Con 40 días de confinamiento el llanto diario no cesa. Abrigamos la esperanza de que esto termine pronto, pero oír cada día el número de enfermos fallecidos en la rueda de prensa del Comité de Crisis del Gobierno, nos sumerge en una tristeza infinita, en un dolor traumático que dejará huella en nuestra historia vital.
Miles de familiares que no han podido despedirse de sus seres queridos y que ven en imágenes sus féretros en el otrora Palacio de Hielo (pista de patinaje) donde hacen cola para que las compañías funerarias acometan su definitiva tarea.
Decenas de miles de infectados en los hospitales y miles en cuidados intensivos, deshojando la margarita de si les tocará a ellos o se salvarán. Más de 14.000 muertes en residencias de mayores, en las cuales la Fiscalía ya ha abierto diligencias para depurar responsabilidades. Millones de personas en confinamiento que viven solas o que comparten 60 metros cuadrados con su núcleo familiar, o que no salen de su habitación por ser lo único que tiene alquilado. Millones de niños que no pisan la calle desde el 13 de marzo. Millones de desempleados que no saben cuando podrán recuperar un trabajo digno y en qué condiciones. Una economía cerrada, bloqueada por la prioridad del confinamiento.
A pesar de todo ello, aún nos quedan fuerzas para perseverar en el intento.
No podemos bajar la guardia y hacemos el esfuerzo por encontrar una sonrisa, un libro, un film, una canción, que nos aleje, momentáneamente, de tanto sufrimiento. Nos comunicamos por las redes sociales y vemos a nuestros familiares con video llamadas del teléfono. Pero siempre, como una pesada losa que oprime nuestro pecho, están ahí los miles de personas fallecidas.
Quisiera lanzar un mensaje al resto de países: no se dejen engañar, no suavicen las medidas individuales y colectivas para poner freno a este asesino en serie. Los brotes pueden ocasionar estragos hoy, mañana, pasado mañana o el mes próximo. Tomen como ejemplo lo que ha pasado en España y retengan nuestro llanto y nuestro dolor.
Instalados en la tristeza vivimos. Como escribiera Miguel Hernández: “Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes”. Sofocando con mil triquiñuelas el sabor del aislamiento y la muerte. Con Alberti asumimos su “lloraré cuando haga falta” y ahora hace falta llorar y abrir la mano, el corazón y la mente para encontrarnos más cerca de un nuevo día y reivindicarnos como especie.
Superaremos en España la crisis, pero recordaremos siempre a quienes no están, a todas las personas que se jugaron la vida por salvar a los que pudieran desde su trabajo sanitario. No olvidaremos a este asesino y tomaremos nota, para no ser complacientes, a sabiendas de que todo puede repetirse y terminar con nuestras vidas.
Estos días he releído a Bertolt Brecht y he traducido su poema del exterminio nazi a nuestra situación actual a nivel mundial:
“Ahora vienen por mí, pero es demasiado tarde”. Sabemos que la Covid-19 es implacable con las personas mayores de 65 años, pero no debemos confiarnos porque puede venir a por todos y cada uno de nosotros.
Mientras lloramos desolados, aplaudimos cada tarde a las 20`00 horas a nuestro personal sanitario y al personal imprescindible (de cuidados, de limpieza, de alimentación) y nos saludamos desde balcones y ventanas con nuestro desconocido vecindario. Anotamos lo que echamos en falta en una lista que va creciendo cada día, en la que abrazar a nuestra gente está en la primera línea. Y añoramos recuperar la libertad, vivos.
*Francisco Pineda Zamorano - Experto en Relaciones Internacionales y Cooperación.
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