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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

La indolencia

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

jueves 15 de septiembre de 2016, 20:43h
La indolencia

16SEP16 - MADRID.- Después de darle vueltas y más vueltas al lenguaje, de trabajar durante décadas con las palabras, de elegirlas, seleccionar las más precisas, las más exactas y descriptivas para aquello que deseo encontrar, el concepto, el mundo de los conceptos explicado en palabras, en la palabra, en la más certera, la más adecuada por rara que esta sea para la gente de la calle, para la gente joven con sus pantallitas y las dificultades enormes que tienen para poderse expresar, para poder transmitir al otro una idea que tienen en la cabeza pero que no encuentran la palabra, sencillamente porque no leen, porque es una cultura audiovisual que es como decir efímera y con mucha frecuencia equivoca e inquietantemente virtual, visual.

Pues así dándole vueltas a las cualidades de los seres humanos, caigo en la cuenta de pronto, al principio de una forma vaga, hasta que con el paso de las horas, de los días va tomando consistencia hasta llegar a deslumbrarme, a conmoverme y a obligarme lector querido a pronunciarla y a escribirla y a decir con temblor que uno de los defectos de buena parte de los españoles, no la totalidad ni tampoco la mayoría, pero si en número suficiente como para lastrar el futuro de España, es la indolencia. La indolencia de muchos de nosotros que impide precisamente que España arranque de una vez, que desaparezcan de los medios políticos inanes o empresarios corruptos o ciudadanos que no vienen como zombis, como muertos vivientes cuyas almas han sido arrancadas de sus cuerpos por una manipulación informativa teledirigida, masiva y en muchos casos embustera.

Este letargo, esta pobreza de España, esta mediocridad, incapacidad de remunerar el trabajo como se merece, de mimar a sus hijos en lugar de conducirlos a situaciones mediocres que les obligan a muchos a emigrar a otros países donde tienen unas salidas que aquí se han visto cercenadas.

Mucha o bastante culpa de este panorama se debe a la indolencia. La indolencia la remite el Diccionario de la lengua Española al vocablo indolente. Y el indolente es aquel, hombre o mujer, que no se conmueve, que es flojo y perezoso.

Un autor poco conocido Josiah G. Holland llega a decir que “La indolencia es la sepultura en la vida de un hombre” y que “el hombre que puede emplearse mejor y no lo hace es un indolente” y es Thomas Fuller el autor de esta última sentencia.

El poeta y pensador clásico Ovidio advierte como la indolencia echa a perder al cuerpo perezoso, de la misma manera que las aguas inmóviles llegan a corromperse.

Es la indolencia y lo pensamos con detenimiento el mal que como una termita roe y arruina el alma de muchos de nosotros que permitimos que sobrevivan los políticos que tenemos,” que nos han caído en suerte” como diríamos cínicamente dominados por esa larva, esa termita, esa rata insalubre que va royendo el alma, paralizando y destruyendo a las personas, a los países, a las sociedades.

Por no hacer ese pequeño esfuerzo, ese acto llamémosle altruista en bien de los demás se pierde toda una generación o dos, y con ellas las posibilidades de que la casa común tuviera otro aspecto, otro futuro, otro ideal.

Porque España ha tenido época mejores y peores, algunas horrorosas, otras admirables, y hemos sido envidiados por los otros pueblos, y hemos dado a luz ciudadanos irrepetibles como Cervantes, Cristóbal Colón o Rodrigo Díaz de Vivar…Y sin embargo podemos entrar en fases de postración, de falta de ideales, de ilusión, hasta de malas maneras, como sin venir a cuento después de otras de abundancia y optimismo - conste que más bien me refiero a lo espiritual y no a lo estrictamente material o económico, ya que todos sabemos que ante de las crisis económicas viene las crisis morales –, entrar en otras de precariedad general.

El primer paso será hacer un buen diagnóstico para aplicar después el tratamiento antes de que sea demasiado tarde. Y a mi modo de ver o me equivoco mucho tirando a esa diana o es la indolencia. Ese “no conmoverse” ante lo que presenciamos. Ser flojos cuando no habría que serlo. O perezosos en tareas de inexcusable y pronto cumplimiento.

(*) Germán Ubillos Orsolich es Premio Nacional de Teatro, dramaturgo, ensayista, novelista y escritor.

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