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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

La Supervivencia

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

domingo 25 de marzo de 2018, 17:45h

25MAR18 – MADRID.- Allá por los años sesenta del siglo pasado las tablas de mortandad que publicaba entonces el Instituto Nacional de Estadística y que yo leía en el Instituto Nacional de la Vivienda donde pasaba las mañanas como bibliotecario de dicho centro, señalaban como elementos genuinos de la longevidad, el tener un buen hobby, sentido del humor y espíritu religioso; también añadían cosa curiosa un dato literario, pues allí solo reinaban los números y era que “el matrimonio protege al hombre”. Parece ser que los solteros, los viudos o los separados morían bastante antes que los casados.

La Supervivencia

A lo largo de mi vida he ido comprobando que el hecho de estar aún en este planeta tan maravilloso, se debe en buena medida a pesar de la resistencia natural que ofrece la vida ya que hay que trabajar y luchar para ganarse el sustento y en mi caso el de mi familia, a que he sabido en buena medida sortear las variadas trampas, que como minas enterradas en el subsuelo hay que evitar, pues si las pisas tu vida ha terminado.

Todo esto se relaciona también con ese precio al que a veces he hecho referencia y que hay que pagarle a la vida, para llegar a ser felices y siendo a la vez libres.

Esas minas son las mil tentaciones que te acechan casi por el hecho de salir a la calle y esos errores graves o pequeños que te permite el margen de maniobra, dos o tres pequeños errores o un solo error de los gordos y te vas al cementerio. Al salir del paraíso con ese taparrabos hecho de hojas de parra ya comprobamos nuestra fragilidad, y si encima esa voz que te anunciaba que habíamos de morir, eso que Camus define con su frase “los hombres mueren y no son felices”, pues la habíamos cagado, y perdonen la expresión.

Errores gordos pudieron ser por ejemplo fumar o no llevar puesto el cinturón de seguridad en el automóvil. Todos, pero todos mis amigos y amigas que fumaban han fallecido hace ya por lo menos una o dos décadas, incluyendo mi hermana, y por no llevar puesto el cinturón de seguridad varios amigos y parientes han salido despedidos por la ventanilla de sus coches con la columna vertebral quebrada.

Otros errores son más pequeños y te permiten remontar aunque suelen ser avisos que te dejan cicatrices y que ya no se repiten, porque si se repitieran una o un par de veces equivalen al error letal.

Y así pasa con todo, he podido y sabido superar dolencias muy largas e importantes que me han arrebatado un tiempo muy valioso, pero que sin embargo me han aportado sabiduría y astucia.

Cuando por la mañana temprano, casi aún de noche, me levanto a buscar el primer café que abre, vienen a mi mente recuerdos del pasado para mí fascinantes, un pasado tan largo y tan variado.

Recuerdos del mundo cuando el hombre aún no había pisado la Luna y las Torres Gemelas no habían sido derribadas por los talibanes de Osama ben Laden; y la pompa inmobiliaria no había reventado a consecuencia de las llamadas hipotecas ninja, y no existían los teléfonos móviles y tampoco las personas eran apabulladas por miles de noticias y mensajes, de imágenes que el cerebro humano no puede procesar y por tanto anega el entendimiento, y la falta de tiempo y de silencio le impide reflexionar sobre cuánto le rodea y así se anula su espíritu crítico. Dicen que ese avance tecnológico permite salvar vidas humanas, pero buena parte de la gente no sabe utilizarlas y aparecen adicciones, niños que no salen de su alcoba mirando la pantallita, adultos que no descansan en vacaciones y en la playa siguen conectados de forma permanente al mundo del trabajo que creían haber dejado.

Y ver como caen la personas, y como nacen y mueren, y presenciar la caída el muro de Berlín, algo inimaginable durante tantas décadas, y como van al trullo los que querían desgajar buena parte de España y hacer de ella una república.

En fin, la longevidad tiene también mucho que ver con estar en paz con uno mismo, la paz de espíritu, la conciencia tranquila aunque el mundo esté revuelto y veas con tristeza como la cultura, el cultivo de la verdad y la belleza, se evapora día a día porque los poderes públicos no dan la talla y las masas - el sistema de las nuevas democracias -, son incapaces de elegir a los mejores de entre todos para que les puedan gobernar. Y echas en falta aquella aristocracia del conocimiento y del poder que elegía de líder al anciano y al sabio, y no al joven glamuroso lleno de músculos por todas partes pero estúpido y necio, incapaz de dar a la gente aquello que están necesitando con urgencia.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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