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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Esas pequeñas cosas

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

sábado 02 de julio de 2016, 03:42h
Esas pequeñas cosas

02JUL16.- Cuando después de un día ajetreado, lleno de llamadas, de tensiones, de inquietudes, de proyectos frustrados, de recuerdos, desciendo a la placita a escasos veinte metros de mi casa y me siento en la terraza del bar de Nino, ese amigo incomparable que ha colgado en su negocio “Mi pequeño Manhattan” el artículo enmarcado que me publicara hace más de una década José Antonio Sentís en “La Razón”.

Cuando llega Sergio sonriente y danzando con su barba tupida como un bailarín que se deslizara más allá de la vida y del tiempo y me trae la “limonadita” que solo él sabe hacer, y me señala graciosamente que vaya removiendo el azúcar morena del fondo sobre el limón natural exprimido sobre el agua de Selz muy fría y espumosa con todo el hielo y las rodajas, y sé que esa bebida es especial y nadie sabe que existe cuando yo sé que no tiene valor y que quizá valga más que el Rockefeller Center.

Cuando llego al gimnasio y a través de la puerta de entrada de cristal veo la cara sonriente de Belén que me mira con esa expresión entre de sorpresa, agrado y reprimenda.

Cuando se acerca y me pregunta que cómo estoy y yo sé que ella está muy cercana y me estima y lo pregunta con esa espontaneidad y ese interés, comprendo que la vida aún merece la pena ser vivida y que alguien se interesa verdaderamente por ti. No digamos cuando coge la pelota naranja grande y va retirando las camillas y los taburetes un poco teatralmente y creando ese espacio maravilloso y único, ese escenario circense entre los pacientes aquejados de distintas dolencias y sé que va a empezar la fiesta, una fiesta difícil de describir pues está hecha de riesgo, de audacia, de precisión y sobre todo de afecto, mejor dicho de estima y de respeto y hasta de un poco de admiración de ella por su viejo paciente, de mí por mi “fisio” de la que tanto hablo pues es tan importante para mí y me regaña, como hacia mi secretaria y mi madre y a veces mi mujer todas esas personas importantes que verdaderamente me han querido. Y me pregunta que qué he comido y si he cruzado la calle por el paso de cebra o a lo bestia, comprendo lo importante que es ella y lo maravillosas que son esas pequeñas cosas de la vida, esencia medular del sentido profundo del vivir.

Quizá lo último que quede en el recuerdo cuando partamos hacia ese otro mundo, lo último que recordemos de éste cuando caminemos entre las estrellas y dejemos de ver el rostro de todos aquellos a quienes hemos conocido, a los que hemos querido.

(*) Germán Ubillos Orsolich es escritor y dramaturgo

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