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Opinión: “¡Cuidado con los humanos…!”

La Marea Violeta

“Amanece con pelo largo el día curvo de las mujeres” comenzaba un conocido poema de Gioconda Belli en una oda al día ocho de marzo.

lunes 12 de marzo de 2018, 23:05h

Por Marta Miguel García

12MAR18 - ZARAGOZA. – Me despierto sobre las nueve de la mañana, más tarde que de costumbre ya que hay una huelga convocada en mi país, España, al igual que en muchos otros, en pos de una búsqueda de la igualdad entre hombres y mujeres. Es la primera huelga que secundo en mi vida y no he ido a trabajar. Siento una expectación y un nerviosismo extraños. Nunca me ha gustado identificarme en bloque con ningún movimiento, partido político ni ideología pero esta vez encuentro sobrados motivos para hacerlo.

La Marea Violeta
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Tras desayunar, enciendo la televisión, voy cambiando de canal, en ninguno hay una sola mujer en pantalla. Un manifiesto firmado por miles de periodistas avala la huelga del 8M y han dejado sus sillas vacías. Miro los mensajes de whatsapp en mi móvil, algunas de mis amigas que viven en otras ciudades del país, comentan que en el ambiente se nota el día que es. Me siento como un león enjaulado entre las cuatro paredes de mi apartamento así que me dirijo a la calle, a ver qué se cuece, porque quiero vivir esta jornada en directo, no observarla a través de una pantalla ni leer sobre ella en periódicos digitales. Ese día, es mi día, al igual que el del resto de las mujeres del mundo.

Me encamino, por la calle San Miguel, hacia paseo de independencia, es aproximadamente la una de a medio día. Paseo de independencia, en Zaragoza, es una amplia avenida con un carril de circulación en cada sentido, amplísimas aceras y unas líneas de tranvía en su parte central. De pronto, en medio de esa ancha avenida escucho un murmullo que va creciendo a medida que se acerca hacia mí, una manifestación con una gran pancarta en primera fila que reza “Si nosotras paramos, se para el mundo” avanza inexorable al son de gritos, pitidos, globos morados en alto, y mujeres, muchísimas mujeres, alegres, enérgicas, vivaces, vivas, universitarias en su mayoría, pues se trata de la manifestación convocada para estudiantes. Se abren paso ante miradas de curiosos en las aceras, gente que las fotografía desde las mismas, hombres con traje y corbata de mediana edad que las observan entre atónitos y quizás por qué no decirlo asustados. A medida que uno envejece siente miedo a los cambios, a los físicos y materiales pero sobre todo a los cambios de ideas, de pensamientos. El miedo paraliza. Pero esa marea violeta que observo frente a mí avanza sin reparos ni pudor. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo, se me eriza la piel, mi pupila se anega de emoción. Algo se me encoge por dentro para posteriormente hincharse de orgullo: Por fin hemos dicho basta.

Y veo a esas universitarias liderar en ese momento la manifestación. Querría abrazarlas a todas y decirles que gracias, gracias por empujar el mundo desde su juventud.

¿De verdad había alguien que pensaba poder parar un movimiento transversal a la clase socioeconómica, la etnia, la lengua, la religión y la cultura? ¿El único movimiento realmente mundial?

Sí hubo quien cuestionó esta huelga los días previos a la misma. Los partidos políticos intentaron politizarla, pero allí, en aquel momento, me daba cuenta de que no lo habían conseguido. De repente, todas aquellas chicas se plantaron delante de tiendas muy conocidas pertenecientes a multinacionales, gritándoles que sus tallas y sus maniquíes no representan a las mujeres reales, poniendo pegatinas en sus escaparates con el eslogan “abajo la tiranía de la belleza”. No podía sentirme más de acuerdo con todos sus mensajes. Los cánones de belleza actuales oprimen a las mujeres en este primer mundo, nos asfixian, nos ahogan, nos esclavizan. Depilaciones integrales, operaciones de pecho, cremas antiarrugas, tintes de pelo, ejercicios para tener más posaderas, menos cintura, dietas de adelgazamiento, maquillajes, rimmel para alargar pestañas, botox para pómulos y labios y un largo etcétera. Parecen decirnos que cómo nos atrevemos a envejecer sin disimularlo. Claro que, las que no envejecen son las que ya están muertas. A las que asesinaron sus parejas o ex parejas. Se contabilizan más de 800 mujeres que no amanecerán más, desde 2003. Hay más víctimas por violencia de género, en nuestro país, tan civilizado y tan del primer mundo, que muertos hubo a manos de ETA, y en menos espacio temporal. ¿No se trata entonces de verdadero terrorismo machista? ¿No es eso suficiente para que el Estado tome cartas en el asunto? Eso por no hablar de las violaciones, según el Ministerio del Interior, una cada ocho horas. Y las últimas con repercusión en los medios de comunicación: múltiples, violaciones múltiples, perpetradas por auténticos bestias, por sanos hijos del patriarcado.

Por la tarde, acudo a las 19 h a la glorieta Sasera, donde se ha convocado una manifestación. La última del día. Para mi sorpresa, muy grata por cierto, me encuentro con que apenas puedo avanzar en las calles aledañas al punto de encuentro. Hordas de personas están congregadas en la puerta de El Corte Inglés, en el paseo Sagasta, en la plaza de Aragón. Apenas se puede circular. El tráfico está cortado, furgones de policías esparcidos aquí y allá, pancartas, camisetas moradas, pañuelos del mismo color, alegría, sonrisas, euforia, éxtasis sobre todos y cada uno de los adoquines de la ciudad. Cada vez llega más y más gente. La manifestación, que se suponía iba a partir a las 19 h desde esa glorieta hacia Plaza España no avanza. Una compañera de trabajo, con la que he acudido, sus amigas y yo nos preguntamos qué sucede, por qué aquello no se mueve. Era sencillo. Un auténtico bloque humano colapsaba ya todo paseo de independencia. No podíamos avanzar, simplemente, porque estaba todo el espacio destinado a nuestra marcha, ocupado, repleto, inundado de corazones gritando “igualdad”.

Durante mi vida, he escrito muchas veces, con fuego rebosando las yemas de mis dedos, por enfado, por cabreo, por indignación, por injusticias. Pero esta vez, las llamas caldean mi interior para trazar estas líneas. No podría expresar en negro sobre blanco lo que experimenté este 8 de marzo. Me superó. Superó mis expectativas y mi fe en el mundo. En el ser humano. Tras el 1 de octubre pensaba que en España nada más, aparte de una bandera, conseguiría movilizar a tantísima gente, echarla a las calles. Comentaban en la manifestación que no habían visto así Zaragoza desde que asesinaron a Miguel Ángel Blanco.

Fue grandioso formar parte de aquello, ver a tantas personas tan dispares, unidas por una misma causa: No a la brecha salarial, no a los techos de cristal, no a penalizarnos por ser madres en nuestras profesiones, no a las violaciones, no a los asesinatos, no a la dictadura de la belleza, no a responsabilizarnos sólo por nuestro género de todas las tareas del hogar.

A partir de ese día habría un punto sin retorno en muchas cuestiones, entre ellas, quizás la principal, es que el denostado feminismo ya no es cosa de cuatro locas, lesbianas, gordas con pelo en las axilas y feminazis. El feminismo es un movimiento pacífico y justo que lucha por la igualdad entre hombres y mujeres y que no está limitado a cuatro ni a diez ni a decenas de personas siquiera. En ese momento, el feminismo había sacado a la calle a más de cinco millones de personas en toda España. Manifestaciones en el mundo entero: Belgrado, Bruselas, Melbourne, Ankara y Estambul entre muchas otras.

Este ocho de marzo de 2018, una marea violeta sin precedentes, ha interpelado al statu quo alto y claro. Las calles se han impregnado de sonoridad. Este ocho de marzo, hemos hecho historia, mujeres del planeta. Ha sido un lujo vivir para ver este momento, que esperemos, sea el comienzo de un mundo mejor.

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