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Opinión:

Separatismo

Por Luis Méndez Viñolas

lunes 28 de junio de 2021, 01:09h

27JUN21.- El rey Salomón seguramente habría fracasado en España. Las dos madres antes de escucharse habrían pedido partir en dos al niño en disputa. Luego se habrían arrepentido, claro. Y si algo están demostrando algunos políticos catalanes separatistas es que se están comportando tal como ellos afirman somos esos españoles de los que quieren separarse.

En un asunto en el que se requiere la máxima racionalidad, comienzan por escribir sus desideratas en inglés, quizás para que el mundo les entienda. Deberían pensar dos cosas: 1) Que el idioma inglés no representa precisamente la pacífica separación de los pueblos, menos de las colonias, y 2) Que ese mundo no está interesado, precisamente, en que sus propios países se disgreguen.

Está claro que no es fácil conseguir que el niño viva y las dos madres queden contentas. Y por supuesto, todo esto confiando en que nadie piense en ir contra la Constitución.

En este asunto parece que hay múltiples sectores en disputa. Sin pretensión de exhaustividad: 1) Los separatistas intransigentes (que no los intransigentes separatistas) que encima recurren a balandronadas posiblemente calculadas para exacerbar los ánimos. 2) Aquellos que están encantados de ser exacerbados para así lograr que su postura se refuerce y de paso ganar posiciones electorales que les permita paralizar reformas sociales no deseadas. 3) Una izquierda cuyo talón de Aquiles es precisamente el asunto del separatismo y demás propuestas que nada tienen que ver con la lucha de clases, sino más bien todo lo contrario. 4) Una gran mayoría cada día más asqueada que se divide en dos bloques: los abstencionistas y aquellos que después de la náusea vuelven a votar a quienes les dan asco, porque lo “otro es peor”.

Probablemente la única forma de analizar el problema sea pensando figuradamente desde fuera de nuestras fronteras. Pio Baroja decía que cuando estaba fuera del País Vasco se sentía vasco, y que cuando estaba fuera de España, se sentía español: la ley de la necesidad. Un asunto que tiende a apasionarnos no debe tratarse pensando en los unitaristas ni en los separatistas, sino en quienes todavía no tienen formada una opinión firme, y que cada día se inhiben más de problemas que les afectan y van en su perjuicio. No hace falta decir que bajo ningún motivo el problema se puede enfocar desde una perspectiva partidista, porque eso ya lastraría la reflexión; sería dividir aún más lo dividido; penoso tener que reconocer esto, cuando es un problema de la íntegra competencia de los partidos. Al señalar la necesidad de un análisis desde fuera no significa en absoluto hacerlo con los criterios de los de fuera, sino pensando en que cuanto más pequeños seamos y más divididos estemos, más ganancias obtendrán esos otros países, lo cual afecta a todos los habitantes de la Península. Ya nos han relegado a la sección de sol y ladrillo; ya colaboraron en 1975 en que nuestro territorio se redujera; ya el 45% (si no más) de las inversiones están en manos extranjeras. ¿Imaginan una Cataluña independiente amenazando con coaligarse con Francia en lo que fuera para obtener lo que sea? Ese problema lo padecen países que antes estuvieron unidos.

La cuestión es que estamos ante una encrucijada en la que dos problemas fundamentales se entrecruzan para complicarse aún más: unas fuerzas de centro-izquierda (lo de socialcomunismo no lo cree ni el que lo inventó) que necesitan a los separatistas para realizar un tibio proyecto de reforma social (que seguramente no asustaría ni a Manuel Cantarero del Castillo) y unas derechas que no quieren reformas sociales (como la de abrogar el despido en baja médica, es decir, estando enfermo) y que en lo que respecta a la unidad del país disfruta de una posición más cómoda y más próxima a lo que la mayoría desea.

Respecto a las reformas sociales no hay que olvidar que Cataluña no ha avanzado más que el resto de la nación (en determinados sectores han ido a peor), es decir, que esa no puede ser una de las causas de su anhelo separatista; tampoco en el de la ejemplaridad. Y hablando de esto hay que recordarles a los de la patria grande que las acciones de su máximo ex representante han debilitado la institución, y de paso, la nación.

Extraño lo de la pulsión identitaria cuando luego se expresan en inglés. ¿Quizás creen que están en los siglos XVI y XVII cuando el protestantismo era a la vez expresión de separatismo? ¿Qué piensan sobre la leyenda negra? ¿Les molesta, les agrada, la creen?

Respecto a las izquierdas expresar sorpresa por sus contradicciones. Exaltan a la Segunda República, pero olvidan qué decían sus dirigentes máximos sobre el separatismo. Sería bueno recordarlo didácticamente, puesto que aún no se ha hecho. Peor aún, mientras Fraga disfruta de un busto recordatorio en el Congreso, del injustamente vilipendiado Negrín no quede ni rastro de sombra, él, que tanta razón tenía cuando insistía en aguatar seis meses más para que la guerra de España enlazara con la Segunda Guerra Mundial, con el consiguiente alineamiento de fuerzas. Más bien somos herederos de Casado (alto, no salten las alarmas: nos referimos a Segismundo, no a Pablo).

Negrín, muy admirado en el extranjero (“No saben Vds. qué presidente tienen”), profesor de Severo Ochoa, promovido por Ramón y Cajal para que dirigiera el nuevo Laboratorio de Fisiología General en Madrid, ingresado en la facultad de medicina en Kiel a los quince años, decía:

“…no estoy haciendo la guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. De ninguna manera. Estoy haciendo la guerra por España y para España. Por su grandeza y para su grandeza. Se equivocan gravemente los que otra cosa supongan. No hay más que una nación: ¡España!...”

Azaña, por su parte no era más oscuro:

"Yo nunca he sido patriotero. Pero ante estas cosas me indigno. Y si esas gentes van a descuartizar a España, prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos o quien fuere. Pero esos hombres son inaguantables. Acabarían por dar la razón a Franco. Y mientras, venga poderes, dinero y más dinero".

Es decir, que en las raíces de la izquierda no hay un ADN separatista. Y si esto no se puede recordar habremos detectado uno de los males que nos aqueja, porque España, tanto en el espacio como en el tiempo, no se debe trocear. Mientras los separatistas han desarrollado una buena labor de proselitismo, el resto de los españoles hemos cometido una grave falta (o delito) de desidia que no corregimos.

Decíamos que se entrecruzan dos tipos de problemas: uno de carácter social y otro de carácter político (cuál es la geografía política real de la nación española). Y ahora sería el momento idóneo para que la derecha diera patrióticamente un paso al frente, dispuesta a apoyar el programa social del gobierno (que no es nada del otro mundo, repetimos), para que este no tuviera que mendigar el voto de los escaños separatistas. Porque, todo esto no hace daño al gobierno, sino a España, a no ser que queramos dotar de total actualidad la frase de Bismarck: “España debe ser el país más fuerte del mundo: los españoles llevan siglos intentado destruirlo y no lo han conseguido".

Las gentes de derecha, sonriendo cáusticamente, preguntarán: ¿y por qué no dan el paso ellos y recomponen, por ejemplo, la reforma laboral de Rajoy? A esto habría que responderles si les parece poco que partidos que en sus programas se proclaman socialistas estén realizando políticas totalmente liberales, al extremo de no poder ni mencionar el nombre de banca pública.

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