El equipo del mundo

Todo el mundo está con el Leicester. Quizás, sólo los feligreses del Tottenham no ocupaban asientos en la afición universal. Hasta Louis van Gaal —técnico del Manchester United— manifestó su preferencia por la victoria del humilde conjunto. Este escudo ha logrado aunar los deseos de gran parte de la raza humana.

El fútbol es la imagen del deseo. Cómo recordar aquellas Eurocopas y la Copa del Mundo que rubricó la Roja en tiempos de zozobras económicas y sociales. Y España respondió con el jolgorio y con la jovialidad que necesitaba en su cotidianidad.

Asimismo, este episodio de la Premier me recuerda a las partidas de los videojuegos futbolísticos que hemos protagonizado mi generación. Conmigo como comandante, en el mundo virtual que existe tras la pantalla de mi ordenador, en el año 2011, el Salamanca de Marcos Márquez ganaba por diez tantos a cero al Barcelona de Messi. Así pues, sin pulsar una sola tecla, con los lentos nervios desfilando, el Leicester ha logrado la mejor partida nunca vista. Y, por supuesto, sin consolas con las que distraernos.

Este sentimiento que brota en todo el mundo —trending topic en la red twitter— contesta a un anhelo de superación intrínseco a la persona. El fútbol —dicen— es una evasión. Pero de nada puede evadir si mantiene los parámetros de la vida real: los fuertes acaparan la victoria, y los débiles los miran suplicantes. Sostiene la filosofía social imperante que el más pequeño podrá optar a la mayor grandeza. Los conductistas, psicólogos hijos de Watson, lo niegan categóricamente. Como ven ustedes, no hay acuerdo. Sin embargo, queda patente el deseo de cambios que experimenta esta aldea global.

Predicen los visionarios y los no tan visionarios que nace una nueva edad, era, época… Ya no nos gusta la fragancia clásica. El Parlamento cambió, las relaciones personales mutaron, las ciudades se transformaron, los hábitos se trocaron… Y la cultura, como arrastrada por un fuerte viento, también se metamorfoseó. El balompié es parte de ese acervo popular que fragua a una civilización; y también la emula en sus pasos.

No obstante, la idea que encierran estos vítores al Leicester es tan antigua como la Historia misma. Múltiples películas con sello de Hollywood narran la conversión de un desconocido —mal-llamado— friqui en un popular galán, humillando al más reputado miembro de su instituto. En la Castilla de la Reconquista, el Cid burgalés representaba el éxito de la baja nobleza frente a los altos linajudos. Más atrás, Roma es la hija de la derrotada Troya; un imperio que nace de las cenizas de un pueblo vencido. Este constante progreso es una de las pocas cosas que se mantiene inmóvil en estos tiempos de vorágines.

Regresando al terreno de juego, quisiera manifestar mi admiración y mis congratulaciones con los pupilos de Ranieri. ¿También se modificará esa narración, casi ordinaria, que revela que los jugadores que sobresalen van a parar a clubes más fuertes, olvidando el equipo que lo saltó a la palestra? Ya han cambiado una vez el futuro que rodea a este deporte; ¿lo cambiarán una segunda vez?

En el Salamanca, pude comenzar la temporada siguiente con casi el mismo bloque de hombres, con alguna baja remisa y algún preciado fichaje. Esto pasó en mi computadora. ¿Difiere de algo mi pueril visión con la de los curtidos trabajadores del esférico?

Marcos Carrascal Castillo (@M_CarrascalC)