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Opinión: “Cuando Éramos Españoles…”

¿Quién teme a Pablo Woolf?

Debemos temer al Turrión? ¿Qué teoría psicoanalítica podemos emplear para explicar freudianamente por qué lleva coleta?

sábado 23 de abril de 2016, 03:13h
¿Quién teme a Pablo Woolf?

Por Laureano Benítez Grande-Caballero (*)

23ABR-16.- Es un hecho comprobado que el Turrión se despendola cada vez que lo agasajan en algún foro universitario con uno de esos actos hechos a su medida, en los que destapa el tarro de las esencias histriónicas y las tontadas populistas que tanto ponen al personal aborregado que babosamente escucha su sarta de chorradas.

El otro día, el Coletudo mayor dijo en la Complotense, entre amenazas veladas y burlas a los periodistas que no le bailan el agua ―especialmente al periodista de El Mundo Álvaro Carvajal― que «Les veo con cara de miedo por primera vez a los periodistas».

¿Miedo? A mí esto me hizo recordar la famosa historia del lobo y los tres cerditos, especialmente su famoso estribillo: «¿Quién le teme al lobo feroz,/ al lobo feroz, al lobo feroz?/ ¿Quién le teme al lobo feroz?/ La, la, la, la, la».

Al hilo de esta canción, popularizada por Frank Churchill y Ann Ronell con el título de «¿Who's Afraid of the Big Bad Wolf?» («¿Quién le teme al lobo feroz?»), Edward Albee escribió en 1962 la obra de teatro titulada «¿Quién teme a Virginia Woolf?», jugando con su apellido, ya que la palabra «Woolf» se parece mucho a «wolf», término que significa «lobo» en inglés. Esta pieza fue llevada al cine en 1966 por Mike Nichols, cuyos protagonistas fueron la Taylor y el Burton, que representan a una pareja alcohólica que se tortura con su tremenda infelicidad.

También fue estupefaciente el marco sexual de la intervención del Coletudo, convencido de que los periodistas antiPodemos, en el fondo, sienten algo así como un «síndrome de Estocolmo» que les lleva a sentirse atraídos hacia un partido tan sexy como Podemos (sic). Desde luego, a mí no me ocurre nada de eso, y si tengo algún síndrome es el del «Tío de la Vara».

Aunque la perla es cuando dijo aquello de «Vamos a hacer que España se masturbe», en la cual uno no sabe qué admirar más: si que aparezca la palabra «masturbación», o la palabra «España», en alguien tan poco español como el Turrión ―por cierto, «El Lobo»: ¡Qué gran Turrrión!»―. Pero para mí que no se conformarán con masturbar al país, pues lo que realmente desean es joderlo.

También afirmó el Turrión que los periodistas están «obligados profesionalmente» a hablar mal de Podemos, porque esas son «las reglas del juego» para conseguir portadas, aunque sea faltando a la verdad. Pues yo ―que no soy paniaguado de ningún medio de comunicación― le diría que hablo mal de los podemitas porque se lo merecen, porque el mundo me hizo así, porque para eso cogí la pluma y me pasé al periodismo después de haber publicado 30 libros. A la primera ojeada a esta caterva de energúmenos me dije: «Aquí hay tomate». Al monte me eché y en éstas sigo, con la pluma entre los dientes y mi canana llena de palabras especialmente apuntadas hacia esta turbamulta de falsarios que, como el lobito feroz, quieren destruir mi país soplando.

¿Miedo? ¿Qué debemos temer del Turrión? ¿Su puño en alto, con el que parece que va a asestar un golpe a un derechoso, a un taurino, a un monárquico, a un católico, a un periodista díscolo, y a tantos y tantos españoles, aunque no sean periodistas?

¿Debemos temer acaso que suba el IVA al 25%? ¿A que reparta España entre tamboriles, chistus y sardanas? ¿A que sus mesnadas de feministas asalten capillas y desfilen sus coños insumisos? ¿A que lleve a España a vivir bajo el puente de NuncaJamás, arruinada por el descomunal despilfarro que promete para paliar la «emergencia nacional» creada por la crisis?

Para mí que la clave del miedo que proclama no está en sus manadas de orcos, ni en su errático y amedrentador programa económico y político, forjado en el crisol del despotismo bananero, sino en algo en lo que nadie ha reparado: en su coleta.

Sí: en un artículo expliqué por qué el Turrión no lleva corbata, y en otro por qué va con vaqueros y a lo loco, pero ya es el momento de explicar ―«freudianamente» como a él le gusta decir― por qué lleva ese apéndice velloso en su nuca.

El psicoanálisis que tanto le pone al Coletudo nos ofrece varias teorías, a cual más variopinta y pinturera. Por ejemplo, la coleta puede ser una manera de mostrar que es un antipijo, ya que los señoritos van repeinados y engominados. También puede deberse a que es un aditamento personal de los «machosalfa». Hay quien dice que pretende emular con su pelambrera el poderío capilar de Sansón, solo que lo que pretende echar abajo no es ningún palacio filisteo, sino las columnas del Kongreso, ―y España, por extensión, que para eso le han puesto ahí los poderes plutocráticos que controlan los medios de comunicación―.

Yo a veces pienso que la coleta no es sino una corbata, pero sin corbata… es decir, puesta en la nuca en vez de en la garganta, y con pelo en vez de seda, por aquello del realismo «gore». Freudianamente hablando, podría ser también que la llevara solo para fastidiar a la derechona, que no suele usarla, y para arrastrar con ella a los porroflautas, a los «gorrapatrás», a los «pantalóncagao», a los «tattooyous» y fauna parecida, que seguro que le votan con entusiasmo.

Mas estas teorías sobre la coleta del Turrión no dan un miedo verdadero, sino a lo más leves escalofríos, erizamientos en la nuca, diarreas controladas. ¿Entonces? Pues mi opinión revolucionaria la explicaré a partir de las palabras de un desconocido Freud africano de esos que hacen hechicerías y todo: «A la vaca que no tiene rabo, Dios le espanta las moscas». Voilá, pues traduciendo quedaría algo así como: «Al podemita que no tiene rabo, la coleta le espanta las moscas».

O sea, que la clave está en las moscas, pues los apéndices peludos en los animales ―rabos o coletas― tienen como función alejarlas. ¿A qué moscas nos referimos? Pues en un país en descomposición, putrefacto, cadavérico, y casi amojamado como España, no es difícil encontrarlas en los ayuntamientos podemitas; en los estercoleros de la democracia adonde nos quieren llevar; en tertulias, foros y tuits donde dan rienda suelta a sus amenazas y barrabasadas, a la vez hilarantes y amedrentadoras.

Pero, concretando más, lo que infunde verdadero pavor no son realmente esos insectos cojoneros, chinchosos, fastidiadores ―que en España parecen ya tábanos verdinosos―, salidos de los antros del Averno, de las cavernas del Tártaro, sino quien los dirige arrolladoramente contra nuestro país. George Soros―el megaconspirador por el Nuevo Orden Mundial― está en la pomada, claro, al igual que toda la plutocracia globalista, que se ha propuesto destruirnos como país. Sin embargo, no es esto lo más siniestro, lo más horrebundo, ya que detrás de estos insectos devastadores está su jefe, el Señor de las Moscas, de cuyo nombre no quiero acordarme, que engendró malignamente estas moscas en una noche maldita en Monte Pelado.

Para eso está la coleta del Turrión: para espantarlas, con ese movimiento de «tic-tac,tic-tac» que tanto le gusta, con la intención de que no caigan sobre él, sino sobre España. Pues él, un mandao, sí que las ve venir. O sea, que las atrae, pero que lo le molesten… Bonito fuera.

Nosotros, los españolitos conscientes de esta plaga, no tendremos coleta probablemente, pero podríamos hacer con los lobos feroces como en la canción infantil: «En la nariz le pegaré, un nudo yo le haré, una patada le daré, en el barro lo hundiré… ¿quién teme al lobo feroz al lobo al lobo, quien teme al lobo feroz? Ahhhhhh».

Y, por supuesto, lo más importante de todo: «No les votaré…Aaaah». Eso sería cortarle la coleta… La, la, la, la…

(*) Laureano Benítez Grande-Caballero es escritor y ha publicado 29 libros

http://laureanobenitez.com/laureano_benitez_grande_caballero.htm

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