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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Urdangarín y el mal

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

lunes 20 de febrero de 2017, 16:40h
Urdangarín y el mal

21FEB17 – MADRID.- El alma humana es el campo de batalla donde se celebra desde que nacemos hasta que morimos la singular y cruenta batalla entre el bien y el mal. Todos los mortales, hasta los más santos, han sido sometidos a esta realidad. Solo el Padre celestial como dijo Cristo es santo y es perfecto.

Todos hemos sido tentados: unos muchas veces, otros algunas menos; pedimos al Señor en el Padrenuestro, la oración que Cristo nos enseñó de su propia boca, que no nos deje caer en la tentación y que nos libre del mal, o del malo, o del Maligno, esto es, del demonio que aunque tenga mala prensa existe y es una persona.

¿Quién le iba a decir al joven Iñaki que llegaría a ser un deportista de élite? ¿ y quién le iba a decir que contraería matrimonio con una hija del rey de España? ¿y quién le iba a profetizar cuando era niño que ascendido a la más alta aristocracia, con su fortaleza física, con su aureola de hombre de bien, de deportista de élite, emparentado con la casa Real, iba a ser tentado de una forma tan inmisericorde y cruel como para delinquir de un manera tan simple y hundir a su familia tan querida – cosa que no dudo – en una amargura, en una agonía tan terrible? ¿Y quién iba a pronosticar a ese niño pequeño que iba a ser condenado a la cárcel por seis largos años como escarmiento de la sociedad y mofa y ejemplo para tantos otros? Por más que la peor de las brujas le echara su maleficio, un mal de ojo, aquel niño pequeño jamás pudo imaginar, albergar en su almita o intuir lo que el futuro le deparaba.

Y esto es lo que a mí me sobrecoge y me hace pensar. Es un caso el de ese hombre tan bien plantado, de porte tan noble, con un futuro tan brillante y prometedor como se le presentaba, que estoy convencido, absolutamente convencido que ha sido Satanás, las fuerzas del mal, quienes le ha asestado un golpe de tal calibre que ha hecho enmudecer a España entera. Muy posiblemente sus majestades Don Juan Carlos y Doña Sofía desaparecieron de la escena entre otras cosas en previsión de cuanto iba a ocurrir. Es el joven monarca reinante quien no puede permitirse ni el más milimétrico error.

Todo esto me produce lástima, honda pena y compasión, pero también me hace pensar y mucho cuán débiles estamos, cuán sometidos al poder del mal a lo largo y a lo ancho de esta vida azarosa que termina con la propia muerte.

La reciente película “La la Land” hace ver precisamente a los espectadores lo que vamos perdiendo cada uno de nosotros a lo largo de nuestras vidas hasta llegar al lugar donde nos encontramos, a ser lo que somos, unos a la gloria, otros a la cárcel, pero todos conscientes de que hemos renunciado a mucho, de que hemos caído muchas veces y otras tantas levantado, y que el Espíritu Santo, el Ángel de la Guarda, la diosa fortuna o como lo quieran llamar, una fuerza exterior a nosotros y muy poderosa, ha impedido que nos precipitásemos a un vacío imposible de superar, de sobrellevar.

Cuando hacemos el mal no solo nos lo hacemos a nosotros mismos, se lo hacemos también a toda la sociedad circundante, es como un halo deletéreo que arrebatara la dicha y la alegría a cuantos cerca o lejos lo hayan vivido de alguna manera. Y cuanto más alto estás, peor, mayor es el peligro.

Su pobre esposa, la infanta, me causa profunda pena, también lo abuelos, y los hijos. Doy gracias a Dios no haber subido tanto pues cada día que pasa constato más y más la precariedad y la miseria intrínseca de este cuerpo que nos han puesto encima, un cuerpo muy limitado e incapaz de llegar a expresar todo lo que llevamos dentro, un cuerpo endeble, expuesto a la tentación. Un cuerpo enfermizo, corruptible y capaz de gangrenar toda una sociedad. Sí, sé que está el caso de Maximiliano Kolbe y otros muchos santos como él que han aguantado las torturas más espantosas sin decir ni pío, pero eso no quita para que otros cuerpos menos heroicos puedan ser sometidos a semejantes pruebas, y veo con estos ojos que han visto ya tanto, la poca defensa de que disponemos los seres humanos cuando somos atacados por esas tentaciones que los confesores y los exorcistas llaman insuperables. Porque Iñaki Urdangarín, hemos podido ser cualquiera de nosotros.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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