Impresiones de un autor teatral ante un estreno

Después la gente lee muy poco teatro, como me decía Buero, eso era imprescindible. En tercer lugar siempre sientes una reticencia a ponerte ante los folios – ahora ante el ordenador- . Es como el pescador que todavía de noche sube a su barquita sabiendo que la mar está picada. Buero – muy amigo mío – daba vueltas y más vueltas por las calles adyacentes a su casa antes de decidirse a ponerse al tajo, bajaba una y otra vez al estanco ante el asombro de su mujer a comprar el caldo de gallina o los Ducados y los Farias. Miguel Mihura después de sus estrenos, a la mañana siguiente entraba cojitranco en su peña del “Gijón” simulando estar enfermo para hacerse perdonar de sus semejantes inmisericordes ante un éxito comprobado. A Jaime Salom le he visto lívido a pesar de lo orgulloso que era al acercarse la hora convenida, “la hora final”.

Bien, eso por un lado, por el otro te puedes tirar 20 años sin arrancar a tu pluma una sola letra destinada a los escenarios mientras escribes toneladas de papel bajo la forma de otros géneros literarios para engañarte a ti mismo y pensar que aún estás vivo como escritor.

Pero en el fondo sabes que malvives, que vegetas, que deambulas como una alma en pena por paisajes, por ciudades repletas de hombres, mujeres y niños que sobreviven también en este magma informe que hemos quedado, no sé por qué, en llamar la vida.

Puedes estar ahí más o menos tiempo, puedes disimular, intentar engañar un poco a los demás pero sabes que a quien engañas es solamente a ti mismo. Igual que hace cincuenta años, apenas salido de la adolescencia, eras consciente de que aquí no había enemigos, el único enemigo temible que tenías eras tú mismo.

Bueno ya estoy dando las vueltas y revueltas con tal de no contarles la madre del cordero, y la madre del cordero es que cuando al fin amanece ese día, el día de tu boda o el día del estreno que viene a ser lo mismo, si tienes 27 años no te enteras, si tienes 50 pasas miedo, incluso si me apuran pavor.

Tu prestigio, tu carrera, el concepto que tienen de ti los entendidos, los críticos, aquellos que te recuerdan, piensas que se pone en juego. Las horas anteriores son para vivirlas, ninguna actividad te satisface, ninguna te distrae, solo tocar el piano, tocarlo con frenesí, aquella vocación perdida a la que aludo con frecuencia te alivia un poco, solo un poco y después ver llegar a la gente que te va saludando, sonrisas, abrazos, parabienes…..

Pero cuando tienes la edad que yo tengo ahora y has ido cosechando buena parte de los premios de teatro y de periodismo que hay en tu patria, cuando has visto desaparecer a toda una generación que te quería, que te aplaudía, de familiares, de amigos, de autores y directores, de empresarios, las horas previas a un estreno pierden esa carga de emoción y se convierten en un recuerdo del pasado, en una gratitud hacia aquellos que te formaron, te acompañaron y financiaron, a ese público invisible que ya no aplaude ni grita, pero que están más allá de esa frontera invisible. También y fundamentalmente hacia el director y los actores, que hacen posible que vuelva a brillar la chispa de tu alma, eso que misteriosamente tenemos los humanos y que nunca envejece. Lo que Sócrates ya consideró inmortal.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.