León Felipe y Baltasar Lobo

León Felipe nació en Tábara, en 1884 aunque pasó su infancia y adolescencia entre Sequeros (Salamanca) y Santander. Estudió Farmacia en Madrid y trabajó como boticario mientras hacía sus pinitos como actor en teatro. En Madrid llevó una vida bohemia. Estuvo en la cárcel mientras se aliviaba con la lectura de El Quijote. En 1920 publica “Versos y oraciones del caminante”: “Ahora de pueblo en pueblo errando por la vida, luego de mundo en mundo errando por el cielo…” En 1923 se traslada a México donde fue docente, bibliotecario en Veracruz, administrador del Hospital Reina Cristina de Santa Isabel en Guinea Ecuatorial. Vivió Estados Unidos y recorrió casi toda Hispanoamérica. Una vida azarosa y vibrante que le puso en contacto con personajes como Federico de Onis y descubrió la poesía de Walt Whitman y Waldo Frank. En 1938 se exilió definitivamente en México.

Baltasar Lobo nació en 1910 en Cerecinos de Campos, hijo de padre carpintero y carretero. Aprendió el arte de la imaginería en el taller del vallisoletano Ramón Núñez e hizo cursos de modelado en la Escuela de Artes y Oficios de Valladolid. Obtuvo una beca en 1927 para la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid aunque renunció a ella pues prefirió el autodidactismo. Se ganaba la vida como marmolista de camposanto. Libertario de corazón durante la Guerra Civil, atravesó la frontera francesa hasta dar en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer. Fue íntimo amigo de Pablo Picasso y Henry Laurens. Vivió el resto de su vida en Monparnasse.

Aunque la obra de Lobo es mundialmente reconocida, obteniendo importantes galardones, en Madrid no llegó a exponer hasta 1960. Después serían Valencia, Barcelona, Alicante, Bilbao y en 1984 en Cerecinos, en su lugar de nacimiento. Ese mismo año le conceden el Premio Nacional de Artes Plásticas y en 1985 el de las Artes de Castilla y León. Murió en Paris en 1993.

Zamora atesora la memoria creativa de estas dos grande figuras que nacieron en estas tierras aunque poco se supo de ellas a lo largo de los años. Bien es verdad que tanto León Felipe como Baltasar Lobo soltaron amarras muy pronto y nunca llegaron a conocerse. La guerra les hizo perder patria y raíces pero nunca renunciaron a su compromiso solidario con los más humildes. Ambos fueron valientes y rebeldes. Por ello, esta muestra intenta hollar la senda de ambas personalidades para homenajear sus ejemplares travesías.

“Qué lástima que yo no tenga comarca, patria chica, tierra provinciana…” escribía León Felipe en “Versos y oraciones del caminante”1920

Hoy, estos versos de León Felipe nos conmueven y nos llevan a enlazarlos, en un alarde de intertextualidad, con estos otrosde mi autoría.

“¿Por qué me apego yo tanto a mi tierra / a mi casa, a mi hacienda/ por qué hago yo tan míos / padre, hijos, madre, amigos.../ por qué me apego yo tanto a esta tierra que esclaviza/ por qué no soy como el viento/ que carece de fronteras…?”

En el Museo de Zamora se muestran varias obras de Baltasar Lobo, todas ellas en pequeño formato, como las “esencias” de Chillida que se exhiben en el Museo Leku de Hernani. Son figuras las de Lobo hombres atribulados, reflexivos, ajenos a todo lo que no sea su propio pensamiento. La cabeza cubierta por sus propios brazos, los miembros en posición fetal. Un mundo hostil parece que lo rodea y trata de rechazarlo con su actitud, como si quisiera retroceder hasta volver al claustro materno, cálido y confortable. El espectador queda absorto, ensimismado, intentando atravesar la piel del artista para llegar a su corazón. Cabe imaginar el importante papel de la madre en la vida de Baltasar Lobo. Madres vigorosas y amantísimas levantando a sus hijos al cielo para provocarles la risa y la alegría. Madres convertidas en úteros que atrapan a sus hijos para protegerlos del mundo. No es difícil que la imaginación se vaya a los recónditos impulsos de los sentimientos.

Y allí, junto a la obra de Baltasar Lobo, los versos de León Felipe rezumando compromiso, derrochando compasión: “Mi patria está donde se encuentra aquel pájaro luminoso que vivió hace ya tiempo en mi heredad. Cuando yo nací ya no le oí cantar en mi muerto…/ (León Felipe Ganarás luz, 1943)

El poeta de Tábara deja en sus versos ese poso de amargura y de valentía, esa brizna de impotencia y rebeldía: “Ahora de pueblo en pueblo, errando por la vida, luego de mundo en mundo errando por el cielo lo mismo que esa estrella fugitiva…” León Felipe (Ahora de pueblo en pueblo, en Versos y Oraciones del Caminante, 1920)

Gran parte de este legado, más de 600 piezas, se atesoran desde 1999 en el Museo de Zamora a la espera de su definitiva ubicación en un museo monográfico dedicado a Baltasar Lobo. Algunas de estas obras se pueden ver en el entorno del Castillo de Zamora y en la sala llamada la Casa de los Gigantes. Las obras que se exhiben en el exterior del castillo son de gran formato, espectaculares, como la del Hombre Adámico localizada en el Parque que lleva su nombre, León Felipe. Allí se muestra, erguida y monumental esta figura que eleva los brazos al cielo. Algunos piensan que en actitud de triunfo, otros creen que en actitud de súplica o de renuncia. (…)

Ambas colecciones, depositadas en centros de la Junta de Castilla y León (Archivo Histórico Provincial y Museo de Zamora) son un ejemplo de colaboración institucional por haber conseguido que se exhiban por primera vez y de manera conjunta, parte del trabajo de estos dos artistas universales.

(*) Concha Pelayo es escritora y miembro de AECA