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Opinión:

Republicana y melómana

Por Concha Pelayo (*)

martes 30 de agosto de 2016, 04:29h
Republicana y melómana
30AGO16.- Ayer apareció una esquela con el nombre de una amiga en la que anunciaban su desaparición. Precisamente hacía bastante tiempo que no sabía de ella. Me dije que tal vez habría muerto. Y no hace más que dos días, recordándola, pregunté qué sería de su vida. Nadie supo decirme nada.

Casualidades de la vida, a los dos días descubro su esquela en el periódico. Premonición tal vez. Había muerto de leucemia y yo ni siquiera sabía de su enfermedad pues la vida nos llevó por diferentes caminos. Esta amiga, de izquierdas de toda la vida, repudiaba todo lo que oliera a guerra civil, a franquismo. A su padre lo mataron los nacionales y al parecer de forma muy descarnada.

Me entero de su muerte a través de otra amiga que me anuncia que ha visto una esquela en el periódico donde, tras el nombre y apellidos, aparecen estas dos palabras: “republicana y melómana.” A continuación algunos nombres de los más allegados pero sin decir el parentesco. En la línea de abajo, lo siguiente: Y aunque la vida perdió, dejónos harto consuelo su memoria”.

La lectura de la esquela me dejó suspensa durante algunos momentos para, a continuación, retomar mi vida puesto que sigue y hay que alimentarla.

En la misma página donde venía la esquela de mi amiga, había otra de un caballero, también conocido y que había fallecido el mismo día.

Por la tarde, acudo a la Catedral para conocer y deleitarme con el concierto de Ara Malikian, ese virtuoso del violín que está revolucionando la música con su manera de interpretar. Maravilloso concierto, sin duda, pero no voy a hablar de Malikian sino de otro detalle que me llamó la atención mientras el auditorio esperaba al violinista. Ante mis ojos, y a dos pasos, la viuda reciente, es decir la esposa de la persona de la que acababa de ver su esquela. Probablemente llegaba del entierro de su marido pero que, vaya a usted a saber, no quiso perderse el concierto.

Por unos instantes me quedé sin palabras, casi sin aliento, pero reaccioné y comencé a percibir la situación con cierta normalidad. ¿Estamos cambiando? –me dije-. ¿Acaso comenzando a mostrarnos como somos, sin preocuparnos del qué dirán, sin importarnos para nada los chismes y cotilleos que puedan suscitar nuestra actitud?

Me vino a la memoria aquella otra esquela que salió publicada en el Norte de Castilla de Valladolid hace algunos años y que fue noticia nacional porque en el relato de la misma, tras el nombre y apellidos del finado y el de su viuda, se podía leer: “los hijos pasan”. Sí, sí, los hijos pasaban, pero de qué pasaban: ¿del entierro, de la parafernalia que supone el mismo con velatorio, pésames, pompas incluidas….?

Ignoro qué sucedió con los hijos de aquél pobre hombre, pero todo ello me lleva irremediablemente a pensar en la blandura con la que percibimos los sufrimientos ajenos. Todo nos da igual, todo nos resbala; desde la desgracia del vecino, el cambio climático, las fumigaciones sobre cultivos –dicen- para contaminar alimentos. Dicen que para ir aniquilando poco a poco a la población. Somos demasiados –dicen- y no hay momio para todos. Todo nos es indiferente, hasta nuestra propia existencia.

Disfruté como una niña con zapatos nuevos con el concierto de Ara Malikían. Y es que la vida sigue.

(*) Concha Pelayo es escritora y miembro de AECA

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