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OPINIÓN

La tragedia de la cárcel de San Miguel: las dos caras de Chile

“El grado de civilización de una sociedad se mide por la manera en que trata sus presos”. Fedor Dostoievski

miércoles 22 de octubre de 2014, 11:21h

La tragedia de San Miguel es una más de las varias calamidades que han asolado este país en el año de su bicentenario, un año que se esperaba fuese una seguidilla de actos festivos que hicieran de este 2010, algo para recordar. Sin embargo la aviesa fortuna y el errático destino han querido que 2010 sea uno de los años más penosos de la historia contemporánea chilena.

Durante los últimos cinco años Chile ha crecido –al decir de los economistas y en macrocifras-, como la espuma al punto que no hace mucho, ha podido ser el segundo país iberoamericano (el primero es México), que ha calificado para ingresar al exclusivo club de los países ricos  y es así como Chile puede orgullosamente, proclamar su pertenencia como socio, de la severa Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la OCDE, tal como si en realidad fuera un auténtico país desarrollado y no un país que ha demostrado graves falencias y dolorosas fracturas a  partir de aquel infausto día  27FEB en que un terremoto partió por la mitad aquella angosta y larga faja de terreno que es Chile.

La verdadera historia del Chile contemporáneo comienza a gestarse en 1970 con el cambio que significó en todo aspecto, la llegada de una coalición socialista-marxista al poder. Desde ese mismo momento, se puso en marcha una maquinaria que ya no pudo detener su andar y que dio –como todos saben-, origen a un turbulento proceso de desestabilización del país y que culminó con el sangriento golpe militar y la instauración de una dictadura que por 17 años, gobernó el país y que para la posterior recuperación de la democracia, dejó como herencias que aún perduran, dos instrumentos que son la columna vertebral del actual devenir diario del país: la constitución política y el sistema económico de rabioso neoliberalismo que ha acrecentado hasta límites increíbles, las brechas sociales existentes desde siempre, con lo cual en términos generales puede afirmarse que en muchos aspectos, Chile está igual que hace 20 años cuando comenzó la transición.

En febrero pasado, el terremoto y maremoto que de manera inclemente azotaron la geografía chilena pusieron al descubierto las graves falencias estructurales, la falta de planes de contingencia (en un país en que los desastres naturales son una constante más que centenaria), la ausencia  de mecanismos de control y de nuevas tecnologías en las comunicaciones y un sinfín de fallos administrativos que complicaron hasta lo indecible, la reacción de las autoridades y equipos de emergencia que podrían  haber salvado muchas vidas. Hoy mismo, a casi un año de aquella tragedia no se aprecia una firme  y decidida voluntad para emprender una reconstrucción rápida y seria.

Más tarde, vino el mediático caso de los 33 mineros atrapados bajo tierra que además de la publicidad mundial que supuso para Chile, puso de manifiesto de manera flagrante, la falta de control y la corrupción en los asuntos de la minería, la desprotección de los trabajadores, la inescrupulosidad de los empresarios y la frivolidad cultural de algunos personeros de gobierno que unidos a algunos medios de comunicación de masas convirtieron todo este penoso asunto, en un carnaval mediático donde se farandulizó todo, incluidas las vidas privadas de los trabajadores y sus familias, esposas, amantes, madres, padres y cuñados en una suerte de ejercicio de catarsis nacional alrededor de la cual se quemaron en una simbólica hoguera, las “diferencias” existentes entre los chilenos ya que al calor de esa “hoguera de vanidades” de San José, se aunaron en un mismo nivel, clases sociales y diferencias políticas  que días después del feliz rescate, volvieron –como es natural-, a ocupar el lugar que les corresponde dentro de la sociedad chilena.

Siguiendo con la racha de desventuras, la tragedia de la cárcel de San Miguel ha servido parar poner en evidencia, las monstruosas falencias de la justicia y la dantesca realidad de las cárceles chilenas lo cual es todavía más grave si consideramos que Chile es, al tenor de la reputación que ha venido ganando en esto últimos años, un país “desarrollado”.  No estamos hablando de las cárceles de países como Guatemala, Nicaragua, el Salvador o Haití donde casi se da por hecho que todo es de ínfimo-ínfimo, nivel. La tragedia ocurrida en la cárcel de San Miguel pone sin embargo, el acento en una realidad todavía más cruel ya que es la prueba tangible e irrefutable, de que en un moderno y desarrollado país como Chile, hay cárceles para ricos y otras para pobres y parias, al igual que Justicia, para unos y otros.

¿Cuántos presos de buen nivel socio-económico había al momento de la tragedia en San Miguel? ¿Alguno de los fallecidos era un “paltón” o un “bacán”?. Ni uno sólo, según los datos manejados y en cambio sí todos los desafortunados presos, eran pobres y sin recursos de ningún tipo como aquel pobre muchacho que estaba detenido de manera preventiva por haber sido sorprendido vendiendo CD’s y DVD’s piratas, o aquel borrachito detenido por no poder pagar la multa. Ambos perecieron en las llamas que abrasaron la cárcel y así, con seguridad, muchos otros.

Al mismo tiempo, en otro sector de la ciudad, hay presos que duermen confortablemente en sus camas individuales, que tienen teléfonos móviles, computadores con internet, calefacción en invierno, aire acondicionado en verano, baño exclusivo, buena comida servida puntualmente y un respeto, brindado a su graduación militar ya que estamos hablando de los criminales que han sido condenador por asesinatos de disidentes políticos, violación de derechos humanos, torturas y una larga lista de fechorías cometidas al amparo de una autoridad ilegítimamente conquistada. Son los llamados presos “cinco estrellas” para los cuales fue preciso construir con cargo al erario nacional, faraónicas instalaciones (Punta Peuco, Cordillera) y que más parecen hoteles de primera clase que sórdidos recintos penitenciarios donde los reos disponen de un baño para 180 personas.

En esa cárceles de ricos, en las cuales ha podido incluso, celebrar recepciones sociales alguno de los residentes, con seguridad, nunca se produciría un incendio, no hay vejámenes ni palizas por parte de los celadores a los internos  ni hacinamientos como el 70% reconocido por el gobierno para las  cárceles de los “rotos”. Ningún medio de comunicación chileno consigna en sus crónicas estas tremendas diferencias que marcan por extensión, la impronta  que señala la vida diaria en un Chile que divide su sociedad en un puñado de personas que lo tiene todo y en una inmensa mayoría que carece prácticamente, de todo.

Quizás lo más preocupante de toda la tragedia de San Miguel aparte de la triste pérdida de 81 vidas humanas, sea la reacción de algunas autoridades de gobierno que han prometido como efecto paliativo inmediato, la construcción de más cárceles para  rebajar el espantoso e inhumano hacinamiento en que hoy vive la población reclusa de Chile que se alza hasta casi las 55.000 personas para un país que tiene 15 millones de habitantes. No obstante que la medida de construir más recintos penitenciarios sería una solución en el inmediato plazo para resolver uno de los mas acuciantes problemas que tiene el sistema penitenciario chileno, no es menos cierto que esta solución conlleva el riesgo casi seguro de aumentar más la población penal en lugar de rebajarla con la instauración de medidas de reinserción social, de seguimiento y en suma, de severas reformas del añejo sistema judicial chileno ya que la solución no está en encarcelar a mas delincuentes sino que en intentar, rebajar el número de estos.

Es indudable que las desigualdades sociales, la feroz diferencia entre los distintos grupos humanos en cuanto a recursos y posibilidades y/o expectativas de vida, son el caldo de cultivo para incubar vigorosas cepas de delincuencia en  todas sus formas, desde el “cogoteo” y los robos, a la prostitución pasando por el tráfico de drogas para rematar en el cyber-delito que recién comienza a extender sus garras en el país.

El drama acontecido en San Miguel y que hoy mismo permanece vigente debería ser de manera inexcusable, el motivo para adoptar urgentes medidas gubernamentales tendientes no solo a erradicar este  grave problema sino el inequívoco aviso de que deben acometerse reformas que posibiliten mejores condiciones de vida en igualdad de oportunidades para todos los ciudadanos. Sólo así pueden consolidarse las bases de una sociedad más justa y equitativa.

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