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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

El tedium vitae

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

lunes 01 de mayo de 2017, 01:20h
El tedium vitae

01MAY-17 – MADRID.- Siempre he admirado a esas personas laboriosas y pragmáticas que siempre están “haciendo cosas”…..se les ve tan felices, tan sonrientes. Suelen decir que no tienen tiempo para hacer todo lo que necesitan. Pero a mí me ha ocurrido con cierta frecuencia lo contrario y desde muy pequeño.

Hay momentos terribles, días en los que no encuentro sentido hacer cualquier futilidad. No se trata que esté deprimido o apático, no, se trata de que considero absurdo hacer cualquier actividad.

Imaginativo y creativo hasta unos límites imprevisibles, sin embargo cuando termino de crear sé que estoy expuesto al aburrimiento. Puede ser que se deba a mi alta especialización, que me ha permitido obtener gran parte de los premios más relevantes que se otorgan en mí campo, pero que tiene la contrapartida de que en realidad no me interesa nada, absolutamente nada que no sea escribir sobre algo o sobre alguien. Ahora mismo llevo parte de la mañana atacado por lo que los romanos, los patricios romanos, los aristócratas y multimillonarios habitantes de Roma denominaban el “tedium vitae”, que podría llegar a traducirse como “el aburrimiento de la vida”, o dicho de otra manera el aburrimiento que produce vivir cuando todas tus necesidades físicas y psíquicas han sido satisfechas y el tiempo o mejor dicho el peso de él cae sobre ti como una inmensa montaña de arena que amenaza sepultarte.

Recuerdo en un hospital, una de mis mejores amigas, quizá la más inteligente me decía lo aburrida que estaba, cómo la aburría todo. Quizá lo dijera en aquellos momentos porque no tenía alicientes…Varios años después ya no se aburre aunque pueda seguir diciendo que le aburren algunas cosas, personas o hechos.

Pero el aburrimiento con mayúsculas, el aburrimiento en su estado más puro que es al que yo me estoy refiriendo, es algo tremendo, tiene la pureza y la sequedad de la mejor de las obras del absurdo, quizá “Esperando a Godot”, de Beckett; posee la grandeza del océano en calma chicha, y puede llegar a provocar un cierto desasosiego físico o movimientos espasmódicos o idas y venidas sin saber a dónde.

He visto millonarios en sus mansiones ciclópeas pedirme por favor que no pronunciara esa palabra. Para la iglesia católica puede parecer un insulto y no digamos para los calvinistas, los comerciantes o el Opus Dei.

Podría identificarse con el pecado del mundo, esto es la pérdida del tiempo tan escaso como la arena que va cayendo en una clepsidra o en un reloj de arena de forma continuada.

Los tiranos para evitar el aburrimiento de los prisioneros en las cárceles y los campos de exterminio, les obligaban a hacer cosas tan absurdas como trasladar una montaña de piedras de un lugar a otro para a continuación obligarles a hacer lo mismo pero en dirección contraria.

El circo romano, las fieras, los grandes banquetes, constituían la base de los entretenimientos de entonces, pensados precisamente para distraer a los patricios y ya de paso a la plebe o pueblo.

Como podéis imaginar lectores estoy escribiendo esto con frenesí precisamente porque estaba pasando uno de esos momentos terribles en los que no sé qué hacer. He de confesar que el hecho de escribir estas sencillas líneas me alivia enormemente, es como dejar escapar por una espita el vapor interior a presión y candente de aquellas ollas “Super cocot” que comprábamos en Francia cuando aún no existían en España, así como el papel higiénico, el jabón “Lux”, los cuadernos de rayitas o el “Martell “ y el “Courvoisier”, los coñacs aquellos con regusto a manzana que se traía mi padre de Biarritz para después degustarlos en unas copas preciosas calentadas previamente con la llamita de un mechero de plata.

Bueno, como verás, el valor terapéutico de ponerte escribir es algo incalculable, he comenzado hablándoles del “tedium vitae” y aquí me tienen sermoneando sobre el coñac “Napoleón” y su hijos adoptivos.

Pues sí, sino fuera por esto, sin esta afición transformada en pasión perpetua, no sé qué hubiera sido de mí, quizá hubiese incendiado Roma o bombardeado Londres; así a lo mejor podríamos comprender de paso un poco a esos hombres crueles como fueron Nerón y Hitler.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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