Formábamos o formaban, para ser más exactos, unos grupúsculos de dos o tres individuos de la clase A o del coeficiente 28 o 29 para al final morirnos como todo hijo de vecino, pues la muerte nos iguala a todos.
A mí me quedaba el consuelo haber departido con Federico Moreno Torroba y con Juan José Alonso Millán, pero a la hora de la verdad siempre envidié a esos grupúsculos más nutridos de obreros que trasegaban el Dick bajo la forma de los cubatas o por la mañana (“Los lunes al sol“) el sol y sombra del anís de Chinchón solo o con café de puchero, con hielos o con Ginebra. Y aquí me viene a “las mientes” la histórica figura del buen don Ernesto Hemingway, con sus barbas espesas y su sonrisa congestionada trasegando “whisky en las rocas” de la marca que fuese, mientras su mirada de pupilas tan claras se perdía en un horizonte ignoto y lejano.
“Doña Francisquita”, “Luisa Fernanda”, “ La verbena de la Paloma”, todas juntas, o “La Fernanda”, como la llamaba mi admirado y llorado maestro Moreno Torroba. Y esas risas, esas carcajadas, y eso chistes, esos chascarrillos y esas bufonadas me acompañan cada anochecer en el bar de debajo de casa, de esa casa que me compré dejándome las pestañas en Prado del Rey, o Prado simplemente escribiendo para Prado del Rey o Prado, simplemente mis guiones y adaptaciones de los mejores escritores y escritoras, como ahora se dice, de los siglos diecinueve y veinte.
Por eso cada mañana desciendo desde mi piso, así ganado, a los sótanos del purgatorio de LA POMARADA para escuchar esas risas que me arrullan, de los obreros de ahora, que ya no lo son pues son jefes de venta, asesores de marketing, jefes de negociado al público y cosas por el estilo, y no beben aguardiente o “sol y sombra”, ya no sé lo que beben, pues soy demasiado viejo, y ha transcurrido un “tiempo inconmensurable” e imposible de medir, pero sus risas, sus carcajadas llegan hasta mis tímpanos como una insondable melodía, la melodía de aquellas risas de los obreros del ministerio, cuando aún era joven y el siglo XX languidecía como una viaja anciana hermosa, mecida por esas risas de los obreros, tan felices en su permanente dificultad cotidiana.
Si (
No(
