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Lo que le queda al Estado Islámico

Palmira se había convertido en el fortín del Estado Islámico que les permitía a sus militantes comunicarse con Deir Ezor y Raqqa. Mosul (Irak), también bajo su control, está siendo sitiada.

martes 29 de marzo de 2016, 02:16h
Tanques del Ejército sirio avanzando hacia la ciudad de Palmira, capturada por el Daesh desde mayo de 2015.
Tanques del Ejército sirio avanzando hacia la ciudad de Palmira, capturada por el Daesh desde mayo de 2015.

29MAR-16.- La ciudad histórica de Palmira (Siria), de más de 2.000 años de antigüedad, volvió a quedar en manos del gobierno sirio. Este domingo, con la ayuda de los bombarderos rusos y tras más de una semana de tiroteos y explosiones, el ejército sirio reconquistó la ciudad, capturada por el Daesh (o Estado Islámico) en mayo de 2015.

Los militantes del Daesh, según declaraciones del ejército sirio, se retiraron hacia los fortines de Raqqa y Deir Er Zor, al norte y este del país. En realidad, estas dos ciudades son los únicos bastiones que le quedan al Daesh en Siria, pero no son adquisiciones menores. La pérdida de Palmira significa, para el proyecto del califato (una nación regida por la ley islámica más rigurosa), el desvanecimiento de su influencia en el centro de Siria y la interrupción de sus comunicaciones con los dos bastiones restantes.

Raqqa es una de las dos capitales de facto del Daesh.

Fue capturada por el grupo, en toda su extensión, en enero de 2014. Pocos meses después, declararon la creación de facto de su califato. Y allí comenzó la verdadera guerra: por un lado, contra la Coalición liderada por Estados Unidos (en la que participan también las milicias kurdas) y, por el otro, el gobierno sirio apoyado (desde septiembre del año pasado) por Rusia.

Por entonces, el ascenso del Daesh fue amenazante: tenían en sus manos Mosul, Raqqa, Tikrit, Kobane, Sinjar y otras numerosas poblaciones en Siria e Irak. Pero comenzaron a perder terreno. En enero de 2015, los kurdos les arrebataron Kobane y cinco meses después Tall Abyad. El círculo comenzó a cerrarse cuando las fuerzas iraquíes, que antes habían corrido despavoridas ante los ataques del Daesh, recuperaron Tikrit en marzo del año pasado. Y en noviembre, los kurdos iraquíes, apoyados por bombardeos de la Coalición, tomaron de nuevo Sinjar, que había estado en poder de los yihadistas desde agosto de 2014.

Sin embargo, uno de los golpes más certeros contra el Daesh ocurrió el 8 de diciembre del año pasado: siete meses después de que hubiera capturado la ciudad, el Daesh se retiró de Ramadi (Irak), a 100 kilómetros al oeste de Bagdad, tras días de batalla contra el ejército iraquí. Y la semana pasada, el grupo yihadista recibió otra mala noticia: la muerte del segundo al mando, Mustafa al Qaduli, durante un bombardeo de la Coalición estadounidense en Siria.

El Daesh resistió con bombazos foráneos a su retirada interna: los atentados en Francia, Turquía, Líbano, Túnez y Kuwait dejaron más de 200 muertos. Cada vez, sin embargo, tiene más peso la premisa que el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, formuló en su reciente visita a Bruselas: cada atentado del Daesh es una muestra de debilidad. Tras Palmira, el gobierno sirio se ha comprometido a retomar el control de Raqqa y Deir Er Zor. Del otro lado, las fuerzas iraquíes, con soporte estadounidense por aire, están sitiando Mosul, la otra capital de facto del Daesh.

Queda en pie, sin embargo, la ambición de crear una nación regida por la ley islámica más rígida: aquella que castiga a los homosexuales tirándolos desde los edificios altos y repara la infidelidad con la muerte morbosa, en plaza pública, del infiel. Si bien el Daesh ha reculado en el terreno, sus bienes van más allá del mero territorio: hay que recordar que parte de los militantes del Daesh provienen de ejércitos yihadistas como Al Nusra, Al Qaeda y los talibán, y que las coaliciones internacionales han sido capaces de reducir a sus huestes pero por completo incapaces de derrotar la idea misma de un gobierno bajo la sharia. Los militantes se reciclan y ya han visto la posibilidad de ganar terreno si existe un mando organizado. El germen se preserva.

De modo que la victoria, que parece tan confiada en las palabras de Kerry y también del gobierno sirio, tiene sus matices. Que el Daesh hubiera perdido al segundo al mando no parece un golpe contra su ánimo; de hecho, en agosto de 2015 la Coalición estadounidense ya había matado al anterior segundo al mando: Fadhil Ahmad al Hayali. La máquina del yihadismo, que está por encima de sus militantes, reemplaza a las cabezas perdidas como simples piezas de un rompecabezas. Tanto así sucede con el territorio que sale de su dominio: si bien han salido del norte de Siria, por ejemplo, su caldo de cultivo está en Europa.

Es innegable, sin embargo, que el Daesh sufre una metamorfosis forzosa. ¿En qué se está convirtiendo ahora que tiene en sus manos sólo tres grandes bastiones después de una expansión territorial inmensa entre 2014 y 2015? Podrá estar cerca de la derrota en el terreno (y de la desaparición del ensoñado califato), pero su guerra abunda en otros frentes. “Cuanto más terreno pierda el EI en Siria, más se va a exportar (...). El ‘califato’ se convertirá en un concepto que se exporta, y será cada vez menos una realidad”, dijo a la AFP un responsable de la lucha antiterrorista en la zona. El reciente ataque en Bruselas es una muestra de ello: a pesar de que pierde territorio en su zona matriz, el Daesh es capaz de organizar atentados en Bruselas y en París, los centros administrativos, políticos y culturales de Europa. Es capaz de dar golpes en el núcleo. Pierde terreno y al mismo tiempo avanza. El proyecto político de la organización, dirigida por Abu Bakr al-Baghdadi, se ve forzado a convertirse en fragmentos y células, repartidas en varios países y conectadas a un centro que ya no es territorial, sino ideológico. Sus sucursales se extienden al Líbano, Afganistán, Turquía, Egipto y están aún más segregadas en Europa, pero activas como lobos solitarios.

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