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Opinión: “¡Cuidado con los humanos…!”

Amor de madre
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Amor de madre

Por Marta Miguel García

lunes 12 de marzo de 2018, 23:08h

13MAR18 – MADRID.- La madre de Gabriel nos ha dado a todos una lección de humanidad al pronunciar las primeras palabras en los medios, tras haberse hallado el cadáver de su hijo: “Pido que no se extienda la rabia” ha dicho.

Una rabia que comenzó a circular por redes sociales apenas unos minutos después de saberse que la guardia civil había detenido a la pareja del padre de Gabriel con el niño muerto en el maletero de su coche.

“Cadena perpetua”, “prisión permanente revisable”, “pena de muerte” son algunos de los sintagmas más repetidos, más pronunciados en las últimas horas. La última muestra de esta sed de venganza colectiva ha sido protagonizada por decenas de personas congregadas en torno a las dependencias de la Comisaría en la que se encuentra la detenida. Distintas personas dolidas y rabiosas coreaban “que la saquen”. ¿Alguien imagina qué sucedería si efectivamente se sacara a esa mujer, a esa presunta asesina de un menor a las puertas de aquel edificio? La matarían. Lo peor de aquellos seres humanos allí reunidos afloraría al exterior, a sus manos, a sus puños, a sus uñas, a sus pies. Serían capaces de golpearla hasta verla ensangrentada, hasta dejarla sin respiración. Muerta. Ojo por ojo. Toda la crudeza de sus instintos cobraría forma, desatarían su indignación, su sed de ¿justicia? Harían uso de la ley de Talión, aquella que sólo se mantiene en determinados países con ordenamientos jurídicos que distan mucho de los propios del primer mundo.

¿Reduciría la criminalidad instaurar en España la cadena perpetua o la pena de muerte? ¿Se producen menos asesinatos en los países que gozan de esas medidas en sus leyes? Las cárceles son el punto final de los crímenes perpetrados. Endurecer las leyes para hacer más rígido ese punto y final ¿serviría de algo? ¿No se debería poner quizás el foco en el escenario previo a la realización del delito?

Al caldo de cultivo que supone matar a un menor, a un niño inocente con toda la vida por delante, se debe añadir el agravante de que vivimos en una sociedad racista. He visto protagonistas españoles de noticias verdaderamente sanguinarias con rostros pixelados en medios de comunicación abogando por esa manida “presunción de inocencia”, sin embargo, cuando los asesinos son negros o árabes, la inquina condensada se incrementa exponencialmente y no son pocos los que elevan la voz pidiendo que se vayan a su país, que no los queremos en nuestras cárceles, que ésto nos pasa por meter inmigrantes en nuestras tierras. Odio, odio y más odio. De cualquier forma, en cualquier estado: sólido, líquido y gaseoso, odio con aroma a putrefacción y rencor, a vertedero de lo más deleznable que habita nuestros cuerpos. Miseria humana cocinada y convertida en letras, frases y mensajes con los que esparcimos nuestra xenofobia por doquier.

Y frente a este linchamiento popular instaurado en muchísimos perfiles de redes sociales, que se aleja a la velocidad del sonido de un estado de derecho democrático, aparece la madre de Gabriel, la principal víctima (junto a su padre) de este suceso, pidiendo que “nadie retuitee cosas de rabia porque ese no era mi hijo y esa no soy yo”. Y entonces, si uno tiene un mínimo de dignidad corriendo por sus venas y ha pedido la ejecución de la monstruosa y miserable asesina de Gabriel, no puede hacer otra cosa más que agachar la cabeza y masticar sus palabras, una a una, aliñarlas con un poco estupor ante la humanidad de esta madre, echarle algo de vergüenza propia, y tragárselas. De golpe y sin respirar como uno de esos medicamentos cuyo sabor nos desagrada.

Tragárselas porque la mayor indemnizada en esta historia debería ser su madre y ella, en lugar de avivar las llamas, en lugar de echar más leña al fuego, ha salido en los medios hablando y sus palabras han estado teñidas de amor. Amor en todas y cada una de las sílabas pronunciadas. Probablemente la madre del pequeño Gabriel no siente venganza (quizás no la llegue a experimentar o tal vez sí) porque de momento lo único que la embarga es dolor y pena a partes iguales en cada una de sus terminaciones nerviosas. Tristeza supurando todas y cada una de sus heridas abiertas. En su alma, rota, no cabe sitio para esa fosa séptica que alberga vendetta y que curiosamente está instalada en decenas de personas en todo el país que no van a enterrar a su hijo en los próximos días. Es cuanto menos, para reflexionar.

La madre de Gabriel no volverá a ver a su pequeño despertar por las mañanas jamás. Y esa aseveración tan rotunda, irreversible, trascendente y tan colmada de dolor, no deja espacio para que en su corazón quepa ahora mismo encono alguno. En su músculo del lado izquierdo sólo están Gabriel y su ausencia. Decía ella misma que prefería quedarse con el apoyo recibido por la gente en los doce días que ha durado la desaparición de su hijo. Yo, que no pinto nada en esta historia, también me quedo con eso, Patricia, con la inmensa solidaridad de todos los voluntarios que ayudaron en las operaciones de búsqueda. Me quedo con ellos y principalmente, me quedo con tu amor, tan noble, tan elevado e intenso que deja las represalias muy lejos, allá abajo, en el mundo terrenal, con el populacho a las puertas de una comisaría clamando: “Justicia”.

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