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“Las parábolas de Jesús de Nazaret”, editado por Rialp

  • Julio de la Vega-Hazas, filósofo y teólogo, comenta en un libro

Por Julia Sáez-Angulo
domingo 18 de abril de 2021, 19:45h

18ABR21 – MADRID.- El profesor Julio de la Vega-Hazas, filósofo y teólogo, comenta en un libro “Las parábolas de Jesús de Nazaret”, publicado por la editorial Rialp, en el que analiza y comenta los relatos evangélicos con parábolas para desentrañar los mensajes fáciles y profundos al mismo tiempo, al tiempo que aclara el significado de algunas expresiones que puedan desconcertar a quienes no estén familiarizados con el Antiguo Testamento.

 “Las parábolas de Jesús de Nazaret”, editado por Rialp

El libro abarca los apartados: Las parábolas del antiguo Israel; Parábolas del Reino; Parábolas de la respuesta a la llamada; Parábolas del juicio divino; Parábolas de la misericordia y Parábolas sobre virtudes.

En la introducción, el autor recuerda que el rabbí de Nararet “les enseñaba como quien tiene potestad y no como los escribas”, según cita de Mateo evangelista. Vega-Hazas destaca que “cuando la didáctica divina muestra mayor riqueza es precisamente cuando se unen ambas cosas”: su entronque con la tradición judía como el nuevo enfoque cristiano.

La enseñanza por parábolas está muy engarzada a la tradición oral de Oriente y dentro de Israel hay parábolas judías bíblicas y extrabíblicas. De esta corriente bebió Jesús de Nazaret y transmitió su mensaje divino con el mismo método, capaz de llegar a todo el mundo.

Al comentar la parábola de “El hijo pródigo”, el teólogo dice:

“La libertad tiene un sentido: da la posibilidad de adherirse al bien de forma voluntaria, como corresponde a la naturaleza espiritual del hombre. Pero, en sí misma, es el dominio sobre los propios actos –eso es el albedrío-, lo que lleva la posibilidad de elegir el mal. Esto es fácil de comprobar, pero a la vez no deja de ser un misterio: permitir que su criatura cometa precisamente la abominación que el Señor odia, y encima dejar actuar a esa concupiscencia que inclina a ello. Dios da mucho al hombre, y particularmente al cristiano, como al hijo de la parábola, que vive en una buena familia –buena y rica-, con un buen padre, y es de suponer que una buena educación; y sin embargo, el hijo utiliza precisamente esos dones para rechazar esa vida, vivir de espaldas a su padre, y dilapidar lo recibido. ¿Cómo es que lo permite? Sin dejar de ser, como hemos señalado, algo misterioso, esta misma parábola ya constituye un indicio de por dónde ha de ir la respuesta a la pregunta: Dios permite el mal para sacar más bienes de ello que si no se hubiese producido. En este caso, el hijo pródigo ha aprendido la lección, y el amor por su padre acaba por ser mayor que antes de tomar la nefasta decisión de abandonarle; y, quizás, pueda decirse algo semejante del otro hijo, quien, si acabó por atender a lo que le dijo su padre, aprendería a tener un amor del que antes carecía. Se aprende también de aquí el valor de la libertad, y de educar en la libertad.

Tendría que hacer reflexionar a algunos, como por ejemplo a padres que, llevados por un celo sin duda bienintencionado pero equivocado, no dejan crecer a sus hijos tomando ellos las decisiones que deberían corresponder a los hijos por pensar que ellos saber lo que de verdad les conviene; y, así, no dejan que los hijos vayan poco a poco tomando las riendas de su vida, como corresponde a una educación acertada. No se dan cuenta de que, después de la tranquilidad que en principio produce, aparecerá un hijo pusilánime, que no sabrá enfrentarse con la vida; o un hijo rebelde, que en cuanto pueda se sacudirá ese yugo rechazando todo lo que le han enseñado”. (…)

(…) “A lo largo de la historia, la lección que se extrae del hijo menor ha eclipsado la que se extrae del mayor. Los cristianos que se toman en serio la religión deben saber que la verdadera santidad no es aquella cuyo horizonte es acumular méritos, o la que piensa solo en la propia piedad, sino la que se abre al prójimo y convierte la vida en un servicio a los demás por amor. Servicio material y servicio espiritual. Por eso no hay verdadera vida cristiana si uno es indiferente a las necesidades, los sufrimientos o las preocupaciones del prójimo. Por eso no hay verdadera vida cristiana sin un esfuerzo por comprender a los demás, incluidos los que viven de una forma opuesta a la nuestra. Por eso no hay verdadera vida cristiana sin un afán apostólico que no solo desea la conversión del prójimo, sino que busca acercarle a Dios sin herir. El hijo menor de la parábola, a pesar del desastre que ha hecho con su vida, aventaja al mayor en un punto. Sabe que su vida ha dejado mucho que desear. El hijo mayor quizás no tanto, pero lo malo es que no es consciente de ello”.

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