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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

El reino de la estulticia

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

martes 28 de junio de 2016, 03:27h
El reino de la estulticia

28JUN16.- Queridos jóvenes lectores o jóvenes a secas que estáis todo el día y parte de la noche mirando esas pantallitas diminutas y pulsando nerviosamente las teclas también diminutas para así comunicaros con vuestros amigos o familiares. Como sé que no tenéis ni idea de lo que quiere decir la palabra “estulticia” quiero recordaros o aclararos que el Diccionario de la Lengua Española define también esa palabreja como “necedad o tontería” y estulto “necio o tonto”.

Y queridos lectores mayores, entrados en años, camino más o menos cercano de la residencia o del cementerio, que habéis, que hemos cometido tantas “necedades” como para dejar a nuestros descendientes un mundo peligroso de incierto porvenir, un país donde los más capacitados emigran en masa a otros países donde encontrar trabajo cualificado. Que hemos hecho tantas “tonterías” o dejado de hacer cosas buenas y justas. Que hemos permitido que bajen los salarios hasta cotas misérrimas si se comparan con los precios, que cierren universidades por falta de presupuesto, que se tiraran por la puerta del Sol y otras ciudades españolas desarrapados y malolientes hijos de Dios que después configurarían con que se llama “Podemos”. Que hemos permitido que unión de esos desarrapados entraran a ver al Rey en su obligada visita, en vaqueros, manga corta y melena recogida en larga coleta sin que antes el Jefe de Protocolo o de la casa del Rey le remitiera de nuevo a su domicilio recordándole eso de que así no se iba a dar la mano al Jefe del Estado, cuando muchos españoles echábamos de menos a otro Jefe del Estado que le hubiese cortado la coleta y le hubiese puesto de patas Dios sabe dónde.

Nosotros, los mayores, queridos lectores que hemos permitido que se profanara el “Recinto Sagrado” del Congreso de los Diputados permitiendo su entrada a mujeres dado de mamar a sus hijos, otros en pantalón corto o con atuendos estrafalarios, no sé animales o cabras, pues cuando lo oí a mi mujer desde la sala estar me metí en mi dormitorio embargado de espanto. Aunque lo tuve que ver a machaca martillo en esa tele en muchos aspectos inmisericorde a las pocas horas y al día siguiente.

Nosotros que carecemos de intelectuales de talla capaces de diagnosticar y gritar la verdad, de políticos y politicastros que en su mayoría no aman a España, sino la poltrona, el pequeño despacho y la suculenta nómina, pues se aman a sí mismos. U otros de mirada alicorta, o miope o estrábica. Que carecemos de estadistas. De hombres de estado sabios y austeros como eran el General De Gaulle, en Francia, el General Franco, en España ( aunque duela), Konrad Adenauer en Alemania, Winston Churchill en Inglaterra o el rey Balduino en Bélgica o el General Eisenhower e incluso Ronald Reagan en América. Capaces de dirigir sus naciones y sus gentes con acierto, seguridad y visión de futuro. En lugar de entronizar polichinelas que destrozan Europa desposeyéndola de sus auténticos valores y virtudes que la dieron carácter o un David Cameron que de un solo plumazo deja sus país destrozado mientras Adolfo Hitler fue incapaz de pisar ninguna de sus costas.

Cuando el bien y el mal estaban claramente diferenciados, en la literatura, en el cine, en el teatro, en los deporte. Y en el mundo de la empresa el trabajador era lo primero de todo y había conseguido unos derechos sociales y una legislación laboral ejemplar, pensada precisamente para poner a su servicio, al servicio del hombre todo lo demás.

Porque al frente de un país o de una empresa es infinitamente peor y más nocivo un hombre tonto que un hombre malo.

España, Europa, el mundo, necesita a los mejores, los más capacitados y responsables, una élite de excelencia, una aristocracia del saber para llegar al poder, capaz de llevar este mundo agónico a un buen puerto, capaces de sacrificios o de anunciar a sus conciudadanos el concepto de “sangre, sudor y lágrimas”, en lugar de darles una palmadita en el hombro y una sonrisa boba.

Que me den personas buenas o malas pero inteligentes, pueblos cultivados y que busquen con ahínco el “bien común de todos”, que sean capaces de mirar a la gente cara a cara. De contemplar el mundo rural o urbano cuando van por la calle o cuando conducen sus automóviles en vez de caer como borregos en la costumbre, la idolatría miserable de rendir culto a esas pantallitas o peor aún, perder la vida real a cambio de ese otro mundo llamado virtual, algo diabólico y esquizofrénico, beneficio de unos pocos y maldición de los pueblos cuando caen en ese error.

En ese horror anunciado por Huxley por Orwell, entre otros que a mí me estremecía. Pero que jamás imaginé vivir tanto como para llegarlo a ver.

(*) Germán Ubillos Orsolich es escritor

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