Mi amor imposible

Recuerdo que vivían mis padres, que yo no tenía novia ni nada por el estilo, recuerdo que nadaba en una abundancia tibia y que aquella joven morena (era morena) me pareció por unos instantes no solo la chica deseable plástica o visualmente, sino también intelectualmente, y esto era para mí y sigue siendo el eterno arquetipo femenino de mi subconsciente, mi alter ego.

Es por eso que envié a “A.B.C.”, el ABC de los Luca de Tena, el artículo al que titulé “Mi amor imposible”, transformándolo así en literatura.

Fue como el mundo de los sueños, eso que hemos llamado la ficción, trabajo ímprobo pero maravilloso al que he dedicado buena parte de mi vida.

Ahora, octogenario casi, he de aclararos lectores, que una cosa es la ficción y otra la realidad de la vida, lo que la vida da de sí, vamos; y la vida es muy dura y correosa, y competitiva y muchas veces cruel.

Por eso he de aclararos que de amores imposibles, nada, tenemos solo lo que tenemos a mano; imagino el mundo de lo invisible porque Cristo nos ha hablado de él, y la metafísica y todo lo demás, pero ahora solo sé que he vivido 78 años, y que no me puede quedar mucho, y que solo os tengo a vosotros, los amigos de carne y hueso, pues uno de los más queridos ya se ha marchado también, y que por más que le llore no le puedo hacer volver, y es estúpido además que se haya muerto tan pronto.

No sé si soy malo o bueno, eso os lo dejo a vosotros que gustáis cuchichear, solo sé que no soy tonto y que como dice C. Espinosa aún estoy vivo, y que no sé a cuál de las moradas de las que habla Cristo iré parar, pues en mejor de los casos no quiero convertirme ni en una vaca, ni en un buey, ni en una serpiente.

Así que la chica de mis sueños tampoco sé dónde estará y no busco amores imposibles, solo personas que ayuden a vivir, amores posibles y terrenales, de esos o de esas que saben quién es Demóstenes y Sócrates, pero que también saben limpiar el cuarto de baño o hacer una tortilla de patatas. He dicho.