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Opinión: “Mi Pequeño Manhattan…”

La misericordia divina

Por Germán Ubillos Orsolich (*)

lunes 07 de marzo de 2016, 03:31h
La misericordia divina

07MAR-16.- Tengo un amigo sacerdote muy querido, especialista en catequética, que siempre me invita a escribir sobre la soledad. Nos conocemos hace muchos años, creo que cuando era seminarista, solíamos cenar con mi mujer en “Casa Mingo” cerca de la Ermita del Santo, era una tradición vernos en determinadas fechas, él adoraba a su madre, mujer adusta y austera muy inteligente y buena consejera.

A los principios este joven sacerdote me solía mirar con los ojos muy abiertos llenos de candor y de amistad, me recordaba en algo al papa Juan Pablo II cuando saludó en ese apretón de manos al papa Juan Pablo I tras el Cónclave, el interés que ponía en todo Juan Pablo II era el que ponía mi amigo en cuanto hablábamos, quería al principio que le orientara, que le corrigiera algunos de sus escritos pero yo confiaba en él y sabía que sería un buen sacerdote porque era un buen hombre. Con el paso de los años este amigo como los vinos añejos ha ido ganando en densidad y casi diría que en sabiduría y de vez en cuando va a Roma requerido por el papa actual cuando le llaman como especialista en catequética. He de decir que escribe de maravilla y que habla en los púlpitos, en las audiencias y en las celebraciones de forma magistral. A mí se me llenan los ojos de lágrimas pues veo en él a aquel chico tan joven de “Casa Mingo”, cuando su madre era joven y aún vivía, y todos éramos bastante más jóvenes.

El otro día me acompañó a ver la obra que tengo en cartel y durante la cena preliminar en un precioso hotel cercano al teatro me comentó algo un poco inaudito. Me dijo que en vez de escribir sobre la soledad que por qué no escribía sobre la misericordia. Yo le miré algo extrañado y él dijo entonces que la misericordia es la cara oculta de la soledad o que para ser más exactos es la respuesta que nos da Dios al misterio a veces penoso de la soledad.

Volvió mirarme entonces con esa mirada llena de calor y de candor con la que miraba cuando era más joven. Yo pensé en el acto en lo que me decía pero me di cuenta de que si hubiera escrito sobre la soledad habría sido, siendo difícil, mucho más sencillo que hacerlo ahora sobre la misericordia, porque la soledad es un hecho humano mientras que la misericordia es una virtud divina, una cualidad de Dios.

La compasión era tema que conocía, era una de las virtudes más elevadas que tenemos los hombres, de las más nobles, Jesús como hombre la había sentido numerosas veces, en el pasaje de la viuda del hijo de Naím, en los momentos previos a la resurrección de su amigo Lázaro, cuando la Virgen le pide en las bodas de Caná que sienta compasión como la que ella sentía por aquellos novios e invitados que no tenían vino.

Jesús hecho hombre prodigaba esta virtud humana de la compasión. Pero ¿ y la misericordia? Comprendía, comprendo que es una cualidad de los poderosos, al menos de los que tienen poder, porque para ejercer la misericordia es preciso que antes el súbdito haya cometido alguna tropelía, como decía pícaramente mi maestra Pepi: “alguna maldad”.

Y bien, mi amigo el sacerdote me pedía que hablara de ella, yo un pobre hombre, un pobre escritor. Al cabo de unos días me puse a meditar sobre mis faltas siempre reiterativas y sobre las de los demás. Había comprobado que los seres humanos siempre cometíamos el mismo pecado, así, tercamente de forma muy aburrida, el mismo o casi el mismo, los confesores debían de estar hartos y aburridos de escuchar a los arrepentidos penitentes, a sus feligreses jóvenes y viejos repetir siempre lo mismo y tener que dar siempre la absolución a algo tan absurdo como la lucha entre el bien y el mal en esos cuerpos compungidos de sus feligreses que se acercaban tambaleantes hasta el confesionario mientras él, el sacerdote, contemplaba allá a los lejos el altar, el altar de Dios muy iluminado y cubierto de flores como ese Shangri-la del cuento y del filme.

Así dándole vueltas al tema llegó el día en que muy estresado, a punto de partir para un acto importante, mi hija, mi pobre hija, mi hija más querida porque es la única, me pidió dinero, quizá la paga semanal, mis nervios estallaron y pensé que acababa de abonarle el bonotransporte, el móvil que se le había quedado sin saldo y no sé qué otra cosa. Levanté la voz, vociferé y salí muy alterado a la calle donde me esperaba el coche que me llevaría al lugar del evento donde tenía que intervenir.

La verdad es que de forma un poco absurda estaba hecho una furia, el hombre del volante lo advirtió, se me notaba mucho, pero al llegar a la pequeña multitud, al estrado donde tenía que intervenir, quedé tranquilo como galvanizado y antes de hablar lo primero que pensé fue en mi querida hija.

Llegado a casa, a la mañana siguiente lo primero que hice al despertar fue reclamar a mi hija y darle la paga con ese temblor, con ese amor que sentimos por los hijos. Ella no la esperaba y saltó de alegría pues la creía perdida y sin embargo sabía que con aquella paga semanal le llegaba el perdón, el perdón a una falta tan leve como el pedir en momentos inoportunos a un hombre muy cansado lo que a fuerza de repetir tantas veces se había transformado en una costumbre con rango de ley.

Y fue también entonces cuando me di cuenta claramente de lo que era la misericordia, la misericordia que Dios experimenta dos los días por todos y cada uno de nosotros, hijos e hijas, jóvenes y viejos tan llenos de miserias como necesitados de perdón.

Esa es la misericordia de nuestro Dios, misericordia permanente e inagotable, tan inagotable como nuestras faltas, olvidos y aberraciones, una misericordia que nunca nos falta, pues Él, señor del universo, nos ama y nos mantiene vivos y hace salir el sol cada mañana para justos e injustos.

¿Qué sería de nosotros sin la misericordia de Dios? ¿Qué sería de nosotros, lo hemos pensado alguna vez? ¿ lo hemos sentido?.

Ese es el tema que quería mi amigo el sacerdote que tratara, que centrara mí atención, en esa cena previa a entrar en el teatro para sentase junto a mí.

Terminada la función y con ella los aplausos me acompañaría en un taxi hasta mi casa. Y es ahora, en este instante cuando he creído intuir lo que experimenta nuestro Padre del cielo al percibir cada día nuestras ofensas, nuestras quejas, y nuestras súplicas, muchas veces irritantes en canto repetitivas y otras tan enormes que harían temblar las montañas…Pero siempre, siempre, para todos y hasta el final de los tiempos nos perdona y nos da la paga con que seguir viviendo cada día, y eso es lo que llamamos misericordia. La misericordia de Dios.

(*) Germán Ubillos Orsolich

Nació en Madrid y es Premio Nacional de Teatro. Premio Guipúzcoa de Teatro, Premio Provincia de Valladolid de Teatro, Premio Julio Camba de Periodismo, Premio “Correo Español – Pueblo Vasco” de Periodismo, Premio Ciudad de Zamora de Periodismo, Finalista Premio Nadal de Novela, Guionista de Televisión Española Espacios Dramáticos. Es autor de varias novelas entre ellas: “Largo Retorno” (Con filme de Pedro Lazaga y música de Antón García Abril) “Proyecto Amenazante”, “Cambio Climático”. “Cambio Climático – Los Supervivientes”, “Cambio Climático – El Retorno” (Trilogía),(Ed. Entrelíneas Editores), El viajero de sí mismo”, “Malín”, “La Peste Negra – Vida más allá de las estrellas”, “La calle de los Amores” (biografía), “El hielo de la Luna”, “Los desiertos de Marte”, “La calle de los amores “(Memorias).- Ed. Belgeuse, “ Más allá del Purgatorio (Novela), Ed Belgeuse , “La Infancia Mágica “ (Biografía).- Ed. Belgeuse Es autor teatral y algunas de sus obras son: “La Tienda” (Ed. Escélicer)- Premio Nacional de Teatro, “El llanto de Ulises” (Ed. Escélicer)- Premio Guipúzcoa, “El Cometa Azul”, “Gente de Quirófano” (Ed. La Avispa) Premio Provincia de Valladolid, “Los globos de Abril” (Ed. Escélicer)

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