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Opinión: “El Trovador del Pueblo…”!

Educar

Por Marcos Carrascal Castillo

jueves 07 de julio de 2016, 03:08h
Educar

07JUL16.- En las vitrinas de la sala de estudio de mi hogar, fulge un apagado diccionario de “sinónimos y antónimos”. Ese voluminoso libro me auxilió en mis primeros trabajos de primaria. Posteriormente, lo utilizaría cual diurnal litúrgico, para engrosar mi vocabulario. Más tarde, llegaría internet, y lo desterraría al ostracismo de las baldas del mueble. Pues bien, en dicha obra, en la entrada que reza “educar”, se leen debajo las palabras “enseñar” y “adoctrinar”.

Educar, enseñar y adoctrinar tienen en común su condición de verbos de la primera conjugación. A primera vista, parece que rebosan muchas más similitudes semánticas. Un crío de diez años, como yo tenía cuando comencé a frecuentar esas páginas, confía en la autoridad de las letras, y aprende.

La vida no sólo es un valle de lágrimas. Tampoco es un combate contra la erosión física. La vida es un diccionario que se perfecciona. Con el doble de años que otrora, me horroriza la simple idea de envolverlos en un vínculo recíproco de sinonimia. Adoctrinar, enseñar y educar son tres entes tan diferentes como lo son tres hermanos nacidos del mismo vientre materno.

Adoctrinar es la inoculación de unas ideas o pensamientos a un sujeto por parte de otro. Enseñar es la instrucción de ideas o pensamientos a un sujeto por parte de otro. Educar es más que el esfuerzo de incrustar los conocimientos de un sujeto en otro. Como ven, son cosas distintas. Estas diferencias se pueden palpar con un ejemplo:

Un erudito quiere dar a conocer a su pupilo la II Guerra Mundial. Tiene, pues, tres formas de llevar a cabo esta empresa:

—Adoctrinar: el erudito narra la II Guerra Mundial, ciñéndose a la guerra.

—Enseñar: el erudito intenta ampliar la lección, revelando las causas y las consecuencias de la guerra.

—Educar: el erudito, tras haber completado las exigencias académicas e intelectuales, intenta que el pupilo se implique con lo aprendido, y se forje la madurez que alberga en sus profundidades.

La educación es el pilar de la civilización. No sólo es un deber reservado a los profesores. La educación nace en el hogar, se expande en las calles, llega a los colegios y culmina en los futuros trabajos, casas y calles. No obstante, la educación está en peligro de extinción por la radicalidad que ésta supone. La educación obliga a una entrega hacia otra persona: un sacrificio. En definitiva, la educación sólo se puede comprender en la partitura del amor.

Si hemos olvidado el significado del amor, las ulteriores generaciones están perdidas. Nuestros hijos únicamente podrán crecer mediante la educación, que brota del amor. Si todavía sabemos amar, hemos de hacer el esfuerzo de construir la mayor obra de amor: educar a nuestro futuro. En cualquier caso, sabiendo amar o no, el mayor esfuerzo debe ser la educación de nosotros mismos y entre nosotros mismos: el amor de nosotros mismos y entre nosotros mismos.

La educación, como base; la educación, como brújula. La educación, como presente, en todos sus significados polisémicos.

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