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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

Descansando el alma

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

miércoles 15 de junio de 2016, 00:49h
Descansando el alma

15JUN16.- Es difícil encontrar lugares donde descansar el alma, y el alma necesita su descanso igual que el cuerpo, sobre todo en épocas cargadas de turbulencias, de confusión y de futuros inciertos. Yo al menos así lo siento. Me ha pasado desde siempre pero ahora que voy cumpliendo muchos años, con mayor vehemencia e intensidad.

Esos lugares se han ido reduciendo poco a poco, antes eran lugares campestres, ciudades, pueblos perdidos, construcciones antiguas, catedrales, pero me he ido haciendo más elitista o mi nivel de angustia, de ansiedad mejor al decir de los galenos, la ansiedad generalizada y la imposibilidad de tomar ansiolíticos como consecuencia del Párkinson que me aqueja. Todo ello lleva consigo que esos lugares donde descansar el alma sean más remotos, más escasos o requieran una intensidad mucho mayor.

En ese sentido ese lugar de nombre nefasto para muchos se ha transformado para mí en un lugar de recuerdos y de paz, de peregrinación y de búsqueda del sentido de la vida a través del recuerdo de muchas, muchas personas desaparecidas que formaban esa urdimbre afectiva tan importante y de la que hablaba con frecuencia el famoso internista, académico y profesor de medicina psicosomática Juan Rof Carballo. De aquel hombre me gusta siempre recordarle en su diáfana consulta de la calle de Ayala en Madrid, con esa pasión que ponía en las cosas y esa importancia que daba a la cultura y al psicoanálisis.

Pues bien, para mí, como ya saben muchos de ustedes el Valle de los Caídos, es el lugar relativamente cercano a la capital con ese poder de exorcismo y de limpieza que tanto necesitaba.

Circunvalando la entrada principal a la basílica excavada en el fondo de una montaña, nos encontramos con una planicie enorme rodeada rectangularmente por una construcción herreriana, el monasterio donde la orden benedictina custodia el lugar sagrado y la amplia hospedería dedicada a coger a los peregrinos, a los turistas, a los opositores a notarías o a registros o Abogados del Estado, cuando yo era muy joven, y en la actualidad a aquellos pocos supervivientes de una época denostada pero no olvidada donde reinaba una enorme paz, paz quizá obligada para algunos pero paz sin duda y orden y unidad nacional que hizo posible el crecimiento de una amplia clase media en un país que destruido por una terrible guerra civil entre hermanos y que fue reconstruido hasta llegar a transformarse en una potencia industrial de primer orden.

Esta mañana después de la paliza obligada del gimnasio de rehabilitación y como necesitaba cargar esa batería espiritual quizá de aquella paz, y como nadie me podía acompañar a pesar de mis intentos cogí el coche y como el que va más allá de este mundo con la conciencia de que quizá sería el último viaje que me dejarían hacer conduciendo yo mismo y con un calor de verano prematuro decidí aventurarme a ir nuevamente al Valle, a un Valle que no es el de Brigadoom, ni tampoco el de Ucanca de recueros tan simbólicos para mí, iba al Valle donde me iba a encontrar de nuevo con lo que España ha perdido y en consecuencia todos nosotros. Además con la sospecha de que en cualquier momento podía ser destruido, volado el lugar o lo que es peor prostituido y transformado en cualquier supermercado democrático marxista o cosas por el estilo.

Aparqué el viejo Saxo y entré en el claustro inmenso e interminable donde estaban situadas unas pocas mesas preparadas para el almuerzo. Quería comer en el comedor interior que no sé por qué me recuerda el del castillo de Harry Potter. Me lo abrieron pero no pudo ser pues hacía un frío extraño, además estaba vacío.

Me instalé así en el claustro luminoso que da a las montañas semicirculares y verdes cubiertas de pinos.

El silencio era total, absoluto, eso de lo que huyen todos o casi todos mis contemporáneos. Me sentía tranquilo pero a la vez vigilante o algo tenso, como si estuviera contemplando todo aquello por última vez.

Mis piernas ya no llegaban hasta las sepulturas de Franco y de José Antonio, y sentado daba buena impresión pero cuando comenzaba a caminar debía de producir pena. Tanto mi fisioterapeuta como mi mujer y mi hija no aprobaban el que yo siguiera conduciendo, pero me había escapado pues me sentía muy fuerte mentalmente y nadie sabe en realidad cuando se va a matar el enfermo, cuando va a morir y cuando va a sanar y a vivir.

Comí el menú consistente en una ensalada de tomate, lechuga y cebolla, un filete de ternera de mucha calidad frito a la manera como lo hacía mi madre allá por los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, y arroz con leche muy bien cocido y con canela. Junto a mi había una pareja formada por un hombre de unos cincuenta años muy bien vestido y una mujer rubia de la misma edad vestida de rosa, comenzaron a hablar y él le describió con todo lujo de detalles el hundimiento progresivo del emporio de empresas que poseía o dirigía hasta su ruina más absoluta, no lloraba ni gemía solo lo relataba y yo pensaba que habría sido víctima de esta crisis nacional, mundial, global y casi virtual fruto de un mundo realmente agónico, lo que no acababa de comprender era como había elegido el Valle de los Caídos, la Hospedería y el comedor para contar aquel horror personal y financiero. También pensé que yo era jurista y economista y que podía haber intervenido en la conversación, pero a continuación constaté la poca idea que tenía tanto del derecho como de la economía pues a pesar de trabajar en un ministerio había vivido durante décadas en otra galaxia, la galaxia de la fantasía, la fantasía y su mundo, el de Pepi que animó, el de Michael Ende, el de Walt Disney y el mío. El de todo artista que se empeña en la tarea fascinante de crear algo nuevo.

(*) Germán Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)

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