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Mis Amigos Famosos” (I)

Ramón Mendoza, “El hombre del pelo blanco”
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Ramón Mendoza, “El hombre del pelo blanco”

Ramón Mendoza, “El hombre del pelo blanco”

Por Germán Ubillos Orsolich
jueves 13 de mayo de 2021, 03:02h

13MAY21 – MADRID.- Conocí a Ramón Mendoza en una época de cambios en mi vida, y digo cambios porque mi padre, conocido empresario aún vivía, la dictadura se desmoronaba y la democracia balbuceaba espasmódicos gemidos en un vacilante nacimiento amenazada siempre por un posible golpe de estado. Yo aún no conocía a mucha gente pero la gente me conocía a mí, ¿desinterés, mala memoria?, eso es lo de menos, pues vayamos al grano.

Presentaba un libro de teatro y Ramón Mendoza, presidente del Real Madrid acababa de dimitir de su cargo, acosado por los malos resultados del primer equipo y por unos sueños fantasmales que interrumpiendo su sueño nocturno le despertaban incorporándose en la cama cubierto de sudor.

Como decía horas antes de esa presentación que la hacía la empresaria Carmen Troitiño y el autor Fermín Cabal, en el teatro Valle Inclán, el Diario YA de entonces, me publicó el artículo titulado “Cien días sin Mendoza”, la Secretaria del hasta entonces famoso presidente se lo debió de comunicar y tres minutos antes de comenzar el acto apareció en la puerta de entrada a la sala el “hombre del pelo blanco”.

Sí, Ramón Mendoza en persona, alto, elegante, distinguido, con aquella clase inconfundible que le caracterizaba de ser muy superior a todos los demás, amigo del rey Juan Carlos y simultáneamente de La Pasionaria, acercándose a mí con la mejor de sus sonrisas y dándome un cariñoso abrazó me dijo: “Es de bien nacido ser agradecido”. Y se sentó dos butacas delante de mí, a la derecha.

Yo estaba sentado entre mi madre y Manolo Rozas Zornoza, inspector de hacienda e hijo del Interventor General del Estado.

Desde ese mismo momento se inició entre Ramón Mendoza y yo una sincera amistad que duraría hasta su fallecimiento en el barco “América”, en pleno Caribe, en compañía de su secretaria de turno y alejado de sus dos mujeres, la última Jannine Giraud.

Mendoza era un hombre extraordinario, con ese aura inefable que tienen los hombres excepcionales, cariñosos, efusivos, generosos y brillantes, naturales, provisto de esa rara sencillez incomprensible en personas de su categoría.

Me decía que sus hijos eran tontos, y que yo era su verdadero amigo. Mi padre, también empresario, recelaba de esa amistad, pero a mí siempre me han encantado los famosos, quizá porque yo también por aquel entonces lo era, o si no lo era tanto tenía el poder y la voluntad de granjearme cualquier amistad con que solo me lo propusiera.

Con Mendoza charlaba y departía en su oficina del último piso de la torre adjunta al estadio Bernabéu. Me hablaba de sus preocupaciones, de la extirpación de uno de sus riñones fruto de un tumor canceroso, de cómo fichó a Bern Schúster a golpe de talonario, quitándoselo así al Barcelona. De sus viajes a Rusia, cuando nadie viajaba, del Real Madrid Club de Fútbol, famoso en el mundo entero en una España aislada, desconectada y medio desconocida fruto del larga Dictadura. El Madrid y Ramón Mendoza eran la mejor, la única embajada verdadera de nuestro país en el resto del mundo.

Recuerdo un día que me lo llevé a cenar con el empresario teatral Enrique Cornejo al Restaurante “Mayte Commodore” en la Plaza de la República Argentina, se pasaron toda la noche hasta casi entrada la madrugada hablando de enfermedades y de mujeres, de mí les sorprendía la naturalidad rayana en la indiferencia, debida a mi estado pre-depresivo.

Al final, a la salida, Cornejo le ofreció su lujoso automóvil y su chofer personal, pero Mendoza, con esa naturalidad y camaradería que caracteriza a los grandes hombres, le respondió: “No. Gracias, yo me marcho con Germán”……Y comenzó a caminar tiempo y tiempo, algo impaciente en la noche madrileña, hasta que llegamos a mi pequeño “Ford Fiesta” de entonces. “¿Qué es esto?”, preguntó extrañado. “Mi coche” respondí, y abriendo la portezuela y echando el asiento delantero contiguo hacia atrás tanto cuanto pude, invité a Ramón a que se introdujera, cosa que hizo tras grandes esfuerzos. Así, tumbado, estirado, como la momia de Tutankamon, el “Hombre del pelo blanco” se dispuso a marchar a su “guarida” cercana al Retiro y en compañía de su secretaria de 28 años (cuarenta y cinco años más joven que él), para que nadie le viera.

Yo conducía en la noche a 120 kilómetros por hora, pensando qué ocurriría si me daba o me daban un trastazo.

Muchas otras cosa viví con mi amigo Ramón Mendoza, como la presentación de su libro en el hotel Palace de Madrid titulado “Dos pelotas y un balón”, dedicado a su sucesor en el trono presidencial, donde puede charlar y departir coctel en mano con Emilio Butragueño, Adolfo Suárez y la propia Giannine Giraud.

A la muerte de Mendoza, ocurrida como dije en su barco América, en el agua del Caribe y repatriado su cadáver a Madrid, expuesto en el Santiago Bernabéu, acudió pesaroso Juan Carlos de Borbón, su amigo de correrías, quien lloró en soledad y desconsoladamente durante cerca de media hora ante su cadáver.

Dios tenga en la gloria en tribuna de lujo a Ramón Mendoza, mi amigo, que dio prestigio internacional y conocimiento a España en el mundo entero, cuando nadie se la daba. Sé que cuando yo falte entre vosotros y me instale el Señor en su sola misericordia, en el Valle de Josafat, de ladrillos rojos y poligonal como yo lo imagino, veré allá a lo lejos, muy cerca de la Trinidad Santísima, al alto y distinguido “hombre del pelo blanco”; imagino que yo apretujado contra la pared del fondo podré comprobar como Mendoza volverá su cabeza inolvidable para guiñarme su ojo izquierdo, pues “es de bien nacido ser agradecido”.

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