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Opinión:

Los políticos también dicen la verdad

Por Luis Méndez Viñolas

miércoles 14 de octubre de 2020, 20:27h

14OCT20 – MADRID.- Mucha gente cree que los políticos siempre mienten, y no es cierto: a veces dicen la verdad. De todas las verdades oídas hay dos en las que sí creo, y que curiosamente provienen de políticos de la derecha. Una es de Franco: “Todo está atado y bien atado”. La otra es de González Pons, quien en su momento afirmó que de joven votó a Felipe González, y que no se arrepentía. Ambas, con el tiempo, cuadrarían.

La palabra transición no es unívoca, menos en política. Unos la interpretan (interpretaron) con un contenido cuasi provisional, como un puente mediante el cual pasar a la otra orilla y allí construir otra realidad, alejada de la anterior. Otros la interpretan (interpretaron) con carácter de permanencia. La transacción lograda ha de ser estática, impermeable a cualquier cambio. Otros, los menos, la utilizaron como un respiro–un avance elástico sobre la retaguardia, diría Goebbels para informar de una retirada -- para en su momento volver atrás.

¿Por qué interpretaciones tan dispares coincidieron en aquel momento? Porque todos estaban convencidos de que ninguna de las partes podría imponerse en solitario sin grave menoscabo. Unos tenían en la mente lo sucedido hacía poco en la Revolución de los claveles, en Portugal, los otros sabían que el régimen a extinguir tenía muchos de sus poderes intactos.

Generalmente se dice: tal partido ha llegado al poder. Eso es hablar mal o saber poco de política (a no ser que se quiera confundir a la gente). Los partidos llegan al gobierno, pero no al poder; el poder, hasta ahora, no se ha apeado de su trono. Elijo esta palabra intencionadamente para resaltar precisamente que no me refiero al trono de un rey, sino al de un emperador. Ese poder es discreto, no lleva mascarilla, sino máscara, y le basta con mover sus marionetas a gusto. Y suele tener componentes transnacionales. Es el poder económico, que se ríe de los principios, salvo aquellos que afecten a la médula de sus intereses. No tenemos principios, sino intereses, dicen los británicos, que son un poder financiero.

Ahora se ha comenzado a discutir respecto a la forma de estado: que si monarquía, que sí república. No estoy seguro de que alguna de las dos formas altere en sustancia la esencia del verdadero poder. Por ejemplo, tengo serias dudas (y me he parado a pensarlo bien) de que la república norteamericana sea más democrática que la monarquía española. Y mírese que España pasa por pésimos momentos democráticos.

Se dirá: ¡Gracias a la transición España cambió mucho! Por supuesto: era imprescindible. Aparte de la necesidad técnica (modernizarse empresarialmente, romper corsés innecesarios), lo iniciado necesitaba justificarse. Si se leen las actas del último (creo) congreso de la UCD el número de cambios legales realizados resulta impresionante. Digo legales: otra cosa es lo fáctico.

Y ahora volvemos al comienzo del escrito. ¿Por qué cuadran las afirmaciones de Franco y de Pons? Pues porque si echamos la vista atrás nos damos cuenta de que hemos avanzado en círculo. En 2008, tras un progresivo deterioro del mal llamado “estado de bienestar” –nunca hemos llegado a su plenitud--la gente se quejaba de ser mileurista (mientras que los grandes capitales, en general, aumentaron sus beneficios); hoy, en franca regresión, los ochocieneuristas representan una proporción laboral preocupante (¿Qué será de sus pensiones? ¿Qué van a cotizar? ¿Cómo pueden contribuir al consumo?). Esto como un botón de muestra para no entrar en detalles (habría que desarrollar desindustrialización, reducción de la investigación, impuestos regresivos, vivienda en alquiler–ahora vivir alquilado es la panacea--, sus precios sin control, disminución de la vivienda de protección social y en casos su venta a fondos buitre , pobreza infantil –entre Rumanía y Bulgaria, los tres peores—eventualidad laboral, fuga de cerebros, sanidad mermada, educación pública lastrada, reforma del artículo 135 de la Constitución, convenios colectivos jibarizados y convertidos en convenios de empresa, hasta hace poco despidos laborales en situación de baja médica, millones de horas extra impagadas, disminución importante del sector público, salario mínimo raquítico si se compara con la media europea, etc.).

Pero ¿y qué tiene que ver todo esto con lo dicho por Pons? Pues simplemente por lo dicho y hecho a su vez por Felipe González en los últimos años (¡ay aquel radical que quería sacarnos de la OTAN y de la monarquía!). Reuniendo todas sus extemporáneas afirmaciones, se comprende que su transición no era la transitoria para afianzar posiciones y avanzar hacia un régimen más social, sino la de un país que se desmovilizaba, primero en la confianza de que sus representantes harían por él lo que necesitaba socialmente, después derechizado por la decepción Pero no: poco cabe esperar de alguien que pone a Pinochet de ejemplo de nada, máxime si recordamos el asesinato de su compañero Allende.

Dicho esto, tan enrevesado es el panorama, que creo que el único programa válido es aquel que simplifique los objetivos. Hay que evitar argumentos que fortalezcan a quienes quieren la “transición” para recortar los contenidos sociales de la Constitución. No creo que sea exagerado decir que el círculo iniciado en 1978 se está cerrando. España, por lo visto –tenemos la prueba en el conflicto por la pandemia—tiene más complicado que los demás países llegar a “ejemplares” entendimientos. Luego nos reímos de los portugueses. Vana soberbia.

Sintetizando, creo que los sectores verdaderamente democráticos deben centrarse en pocas cosas pero realizables: Primero: Tener en cuenta los multívocos sentidos del concepto político de transición (especialmente el lampedusiano) para comprender las distintas estrategias y tácticas. Está claro que no todos pretendían ni pretenden lo mismo. Segundo: si hay un programa que pueda unir a las fuerzas realmente democráticas es el de alcanzar social y democráticamente la media UE-15 (no olvidemos, para aquellos que hablan de peligroso radicalismo, que muchos de los gobiernos de esos países son de centro derecha). Tercero: que en esta aspiración mínima no hay que perder de vista dos cosas: que no se puede permitir que lo privado devore a lo público (que es la verdadera patria), como querría, por ejemplo, Rubén Manso, de Vox: "No es función del Estado proveer ningún bien o servicio, salvo tres o cuatro: justicia criminal, seguridad interior y seguridad exterior… Todo lo demás, otros servicios que ustedes quieran pensar (sanidad, educación) puede ser el asegurador…”. Cuarto: que a pesar de las últimas decisiones, la política de la UE es (neo)liberal y que tenderá irremisiblemente a disminuir lo público en beneficio del lucro privado (el giro –provisional-- que la UE, el FMI y el BM han tenido que dar es prueba de que no estaban en lo correcto).

Y quiero creer que las conquistas –no absolutas-- de las cuales gozan esos países son resultado de que sus ciudadanos presionan lo necesario, en vez de vociferar en la barra del bar repitiendo tópicos que incluso van contra sus propios intereses. También es lamentable que pocos quieran darse cuenta –entre ellos los patriotas de sólo bandera-- de que está en juego, precisamente, la soberanía de los estados. Quienes quieran debilitarlos privatizando incluso en beneficio de capitales extranjeras (por ejemplo Slim, -- FCC, Realia, Ideal-- de quien FG es o era “asesor de negocios”) es que tienen un patriotismo muy particular. Un buen antídoto contra la propensión a la vociferación en la barra del bar sería leer detenidamente, por ejemplo, y en el mayor número posible de versiones, qué representa el TTIP, tan alabado como controvertido, y siempre al acecho.

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