Querida Chati

Eran muy amigos, tus padres Juan Antonio Marín Tejerizo, catedrático de matemáticas con su voz cálida y fuerte y tu madre, Maruja de Mateo, tan elegante y distinguida, siempre tan enamorados los dos y tan unidos.

Así te conocí, en el portal de tu casa de Alberto Aguilera, próxima a la mía, con tu sonrisa cálida y permanente siempre, algo pícara y los ojos oscuros como ascuas de fuego y generalmente junto a ti, tu hermano mayor, Ququi; rubio, simpático, decidido como tu padre, que llegaría a ser Ingeniero de Caminos, aquellos ingenieros, sueño dorado de las mamás de entonces, con hijas en edad de merecer.

Bien, quería hablar contigo pues me enteré de la muerte de tu madre. Anduve buscando tu teléfono inútilmente. Se lo pedí a mi hermano y éste a nuestra prima Angelines. Estaba en El Espinar de fin de semana, tenía ya tu teléfono, te iba a llamar cuando llegó mi hija con el recado de que mi hermano le acababa de dar la noticia de que ya no estabas aquí entre nosotros, habías partido a ese largo viaje del que habla don Antonio Machado.

Lo siguiente fue una iglesia abarrotada de fieles, tus hermanos, tus cuatro hijos, tus amigos y amigas de siempre, tu marido, un Coro inefable, cantando canciones vascas y riojanas, jotas; Orquesta y Coros, casi como Ray Conniff. Bueno, y tus hijos hablando de ti, y el sacerdote, todos alabando tu generosidad, tu entrega, tu optimismo siempre, incluso en los peores momentos.

Y sobre todo Ezcaray, tu pueblo riojano entre montañas, al que amabas de tal manera y modo que has llegado a representar y a recomponer. Como la quintaesencia, el “leitmotiv” de ese lugar inefable, de sus tabernas, de su hotel, de sus montañas de esquí, de sus prados, sus pinares, sus ganados, sus gentes. Pueblo al que yo no he podido volver por dictado implícito de mi madre, pero que he visto representado en esa iglesia final en la que en lugar de encontrarte me he dado de bruces hasta dolorosamente comprender que eras tú. Esas músicas, ese coro, esa liturgia sagrada, esa “cultura riojana”, ese pueblo místico de Ezcaray eras tú, tú misma, cuerpo eterno, indeleble, litúrgico y eucarístico que como un bloque compacto dabas testimonio de la eternidad de tus pensamientos, de tus sentimientos, de tu amor inconmensurable para con todo y para con todos.

Chati, así he llegado a comprender penosamente, trabajosamente, y a la vez de forma tan gloriosa, el mensaje de tus ojos tan llenos de expresión y de luz, de tu sonrisa optimista y alegre siempre, de tus palabras y de tu voz, de eso que me querías decir y que yo esperaba de una forma oscura y anhelante, con mi vehemencia y ese desasosiego o ansiedad que me invade con frecuencia. Me has hecho esperar un poco más para decirme: “Mira Germán aquí estoy, esto soy en lo eterno, conmigo misma, contigo, con Dios, con vosotros, con Ezcaray para siempre y por siempre jamás.

Ahora os voy a ayudar. Como siempre lo hice, ¿o no es verdad?”.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.