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Opinión:

Ahora Puigdemont

martes 28 de septiembre de 2021, 04:02h

28SEP21 – MADRID.- Los que tienen poco necesitan una patria mínima que proteja sus menguados derechos y alivie sus muchas cargas. Los que tienen bastante no la necesitan tanto: incluso viven buena parte del año en el extranjero (“¡Oh, New York, que dream¡”, exclaman medio levitados), y en muchos casos tienen cuentas bancarias allí. Este es uno de los problemas de la globalización.

La mesa de Cataluña, que tiene una pata que ya cojea, sólo necesitaba ahora la detención de Puigdemont. Igual ha sido una confabulación foránea destinada a debilitarnos (si no que le pregunten a los franceses con lo de los submarinos Aukus). Sin embargo, confabulación o no, el asunto, como otras veces hemos dicho, viene a complicar la situación de los que menos tienen. Clinton, que no es marxista, decía, idiota, es la economía, o algo así. En definitiva, que es esperable que un tema que es esencialmente político sea nuevamente utilizado como moneda de cambio para complicar cualquier avance económico o social que recorte los excesivos privilegios de unos pocos.

En 2020 Dinamarca llegó a un acuerdo subscrito por todos los partidos parlamentarios, sin exclusión, para salvar pymes y empleo: El Estado cubriría el 75% de los salarios con un máximo de 3.080 € brutos mensuales y la empresa abonaría el 25% restante, mientras que los trabajadores deberían tomar cinco días de libranza sin sueldo. Para los trabajadores más precarios, las ayudas serían mayores.

En España esto parece impensable; se aprobaron los ERTE, sí, pero sin la unanimidad de Dinamarca, que esa es la cuestión. Tenemos tanto corazón, que se nos sale por la boca, impidiéndonos pensar fríamente. Pensar fríamente podría consistir en llegar a un acuerdo estatal en el cual todo aquello que pudiera representar un avance del separatismo o un retroceso de la unidad, se convirtiera en asunto excluido de la negociación, tanto por lo que representa en sí como por su capacidad de convertirse en una excusa para obstaculizar otros progresos, principalmente de carácter económico, tributario o social. Negarse al acuerdo debería restar credibilidad a esas banderas bicolores que se esgrimen con tanta pasión. La contrapartida, claro, sería no obstaculizar las medidas de progreso social, claro, testadas por expertos. Hay fórmulas, si se quiere, de garantizar los dos extremos de un acuerdo semejante.

Tras años de tiras y aflojas, va siendo hora de que se definan claramente los intereses materiales que laten tras esas pasiones lírico-verbales. Aquí y allí. Con allí nos referimos a Cataluña. Es obligado recordar que empresarios que hoy seguramente están tras banderas barradas, se beneficiaron pero que muy bien de las leyes laborales franquistas, sin que opusieran ninguna sensibilidad catalanista hacia sus trabajadores explotados. Este es uno de los problemas de la posverdad, que sobre la base de las emociones y de las sensibilidades a flor de piel, se olvidan los datos materiales presentes y pasados.

A veces da la sensación de que las derechas separatistas y antiseparatistas se confabulan (quizás tácitamente) para que cualquier gobierno que desee la mínima transformación progresista vea complicada su labor por cuestiones colaterales (al modo de las víctimas mencionadas por Solana) que, por muy importantes que sean, no lo son más que la forma de vivir de las personas (y de los animales, por qué no decirlo, que también son sujetos de las acciones gubernamentales).

Volviendo a Dinamarca, hay que reseñar que también tiene problemas de separatismo o de pseudoseparatismo. Quizás esa unanimidad en el parlamento danés sea la respuesta inteligente a intentos de separación con cantos de sirena. Trump intentó en su momento comprar Groenlandia (¡pero si es América!, pensaría); y tras la indignación del gobierno danés, se limitó a un préstamo de once millones de dólares, quedando los groenlandeses eternamente agradecidos. Así que a ver si nos enteramos a que juegan los verdaderos países; y a esas dos cosas que, según el anuncio, mueven a España (el futbol y la comida, qué honor) añadimos los intereses nacionales.

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