Un Verano Dulce

Efectivamente este verano se han batido todos los récords en cuanto al número de turistas. Terminaremos el año con más de 72 millones, una cifra insospechada hace poco y con crecimientos más propios de los años sesenta que de los actuales.

Los políticos se muestran encantados y se atribuyen el mérito, los periodistas les siguen la corriente, los empresarios reconocen que sus beneficios mejorarán claramente, el Presidente de una patronal ha llegado a declarar que el único turista malo es el que no viene, y hasta los sindicatos reconocen el incremento en la contratación de personal, aunque se quejen de la calidad del mismo. Está claro que se observan todos los síntomas del empacho.

Hay que abrir los ojos y aprovechar el momento dulce para intentar corregir los problemas que ya han empezado a surgir debido al exceso de turistas en ciertos lugares.

Empecemos por el turismo mundial que desde comienzos de siglo se ha doblado y que este año superara la barrera de los 1.200 millones de turistas internacionales. Recordemos que estas cifras de la OMT no tienen en consideración el llamado turismo doméstico o nacional, que en todos los países desarrollados es mucho más importante que el internacional- en España ambas cifras son equivalentes- y que las previsiones para los próximos años son de crecimiento sostenido.

España tiene técnicamente capacidad para recibir a más de cien millones de turistas extranjeros, en lo referente a infraestructuras aeroportuarias, carreteras, capacidad aérea y alojativa – con la incorporación al mercado de cientos de miles de plazas no hoteleras pero ¿resistirá nuestro sistema ecológico? Tenemos agua suficiente ¿ y sobre todo ¿soportaran las poblaciones locales este incremento continuado del uso compartido del espacio ?

Por supuesto no es un problema solo español, las quejas de Henry James en sus Cartas desde Venecia, a caballo de los siglos XIX y XX “lo más desagradable de Venecia son los visitantes”, se repiten a lo largo del pasado siglo desde Bali hasta el Everest, pero todas ellas se referían a un pequeño porcentaje de la población adinerada de los países europeos y de Estados Unidos, mientras que ahora pueden viajar la mayor parte de los habitantes de esos países y los de otros como China de más difícil asimilación.

Las reacciones a favor de mayores controles de los flujos turísticos ya han comenzado en lugares previsibles, como Barcelona, Ámsterdam, la Ciudad del Vaticano o los municipios italianos de las Cinque Terre, e incluso en otros impensables como Islandia, donde El Turismo ha desplazado a la pesca como principal industria del país y la población local teme por su forma de vida equilibrada. En Santorini solo permiten 8.000 cruceristas por día y en ciertas islas de Tailandia van a prohibir el buceo a partir de octubre para salvar sus barreras de coral.

En Cambridge, un concejal ha utilizado por primera vez la expresión “polución turística” al día siguiente de que 140.000 personas pasaran por la ciudad universitaria, muchas de ellas chinos que la han incluido en su circuito europeo, con un bajísimo índice de pernoctación y en consecuencia de gasto-

El propio Presidente de ABTA, la Asociación de Turoperadores y Agentes británicos han declarado que sin controles los turistas pueden matar el turismo.

El Presidente del Consejo Insular de Ibiza, que recibe 20 turistas por habitante, y concentrados en los meses estivales ya ha advertido de las limitaciones de la Isla para recibir a tanta gente. Lo mismo ocurre en muchos municipios costeros, tanto insulares como de la península.

Los vecinos de ciertas poblaciones empiezan a quejarse de que los beneficios del turismo revierten exclusivamente a las grandes empresas, mientras que ellos sufren las consecuencias negativas.

La medidas impuestas por alguna autoridades, moratoria hotelera en Barcelona e impuesto medioambiental en Baleares no pueden resolver el problema porque olvidan que una gran parte del crecimiento se debe a la mal llamada economía colaborativa, en realidad economía de alquiler, cuyos beneficiarios, empezando por las plataformas como Airbnb, pagan muchos menos impuestos que la hotelería tradicional, o ninguno en muchos casos.

La sociedad y los políticos no deben olvidar que la finalidad del turismo, como la de cualquier otra actividad económica, es la mejora de las condiciones de vida de la población.

(*) Ignacio Vasallo ha sido consejero de Turismo en Estocolmo, Nueva York, Milán, Londres y Paris.