hora de pintar y mostrar sus cuadros, pero tanto o más al recorrer para enseñarme la casa y el gran jardín, en la que han estado pasando vacaciones estivales e invernales desde hace más de treinta años y en la que residen, desde hace algo más de dos años. Ambas pertenecen al Grupo pro Arte y Cultura, fundado por Mayte Spínola en los 90.

Las “Pilares”, dos pintoras, madre e hija, en Buenavista, una finca con siete mastines en Molino Tornero

Buenavista, situada en Molino Tornero, la adquirió el esposo de Pilar Engelmo, Francisco Serrano Terrades, allá por los años 60, con el que estuvo casada 30 años. Fueron muy felices en Buenavista cuajada de fresnos, encinas y robles, como el bosque de La Herrería. Desde la finca se divisa el Real Monasterio, clave de todo terreno que se precie, y más en otoño, cuando los árboles se despojan de las hojas y dejan el paisaje lorentino casi diáfano.

Toda casa conlleva una historia y la de Buenavista no iba a ser una excepción. “Ésta no es un chalet ni una mansión, es una casa de campo, cómoda y amplia, toda ella a ras de suelo. Cuenta con un anexo para el estudio/taller de arte, donde Pilar Engelmo pinta abstracciones sobre seda y Pilar Suja, figuración en una reciente serie sobre “Saltos olímpicos”.

-¿No comercializas estas sedas como pañuelos de moda?, le pregunto a P Engelmo.

-No sé venderme, responde Pilar. Yo los contemplo, sobre todo, como cuadros.

En la pared del office veo una hermosa seda enmarcada, titulada “Burbujas”, de hace más de diez años, según me explica. “Lo pinté con una técnica muy especial, secreta”.

Lo más llamativo de la casa son los siete mastines - los Martínez les llama en plural-, grandes como caballos, que llegan a pesar hasta 90 kg. Los hay blancos, oscuros, atigrados… ¡Impresionantes! Andan medio adormilados por los suelos, durante el día, buscando la sombra, porque los mastines son noctívagos y en la noche recorren y vigilan con sumo celo la finca. “Son excelentes perros de defensa. Iban con las ovejas de la trashumancia, no para “pastorear” al ganado ovino, sino para defender a pastor y ovejas de los lobos en la noche cuando acampaban o en las majadas”, explica Pilar Suja. “Cuando a veces salgo al porche en la noche, yo les hablo, para que reconozcan mi voz de inmediato”, añade Pilar Engelmo. Los Martínez consumen toneladas de pienso para mantenerse en forma.

Recorremos la casa, especialmente alhajada por Pilar, sobre todo con muebles de familia: una mesa florentina que ella restauró con paciencia a base de hisopados varios; un gran cuadro de un violinista, de Agustín Segura (1900-1988), “el pintor de Tarifa, que llenó los ministerios con sus retratos a los ministros”, comenta P. Engelmo.

Me llaman la atención una serie de arcos y flechas que están adosados a la pared. “Mi hija y yo practicamos tiro al arco y no se nos da mal del todo”, me explica Pilar. Descubro con admiración una gran mesa de comedor de piedra y la misma dueña me cuenta: “Es de ónix, pesa 300 kilos y vino de México. Un regalo de mi marido cuando viajamos a ese país y a mí me gustó esa mesa. Llegó por barco a España y entró en la casa, por sorpresa, el mismo día de mi cumpleaños. Paco era un hombre excepcional y me quería mucho” (¡Que suerte!).

La piscina se abre y se cierra con una cúpula baja transparente para evitar la caída de las hojas con la brisa y el viento del cercano monte Abantos. Una carpa cercana y otra a modo de quiosco permiten un refugio puntual protector del sol. “Mis nietos la disfrutan mucho, lo mismo que las grandes peñas del lugar”. “Hay algunas peñas que están manipuladas por el hombre, pues se utilizaron de cantera, posiblemente durante la época de Felipe II”, comenta P. Suja. P. Engelmo señala una gran peña que parece una capilla diminuta, donde sus nietos se han permitido pintar unas grafías de color naranja, para emular las pinturas rupestres.

Un buen horno exterior lo utilizan para hacer pan o asar cordero, aunque las dos pintoras son cada día más vegetarianas. Siguen una dieta y están entusiasmadas con una nueva máquina de freír patatas sin aceite. “¡Una maravilla!”.

Los pájaros carpinteros o picapinos, como los llama Pilar, sobrevuelan el aire.

Visitamos el huerto con cultivo de tomates, pimientos, cebollas y acelgas. “Tenemos tantas hortalizas que regalamos al vaquero y a los amigos. ”Nos gustaría ser autosuficientes. Queremos instalar placas solares y será la próxima obra, después de los fuertes aislamientos a que hemos sometido la casa” explica P. Engelmo. “La falta de agua nos está matando la vegetación. Estoy deseando que llegue la lluvia o las tormentas, para que regeneren toda la tierra”. Pilar madre presume de que el huerto lo cultivan entre el hortelano marroquí y ella, jardinera nata.

La conducción de riego automático para el huerto es obra de Pilar hija, dentista de profesión y pintora de vocación. La manipulación y articulación de materiales es lo suyo. Una “manitas”.

El porche de la casa está lleno de macetas. “Mi madre es una maga de las flores”, dice P. Suja y allí pueden verse calas, canas, clivias, liliums, lavanda, mahonias… “Me gusta cuando florecen los lirios a principios del verano, lo hacen por colores, como si tuvieran un protocolo. Primero los morados, seguidos de naranja… hasta que llegan los blancos, que son los últimos”.

Algo curioso de este recorrido es el vivero de gusanos o lombrices -sagradas las llaman en una película de Marlon Brando- para oxigenar la tierra. El resultado es un humus negruzco muy beneficioso, superior al mantillo.

La finca tiene también salamanquesas y algunos ofidios como la culebra conocida como escalera, inofensiva, pero también la bastarda, de la que hay que precaverse. Tizón, el caballo negro en el que P. Engelmo ha montado con frecuencia, se pasea a su aire por la finca. “Está ya viejo y delicado”.

No lejos de la casa, un túmulo con un olivo, donde reposan las cenizas de Paco. “Ahí estaré yo con él algún día”, dice P. Engelmo. “Por la noche el olivo está iluminado y nos recuerda su presencia”. El marido murió en 2020, con todas las dificultades dolorosas para poderlo visitar en el hospital, y Pilar cuenta que, tras su muerte, ella y su hija se subieron a lo alto de un montículo de la finca para recordarlo y rezar por él. “Eran las 12,00 horas del mediodía de un domingo y de pronto escuchamos tocar las campanas al vuelo de todas las iglesias de alrededor. Quedamos sobrecogidas. Luego supimos que el Papa Francisco había mandado que repicaran todas las campanas de la cristiandad a esa hora para recordar a las víctimas”.

Compartir el tiempo con estas pintoras es hablar de todo, además de arte. Son buenas narradoras y aman el lugar, Buenavista, finca muy cercana a El Escorial, junto a Prado Tornero. “Afortunadamente no se puede construir en ella, por lo que, aunque pudiera no caería en la tentación”, dice P. Engelmo.

Poco antes de mi marcha, la dueña habla con Antonio, el vaquero, un hombre afable. Cuarenta vacas pastan y de esa manera limpian también la finca de cara a posibles incendios.

Al irme, recuerdo otra finca escurialense que visité hace años, junto a la carretera de Galapagar. Era de Plácido Arango, empresario de los VIPS, que fuera presidente del patronato del Museo del Prado. Iba a prestar unas obras de arte al Ministerio de Cultura, donde yo trabajaba en aquel momento. Era otra finca interesante de las que rodean El Escorial.

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