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Opinión: “Despierte el Alma Dormida…”

Anna Gabriel, una anarquista en la cuna del calvinismo

Por María José López de Arenosa

lunes 26 de febrero de 2018, 12:13h
Anna Gabriel, una anarquista en la cuna del calvinismo

26FEB18 – MADRID.- «Tenemos que recordar que Satanás también tiene sus milagros,» dejó escrito Calvino (1509-1564). Tal vez por ser una sociedad descreída nos resulta tan inverosímil el repentino cambio de aspecto de la anarquista Anna Gabriel a su llegada a Suiza. Mucho se ha escrito sobre esto y sobre el hecho de que haya escogido una ciudad cuyo coste de vida está entre los más altos del mundo.

Viví dos años en Ginebra y sigo teniendo allí amigos y conocidos, por lo que sé de lo que hablo al sentarme a escribir sobre el lugar escogido por Anna Gabriel para evadir la acción de la Justicia.

Pero no es de esto de lo que quiero hablar, porque supongo que ella habrá hecho sus cálculos y habrá encontrado mecenas que paguen los letrados y el alojamiento mientras busca acomodo en alguno de los numerosos organismos internacionales y ONG con sede a la orilla del Lago Lemán. Lo que me llama la atención del lugar elegido es el hecho de que una anarquista antisistema fije su residencia, precisamente, en la cuna del calvinismo y que representa la quintaesencia del capitalismo, pudiendo irse a Venezuela donde Maduro la habría recibido con los brazos abiertos.

En su libro Castellio contra Calvino – Conciencia contra violencia, Stefan Zweig narra cómo, tras un referéndum a mano alzada en 1536, los habitantes de Ginebra deciden vivir exclusivamente según el Evangelio y la palabra de Dios. Ginebra se convierte a partir de ese momento en una teocracia sometida al control del fanatismo religioso de Calvino. Sólo se tolera una verdad y Calvino es su profeta, dice Zweig. Sebastian Castellio alza su voz contra el tirano para protestar por el asesinato en la hoguera del médico español Miguel Servet en una lucha que Castellio definió como la del mosquito contra el elefante. Bajo la autoridad de Calvino y su policía religiosa, con su amplia red de delatores, cualquier sospechoso de contravenir las estrictas normas era sistemáticamente aniquilado. Desaparecen las imágenes religiosas, los libros, las ropas vistosas, la música, los bailes, los teatros… «Es la primera vez que en Europa se acomete el intento de llegar a la uniformización completa en nombre de una idea,» escribe Zweig.

Aunque los tiempos, felizmente, han cambiado, Ginebra conserva su impronta calvinista. Sus habitantes son gentes de orden, disciplinada y severa. A pesar de ser ahora una ciudad abierta, que aloja expatriados de 190 países en los numerosos organismos internacionales y empresas con sede allí, los ginebrinos son poco amigos de la desobediencia. No aburriré al lector con ejemplos de su intolerancia, pero si un niño llora a las seis de la mañana, el vecino no llamará para preguntar si puede ayudar en algo, sino para amenazar con llamar a las fuerzas del orden. No se pueden utilizar los electrodomésticos después de las diez de la noche o hacer ruido a la hora del almuerzo. Si no pasea al perro el tiempo que los vecinos estiman conveniente para la salud del can, estos denunciarán a su dueño por maltrato animal. La lista de normas es larga y las multas por incumplimiento cuantiosas y hasta nuestra vecina, la pianista Alicia de la Rocha, se cuidaba muy mucho de no ensayar a deshoras. Y con todo esto usted, amable lector, quizás se pregunte, ¿qué pinta una anarquista en un sitio así?

La tonsura, el corte de pelo con flequillo recto que marca la iniciación en la vida religiosa de los monjes es también –aunque solo en la frente- seña de identidad de las mujeres que profesan la fe antisistema. Ignoro cuándo recibió la suya Anna Gabriel, pero resulta llamativo que haya borrado cualquier vestigio de ella nada más aparecer por Suiza, luciendo una aburguesada melena al tiempo que cambiaba sus camisetas reivindicativas por atuendos convencionales.

Estamos asistiendo al primer paso de su transformación en un lugar donde la desobediencia no se tolera y donde, a buen seguro, la anarquista más mediática de España aprenderá a respetar las normas de convivencia. Como las penas por infracción son mucho más livianas que la hoguera, animo encarecidamente a todos los cuperos a irse a Ginebra para hacerle compañía y que no vuelvan por estos lares hasta que los suizos y los patos del Lago Lemán los hayan domesticado. No perdamos la esperanza, Satán también tiene sus milagros.

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