Hablemos claro

Desde que este señor apareció en la escena política, no han cesado las críticas hacia su persona, hacia su grupo y hacia los ideales que representa. No hemos dejado de oír que su relación con el chavismo, con Venezuela, con Irán, etcétera, va a convertir a nuestro país en un desastre donde la pobreza y la miseria se van a extender de norte a sur y de este a oeste. Desde que PODEMOS ha alcanzado el protagonismo, muy legítimo, que le corresponde como partido político, se ha intentado desprestigiar a sus líderes, tergiversando sus discursos y sus intenciones, que no son otras que intentar encauzar a este país, corrompido institucionalmente desde todos los sectores. Ya no cabe mayor corrupción.

Hace unos años, criticábamos a esos países tercermundistas de América Latina o África, donde veíamos a sus dirigentes forrados de oro y disfrutando de los más escandalosos privilegios, mientras el pueblo vivía en la más absoluta miseria. Como ocurría, siglos atrás, con el Antiguo Régimen, cuando en aquellas monarquías absolutas, la corte vivía rodeada de lujos y los cortesanos cubiertos de armiño; mientras el pueblo se moría de hambre. La Revolución francesa dio, por fin, al traste con aquellos desmanes y Europa fue adquiriendo derechos de ciudadanía. Pero andando el tiempo, las democracias fueron enfangándose poco a poco hasta retroceder, volviendo a lo que, creíamos, era cosa del pasado. Muchos analistas internacionales reflexionan sobre el rumbo que ha tomado nuestra España, que ya la comparan con lo que ocurría en tantos países de América Latina, sobre la riqueza de sus dirigentes y la pobreza del pueblo. Vamos por el mismo camino. Ya estamos.

Pongámonos, por tanto, en la piel de Pablo Iglesias, e imaginemos lo que debe sentir, para soportar, día a día, momento a momento, lo que, desde todos los medios de difusión vierten sobre su persona y sobre su partido. A Pablo Iglesias no se le perdona el menor desliz. Existe un miedo cerval, un pánico desmedido, ante la posibilidad de un gobierno donde se incluya a PODEMOS y ante las medidas que anuncia; que no son otras que evitar la corrupción, evitar la evasión fiscal, acabar con las puertas giratorias, o impedir esos paraísos fiscales donde esconden el dinero todos estos señores con nombres y apellidos que han esquilmado las arcas públicas y que se han enriquecido a costa del currito de a pie, como usted y como yo.

Ese es el miedo, ese es el terror, por lo que sufren y no por lo que intentan hacernos creer: “velar por nuestros intereses”. Me escandaliza, por un lado, la insolidaridad de muchos votantes que todavía siguen apoyando la corrupción con esa estúpida y pacata fidelidad al voto, y por otro, la incapacidad de esos mismos votantes para pensar y reflexionar por sí mismos para que se convenzan de que les engañan, de que siguen burlándose de ellos despreciando su buena voluntad. Como ejemplo, citar lo que dijo alguien de la camarilla de Valencia: “y son tan burros que nos votan”.

Desengáñense, todo el esfuerzo que hace el gobierno, no es para sacarnos de la crisis y para que este país se recupere, no; el esfuerzo es para seguir gobernando, robando y disfrutando de lo que es de todos. Para seguir riéndose de la buena voluntad de los ciudadanos.

Demasiada paciencia tiene el señor Iglesias que, pese a todo, todavía, habla con calma, mide sus palabras e intenta razonar desde la más absoluta coherencia.

Es una pena que no se le dé una oportunidad a este grupo de intelectuales que cambiarían radicalmente las cosas. UNA PENA.

(*) Concha Pelayo es escritora. Miembro de AECA