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Opinión: “Cuando Éramos Españoles…”

La rebelión de Alice Cooper (confesiones de un antisistema)

Por Laureano Benítez Grande-Caballero (*)

martes 27 de septiembre de 2016, 01:49h
La rebelión de Alice Cooper (confesiones de un antisistema)
27SEP16 – MADRID.- Una pregunta que me he hecho con mucha frecuencia es porqué la izquierda es sistemáticamente atea, y frecuentemente anticlerical. Si el rojerío progresista ―tanto en su versión socialdemócrata como en su pulsión bolchevique― alardea de una opción programática por los pobres y desheredados, y por toda aquella gente que incluye dentro de las llamadas «clases populares», no se entiende mucho esta animadversión hacia el cristianismo por parte de la izquierda, ya que la Iglesia ha sido la más gigantesca ONG de los pobres que ha conocido la historia, como expresión de una opción que está en el mismo núcleo del Evangelio que predica, manifestada en unas colosales actividades de beneficencia que han contribuido a mejorar el nivel de vida de los marginados a lo largo de toda su historia: orfanatos, asilos, hospitales, comedores sociales, y un larguísimo etcétera.

Después de infinitos pogroms, razzias y persecuciones, que han dado lugar a martirios incontables ―creados tanto por bolchevismos varios como por frentepopulismos diversos, masacradores y torturadores de católicos―, cabe interrogarse sobre el porqué de esa enfermiza querencia de la izquierda por quemar conventos y perseguir a la Iglesia, presentándose ante ella como un enemigo feroz de sus dogmas y sus valores, bajo la manida acusación de ser «el opio del pueblo».

La respuesta más tópica a este interrogante es aquella que afirma que, para unas ideologías que se definen como revolucionarias, el cristianismo fomenta la pasividad del pueblo ante sus explotadores, al cual engañaban prometiéndole una vida futura mejor más allá de la muerte como recompensa a las penalidades de la vida terrena. Pero basta echar un vistazo a la doctrina social de la Iglesia para comprobar que esta afirmación es falsa, pues gran parte de ella se fundamenta en la denuncia del capitalismo agresivo y deshumanizador que crea miseria para amplias capas de la población mundial.

Otra posible explicación es partir del hecho de que el mal llamado «progresismo» busca imponerse autoritariamente como ideología dominante, imponiendo su pensamiento único, pues el bolchevismo busca obsesivamente lo colectivo, aunque para ello tenga que socavar las libertades individuales. Desde este enfoque, podría considerar a la dominante ideología cristiana como un rival que le disputa la hegemonía sobre las conciencias.

Sin embargo, el quid de la cuestión está en otra órbita de pensamiento. Suele decirse que la izquierda es genéticamente antisistema, especialmente en su versión más extrema. Ahora bien, ¿qué es realmente el sistema? Marx lo llamaba «superestructura», y lo refería especialmente a las relaciones económicas basadas en la antinomia explotador-explotado. Pero el sistema es mucho más que eso, ya que consiste en el conjunto de valores que definen la ideología dominante en una civilización determinada y en un momento concreto. Estos valores se expresan a través de la práctica de unas determinadas conductas, que no son sino el fiel reflejo de las ideas que se han inoculado a la población desde las élites que controlan la sociedad en todos sus niveles, especialmente los mediáticos.

Lo que ha sucedido es que en Europa hemos asistido al proceso mediante el cual lo antisistema se ha convertido en sistema, en el sentido de que la ideología «progresista» ha invadido todos los ámbitos del pensamiento y de la conducta, arrinconando cada vez más como algo obsoleto a la ideología que forjó el cristianismo a lo largo de 2000 años de historia. El laicismo, el relativismo moral y el liberalismo desenfrenado se han impuesto como ideología dominante, creando un sistema en el que manifestaciones tales como el aborto, la ideología de género, el uso de drogas, la banalización del sexo, las mil corruptelas varias, la insolidaridad, el relativismo moral y mil lacras sociales más se ven como absolutamente normales, y se tilda incluso de «facha», xenófobo y homófobo a quien mantenga ideas contrarias.

Y, ¿qué sucede cuando lo antisistema se convierte en sistema? Pues, aunque resulte un galimatías decirlo así, entonces pasa que lo verdaderamente antisistema es lo anti-antisistema. Es decir, que con la Iglesia hemos topado, ya que es la única instancia que se opone al pensamiento único «progresista» que esclaviza hoy a la civilización occidental, y que además se da el lujo de presumir de «superioridad moral» ante las tradiciones católicas de la derecha conservadora.

Para decirlo con otras palabras, en la situación actual, donde cada vez se persigue con más alevosía al pensamiento y a la práctica católicos; donde se presentan como derechos humanos y conquistas de la libertades democráticas conductas deleznables y deshumanizadoras que pretenden diluir el orden social para sembrar el Kaos donde medre el Nuevo Orden Mundial, el cristianismo es la auténtica ideología antisistema que se opone a esa conspiración que están poniendo en práctica los oscuros poderes de las tinieblas ―dirigidos por el Señor de las Moscas―, los cuales usan como marionetas a los plutócratas que rigen nuestro mundo con la intención de destruir el fundamento cristiano de la civilización occidental, el enemigo número uno para el NOM, obsesionado por recluir al cristianismo nuevamente en las catacumbas donde nació.

Esta idea del cristianismo como antisistema es lo que motivó la sorprendente conversión al cristianismo del rockero Alice Cooper, uno de los creadores del «heavy metal», corriente musical de sospechosos contenidos satánicos, ejecutor de macabras «performances» durante sus actuaciones, en las que incluía imaginerías de horror luciferino.

Cuando en 2001 el diario británico «The Sunday Times» le interrogó sobre los motivos de su conversión, Cooper dio la siguiente respuesta: «Beber cerveza es fácil; destrozar la habitación de un hotel es fácil; pero ser cristiano, eso es duro. ¡Eso es una verdadera rebelión!».

Y sí, he de confesarlo: yo también soy Antisistema.

(*) Laureano Benítez Grande-Caballero es escritor

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